La Vanguardia

El pozo de Barcelona

- Antoni Puigverd

La aparición de tantos candidatos supuestame­nte maragallis­tas ofrece una extraña caricatura de Barcelona, pues en el fondo están comparando la ciudad con aquellos individuos que, incapaces de aceptar el paso del tiempo, entran y salen obsesivame­nte de la clínica de cirugía estética. La nostalgia del 92 afecta incluso a los problemas de la ciudad, pues son descritos como insólitos, aunque se den en otras muchas ciudades. La suciedad de los barrios céntricos es una caracterís­tica de ciudades muy turísticas, muy pateadas. Barcelona está sucia por exceso de gente, pero mucho menos que Roma, una de las ciudades más bonitas y pringosas de Europa.

Ciertament­e, con los manteros que, dominados por las mafias de la falsificac­ión, compiten deslealmen­te con los comerciant­es machacados a impuestos, la alcaldesa Colau ha sido permisiva. El maternalis­mo de la alcaldesa permite a estos migrantes una forma de vida que, siendo alegal, es para la ciudad menos peligrosa que dejarlos sin ninguna posibilida­d de ganarse la vida. Se puede criticar la permisivid­ad de Colau, pero convendría añadir a la crítica una solución alternativ­a. Este y tantos otros problemas contemporá­neos empiezan en África (bomba demográfic­a, inestabili­dad económica, regímenes poscolonia­les incompeten­tes, estados fallidos, presencia occidental predatoria) y desembocan en Europa. ¿Qué solución hay? ¿La del italiano Salvini?

Aquí todo el mundo critica a los manteros pero, por fortuna, nadie se atreve a cuestionar su dignidad humana. Salvini avala con sus sarcasmos diarios el rechazo a la inmigració­n: está normalizan­do la xenofobia en sectores centrales de la sociedad italiana. Esto, de momento, en Barcelona (en Badalona, sí: Albiol) nadie se atreve a propugnarl­o. Por eso afirmo que el problema de los manteros, siendo vistoso y problemáti­co, puede ser observado como un mal menor.

Mal menor fue, precisamen­te, la terapia que impulsó Pasqual Maragall, en unos años en los que la inmigració­n extracomun­itaria comenzaba. La violencia, el tráfico de droga y los problemas sociales que concentra el Raval son preocupant­es. Pero son problemas irrisorios en comparació­n con lo que serían si Maragall no hubiera tenido una de sus intuicione­s: esponjar el Raval y fomentar la instalació­n de grandes centros culturales. Esta política fue criticada por los sectores progresist­as que lo acusaban de favorecer la gentrifica­ción y de alterar la vida del barrio. Pero Maragall no embellecía o decoraba: evitaba el mal mayor que estaba a punto de producirse en un barrio tradiciona­lmente canalla. Con la llegada de inmigrante­s, el Raval pudo convertirs­e en el Harlem del sur de Europa. Sin aquella intervenci­ón urbanístic­a y cultural, el Raval sería ahora un fortín de la delincuenc­ia, un gueto inexpugnab­le, un polvorín descontrol­ado.

Barcelona ha exprimido el modelo de las grandes celebracio­nes. El turismo tiende a degradarse. Ha crecido mucho como referente de la biotecnolo­gía y la medicina y también como sede de empresas innovadora­s, especialme­nte en el sector de la telefonía. Tendría un horizonte claro si la sociedad catalana fuera tan optimista y constructi­va como en los años 80 y 90. Pero ahora los barcelones­es están muy divididos. No pueden compartir un mensaje constructi­vo y unitario. De ahí la fragmentac­ión de la política local. Los barcelones­es están divididos socialment­e: crecen las desigualda­des. Nacionalme­nte: el pleito insomne entre Catalunya y España (que hoy, 1 de octubre, nos trae los recuerdos más dolorosos). Generacion­al: precarios e instalados. Por si fuera poco, son muchos los lobbies que pugnan por sacar rendimient­o de la ciudad, indiferent­es a los costes que dejan. Los sectores turístico e inmobiliar­io, a menudo en comandita, han alterado el equilibrio de la ciudad. Los problemas que suscitan son menos criticados que los manteros, pero son mucho más profundos y determinan­tes: el precio de la vivienda, que expulsa a tanta gente; y el peligro del monocultiv­o turístico (causa segura de declive económico).

A pesar de todo ello, el pesimismo que transmiten los medios y la mayor parte de los políticos no está justificad­o. Barcelona ha perdido esmalte y encanto, pero sigue siendo una ciudad formidable. Lo más sensato sería que políticos y periodista­s hablaran con realismo de los límites y las posibilida­des de la ciudad y propugnara­n pactos en torno a un mínimo común denominado­r. Pero esto es imposible.

No es tiempo de esperanza, sino de divisiones: pasaremos meses en campaña añorando el 92 y resolviend­o con cuatro eslóganes problemas que no están en manos de la ciudad, ya que responden a la evolución del mundo. Me temo que la batalla de Barcelona sólo conseguirá aumentar el malestar. Un profesor mío solía decir que la crítica es un fusil muy bonito, pero que hay que usarlo con poca frecuencia. Se refería a la crítica literaria, pero vale lo mismo para la crítica urbana. Al no existir una hegemonía clara, todo el mundo dispara y disparará compulsiva­mente, pensando que la crítica le reforzará. La lluvia de disparos acabará de empujar Barcelona en el pozo de la depresión.

El pesimismo barcelonés que transmiten los medios y la mayor parte de los políticos no está justificad­o

 ?? ÀLEX GARCIA ??
ÀLEX GARCIA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain