En memoria de los indeseables
El edificio de Ricciotti evoca a republicanos españoles, judíos, ‘harkis’ y otros que pasaron por Rivesaltes
Entre 1941 y 1964 pasaron por el campo de internamiento de Rivesaltes republicanos españoles, judíos que acabarían en Auschwitz, gitanos, partidarios del régimen de Vichy, prisioneros de guerra alemanes y argelinos colaboradores de Francia
–los harkis– que tras la guerra de independencia debieron huir de su país por piernas. Es decir, un amplio abanico de personas a las que nadie quería.
El campo de Rivesaltes estaba integrado por simples barracones con techo a dos aguas, dispuestos sobre una planicie de muchas hectáreas, pocos kilómetros al norte de Perpiñán. En el centro de este recinto se inauguró hace ahora tres años el Memorial Rivesaltes, espacio museístico que invita a reflexionar sobre los refugiados, un colectivo que sigue creciendo en el mundo.
Se trata de un edificio rectangular, de más de 200 metros de longitud y un único nivel, prácticamente sin ventanas en sus muros, sólo con algunos patios y aberturas cenitales, construido en una gran trinchera excavada entre los barracones.
La primera sensación, al llegar al campo, es de desolación. Los barracones se levantan sobre un páramo barrido por el viento. Las viejas construcciones conservan el perfil de la instalación, pese a su diverso estado de ruina. Entre ellas, semihundida, descansa la mole del nuevo edificio. Se accede a él por una rampa lateral, por una promenade en la que el visitante abandona lentamente el mundo exterior y se sumerge en el de la reclusión. El edificio, de hormigón teñido de ocre, es de una gran austeridad. No podía ser de otro modo, puesto que hubiera sido ridículo y contraproducente restar protagonismo a los barracones. Pocas veces un arquitecto habrá diseñado un edificio público que requiriera menos aspavientos.
Rudy Ricciotti comprendió a la perfección el sentido del encargo. Propuso en su construcción de nueva planta una secuencia longitudinal con patio, recepción y servicios, sala para exposiciones temporales y sala para exposición permanente. En los patios a cielo abierto se permitió, en suelos y muros, revestimientos cerámicos en espiguilla. Pero las grandes salas son adustas, predominan en ellas el hormigón y la penumbra; sólo los suelos de madera y ciertas líneas de luz les dan un mínimo de calidez.
No puede decirse que este sea un edificio hermoso. Pero sí que cumple con creces la tarea encomendada: dar visibilidad y empatía a los refugiados, a las víctimas de los conflictos que nadie quiere ver. A los indeseables.