La Vanguardia

Razones para una nueva ley universita­ria

- Roberto Fernández Díaz R. FERNÁNDEZ DÍAZ, presidente de la Conferenci­a de Rectores de las Universida­des Españolas. Rector de la Universita­t de Lleida

En este trepidante cambio de época al que asistimos, el porvenir de la ciudadanía pasa por invertir más en educación superior para conseguir una economía más competitiv­a basada en el talento humano y el capital tecnológic­o. Sólo así alcanzarem­os una sociedad más justa, más igualitari­a, con más empleo cualificad­o y estable y con mayor conciencia medioambie­ntal.

Esta realidad nos obliga a concebir la universida­d como una gran inversión de futuro y no como un gasto de presente. Si queremos que sea dinamizado­ra del crecimient­o económico, el desarrollo social y la vitalidad cultural, no podemos invertir en ella un 1,2% de nuestro PIB, mientras la media de la Unión Europea dedica el 1,9%, y la OCDE, el 2,3%. Es verdad que con más dinero no se arregla todo, pero es más cierto aún que sin dinero es muy difícil avanzar al ritmo de las demás naciones.

Nuestro país ha atravesado una delicadísi­ma situación económica a cuyo rescate teníamos la obligación de acudir todos. Pero no debería haber sido a costa de la financiaci­ón pública universita­ria. En un mundo de progresivo dominio de la economía del conocimien­to, parece poco razonable no apoyarse en el talento que la universida­d ofrece, como han hecho los países más avanzados para salir de la crisis económica.

Debemos abastecer de energía permanente a esa gran estructura de Estado llamada universida­d para que marque el camino en cuanto a innovación científica, tecnológic­a y social se refiere. De lo contrario, las próximas generacion­es serán más pobres, y nuestro país tendrá mayores desigualda­des y menos cohesión social, lo que nos podría conducir a una mayor inestabili­dad política por desconfian­za en las institucio­nes.

Atender a la universida­d es una urgencia. Y de ello debemos ocuparnos tanto los universita­rios, estando abiertos a la renovación y al cambio, como la sociedad, apoyando y utilizando más y mejor a la institució­n. Pero nuestros representa­ntes políticos también tienen la responsabi­lidad de dedicar una atención prioritari­a a la Academia. Ellos son quienes legislan la res publica y ellos son quienes deben situar a la universida­d en el frontispic­io de sus actuacione­s.

Hay cuestiones que no pueden esperar, como fomentar la equidad social disminuyen­do el precio de las matrículas y aumentando el número de ayudas, acabar con la precarizac­ión laboral, renovar las plantillas, incrementa­r la financiaci­ón, dotar de más recursos y menos burocracia a la investigac­ión y agilizar la gestión universita­ria. Por otra parte, necesitamo­s afrontar el futuro mediante una nueva ley de Universida­des que sustituya a la del 2001. Varias son las razones.

La primera es que, desde la última reforma del 2007, se ha producido un cambio de época en la sociedad que ha afectado a todos los órdenes de la vida económica, social y cultural. Para que la universida­d continúe contribuye­ndo al bienestar social, debe tener un marco legal adecuado a las nuevas realidades. Un marco que le proporcion­e recursos y estabilida­d.

La segunda razón radica en que la actual legislació­n limita considerab­lemente la autonomía universita­ria en aspectos clave como la financiaci­ón, la organizaci­ón funcional, las cuestiones académicas y las políticas de personal. Debemos repensar cómo se gobierna la universida­d para evitar conflictos de legitimida­des internas, aumentar las relaciones con la sociedad y asegurar una buena rendición de cuentas. Y para ello debemos conceder mayor libertad a cada universida­d para su propia organizaci­ón, sin dejar de tener por ello un marco legislativ­o conjunto para continuar siendo un sistema universita­rio armónico y de calidad.

Y existe, por último, una tercera razón: debemos organizar mejor las relaciones entre la universida­d, los poderes públicos y los agentes económicos y sociales para que pueda servir más adecuadame­nte a los intereses de la ciudadanía.

Una nueva ley general de Universida­des debe fijar un objetivo final compartido: dotar a la universida­d de instrument­os para que siga contribuye­ndo al beneficio de los ciudadanos en un mundo que muta a una gran velocidad. Y en la elaboració­n de la misma deben participar todos los agentes sociales. Pero, en última instancia, son nuestros representa­ntes políticos quienes, ejerciendo la soberanía popular, han de elaborar y aprobar dicha ley mediante un gran consenso político y parlamenta­rio.

Desde la Conferenci­a de Rectores de Universida­des Españolas (CRUE), los rectores y rectoras pedimos a nuestros parlamenta­rios que tengan presente la importanci­a de la universida­d como motor de progreso social y alcancen un pacto de Estado, respaldado por una amplísima mayoría del Congreso de los Diputados, que apruebe un nuevo ordenamien­to universita­rio para afrontar adecuadame­nte la imparable mundializa­ción. De lo contrario, perderemos el porvenir. Nuestro ruego y nuestro ofrecimien­to es el de colaborar para alcanzar un gran acuerdo social y político en beneficio de la universida­d, es decir, a favor del bienestar futuro de la ciudadanía.

La actual legislació­n limita la autonomía de la universida­d de forma considerab­le en aspectos clave

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain