Decide Valverde
Nadie reconoce esta temporada al Barça de Ernesto Valverde, el mismo que ganó el doblete, aquel equipo que adolecía de pretensiones trascendentales pero que a cambio ofrecía una idea colectiva de juego y una regularidad aplastante... hasta que llegó Roma, claro. Mutado tácticamente hacia un fútbol más atrevido con el beneplácito popular, ese mismo equipo comparece hoy descompuesto, incapaz de dar ese esperado salto ofensivo sin romperse por la mitad. Vulnerable ante cualquier adversario, llámese Girona, Leganés o Athletic, el 4-3-3 fue celebrado sin advertir que las piezas que lo debían configurar no son capaces de responder de momento al compromiso que ese dibujo exige cuando se pierde el balón. Cuando Messi, Coutinho, Suárez o Dembélé se dejan la pelota en algún sitio, cosa que sucede demasiadas veces con el uruguayo y el francés, cada repliegue deviene una tragedia griega en la que, progresivamente, el eje treintañero formado por Rakitic, Busquets y Piqué cae con la inercia de un renglón de fichas de dominó. Si hay algo que el Barça ganador de los últimos años no domina es correr hacia atrás. No fueron ni paridos ni fichados para eso los jugadores del Barça, aunque últimamente lo parezca.
Ante la crisis de juego y resultados, que cada cual minimiza o magnifica en función de su sensibilidad o interés, la junta directiva cierra preceptivamente filas en torno al entrenador, negando con rotundidad que el momento se asemeje al día después romano, donde determinadas voces sí se decantaban por el finiquito. Le va de fábula Valverde a la cúpula dirigente: relativiza el ruido que generan momentos como el actual, tiende a desdramatizar y transmite calma a nivel interno como si llevara puesto un imaginario chubasquero por el que le resbalan las críticas, aunque la mayoría sean merecidas últimamente. Los directivos dirigen más su malestar hacia los futbolistas, acusados con la boca pequeña de administrar su esfuerzo en partidos pequeños como si el fútbol actual permitiera dosificaciones. Aquí el que no corre vuela y si levantas el pie del acelerador (como sucedió en Leganés) eres borrado del campo sin remisión.
El núcleo duro del vestuario por su parte sigue al lado de Valverde. Podría pensarse que es así por lo bien que cuida el entrenador a los pesos pesados, siempre titulares o sometidos a rotaciones selectivas y delicadas para que no se enfaden, y se hace difícil rebatir ese argumento. La experiencia dice que Valverde no es partidario de buscarse problemas en el vestuario, de ahí la previsibilidad de sus alineaciones y convocatorias, donde los meritorios surgidos de la cantera apenas pintan nada.
Quizás por eso existe mucha expectativa en torno al once que el técnico elija para enfrentarse al Tottenham en Wembley. Más allá de las bajas de Umtiti y Sergi Roberto, la cita irrumpe como una coartada perfecta para revisitar el 4-4-2 de la temporada pasada con la excusa de abrigarse más y evitar que salten las costuras con cada ataque rival. Hay un elemento al respecto bajo sospecha. Es el francés Dembélé, verso libre de talento desbordante pero escaso rigor táctico al que Valverde está empeñado en hacer triunfar con el visto bueno de la directiva, que apostó por él a cambio de una brutal cantidad de dinero. La cuestión es si en Londres el entrenador regresará al que fue su dogma sacrificando a Dembélé (un “empanao” según la jerga de la caseta) ganando un cuarto centrocampista, y la doble cuestión es desvelar si esa pieza a incorporar será Arthur, un futbolista promocionado por Messi en voz alta que garantiza la hoy extraviada posesión de balón y que apenas cuenta para el técnico. El dilema pasa también por saber si Valverde está dispuesto a insistir con el 4-3-3 hasta equilibrarlo o se rinde hacia otras opciones como el 4-4-2 o incluso un 4-2-3-1.
Sea como sea será el partido de Wembley el que marque el devenir inmediato de la temporada, para bien o para mal. La apuesta que se realice será ganadora o guardada en un cajón en función del resultado, pero sobre todo en función de si el juego resulta convincente o todo lo contrario. Una actuación que no se distinga de la línea de los últimos tres partidos prolongará la crisis y modificará confianzas que hoy se declaran sólidas. Al fin y al cabo esto es fútbol.
La directiva ve tranquilo al entrenador y espera de él que sea fiel a sí mismo, como la temporada pasada
Wembley puede marcar el curso para bien o para mal; el núcleo duro del vestuario sigue al lado del técnico