Operación “salvar la moda”
Los diseñadores echan mano del arte, el ballet, conciertos o superproducciones
Puede que la moda sea cíclica y los desfiles antiguos (comenzaron a organizarse a mediados de 1930 para presentar y vender colecciones a un reducido grupo de minoristas y señoras pudientes), pero lo que está también claro es que la pasarela evoluciona. Y que, en consecuencia, este viejo invento tiene cuerda para rato. Al menos, dentro del universo de las grandes firmas que, echando mano del arte, el espectáculo o ubicaciones de lo más insólito, buscan desmarcarse de este momento en que la instantaneidad y la diversidad todo lo impregnan. Y con tanta urgencia de notoriedad, destacar se pone difícil. Esta tendencia al alza quedó retratada hace unas semanas en Milán, cuando Giorgio Armani se llevó su (ya no tan tradicional) presentación al aeropuerto de Linate y sobre una pista de aterrizaje forrada de negro desfilaron sus modelos al ritmo de Louis Armstrong... Pero lo que más sorprendió fue el final. ¡Culminó con un concierto (privado, claro) de Robbie Williams!
Este es el camino que se confirma de forma rotunda ahora en París. Durante su semana de la moda (que acaba mañana) Jonathan Anderson se ha erigido una vez más como uno de los grandes expertos en salvar los desfiles del aburrimiento y de la invisibilidad. Sin cambiar su escenario base, la sede de la Unesco, el director creativo de Loewe, que en otras ocasiones había creado jardines e incluso inversiones térmicas para su pasarela, se lo jugó todo a una sola carta en su presentación del viernes. La del arte. Con la instalación de la italiana Lara Favaretto a base de enormes cepillos giratorios de autolavado de coches; las cestas tejidas rústicas de Joe Hogan (finalista del Loewe Craft Prize 2018), y un conjunto de antiguos tocadiscos soportando pequeñas piezas de cerámica de Ryoji Koie, construyó su escenario interactivo. Presidido por una escultura de su admirado William Turnbull en el centro de la sala principal (la pasarela se desarrolló en tres ambientes conectados), su desfile no respondió únicamente al postureo (que también lo hay: al menos entre el público plagado de influencers rivalizando en ser el más diferente) sino que fue toda una declaración de intenciones, porque su propuesta de moda también echa mano de su locura por la artesanía y el arte.
Teniendo en cuenta que durante el año se suceden hasta cien semanas de la moda y que las cuatro principales (Nueva York, Londres, París y Milán) proporcionan unos 500 pases, resulta más fácil pasar desapercibido que conseguir lo que se busca. Dar la nota. Por eso muchas de las firmas, que en algún momento se plantearon sustituir las tradicionales presentaciones por fashion films, fiestas extraordinarias con muchas caras conocidas u otras fórmulas parecidas para llegar antes a las redes sociales y empujar con más decisión a las compras inmediatas, han visto la luz en las superproducciones. Hasta el punto de que parece que las prendas (que por cierto, para el próximo verano tienden a un tono recatado, casi monjil) son ahora lo de menos. Lo que importa es mostrar el universo creativo que envuelve a cada marca.
Esa es la razón por la que ayer el desfile de Sonia Rykiel se hizo, por primera vez en la historia de la semana parisina, en la calle. Exactamente en el callejón de Saint-Germain-des Prés, que desde el sábado lleva el nombre de la diseñadora fallecida hace dos años. Y la razón que probablemente animó a Anthony Vaccarello hace unos días a presentar su tercera colección para Saint Laurent en una pasarela semiinundada a los pies de la torre Eiffel. Y también puede que fuera lo que empujara a Alessandro Michele (creador de Gucci) a llevar a Le Palace de París a la gran dama de la canción francesa Jane Birkin para poner punto y final a su presentación. O que Dior convirtiera el hipódromo Longchamp de Bois de Bologne en un ballet (una vibrante coreografía creada por Sharon Eyal) bañado de pétalos blancos... Esta necesidad de crear un universo motivador es lo que también podría explicar que a Cara Delevingne le tocara cantar mientras desfilaba para Balmain (una canción de Prince) y que Off White en colaboración con Nike pusiera a desfilar a la pentacampeona Caterine Ibargüen.
Todo esto sucede en un momento en que sigue habiendo abandonos inesperados (el último, de Josep Font frente a Delpozo) y en que hay quien se tira de cabeza al burlesque. Es el caso de JeanPaul Gaultier, que desde mañana y hasta el 30 de diciembre presenta en el Folies Bergère su nuevo espectáculo. Se titula Fashion freak show y son dos horas y media de su biografía recreada por actores y bailarines, sobre un fondo de música disco, funk, pop y rock. Todo bajo su tutela, porque él es el autor, el director y el escenógrafo.