La Vanguardia

La atracción parisina

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Si, como contó La Vanguardia, Miró tiene aún otra importante exposición en la galería Lelong (avenida Matignon, 38), la visita del otoño Miró hay que completarl­a en el número 45 de la rue Blomet, en el distrito 15 de París. En esa plazuela del Oiseau lunaire los críos del barrio trepan en el pájaro lunar. Ese bronce que Miró donó a París en 1974, y que hoy vale varios millones de euros, fue en realidad el memorial que Miró dedicó al poeta Robert Desnos, que vivió entre 1926 y 1930 en el edificio que allí se alzaba. Y es una evocación de su propio pasado. Porque allí compartió taller con Pablo Gargallo; tuvo por vecino a André Masson y, a través de él, trató a Michel Leiris, Antonin Artaud, Jean Dubuffet. “Ese medio cosmopolit­a e intelectua­l participó del nacimiento del movimiento surrealist­a”, dice la placa que lo evoca. Como anillo al dedo para quien “no era un catalán casolà sino un catalán universal”, según Prat, que recuerda que “fue gracias a De Cézanne al cubismo, una exposición de arte francés en Barcelona, durante la Gran Guerra, que Miró sintió la atracción de la ciudad que sería una meca del arte moderno”. En París, Tristan Tzara, Paul Eluard, Leiris, Breton, Masson y por supuesto Picasso serán esos amigos que le ayudarán a forjar su futuro. Pero siempre independie­nte. Y tan atento a un poema como a una pintura. Porque, según él, “las palabras que inventan los poetas son puertas a un mundo nuevo”.

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