Suzanne Pagé
DIR. FUNDACIÓN LOUIS VUITTON
La Fundación Louis Vuitton de París dedica sendas muestras a Egon Schiele y Jean-Michel Basquiat, dos artistas muy diferentes entre sí que, sin embargo, compartieron actitud inconformista, creación furiosa y murieron jóvenes.
Uno murió hace cien años, el otro hace 31. Pero ambos artistas tenían 28 cuando expiraron. Uno murió de gripe española, el otro de sobredosis. Pero, sobre todo, Egon Shiele (18901918) y Jean-Michel Basquiat (1960-1988) crearon una obra violenta y vertiginosa, unida desde hoy en lo que promete ser otra propuesta con récord absoluto de público en la Fundación Louis Vuitton de París.
Porque la creación tiene un ámbito, se puede añadir que Schiele germinó en la Viena exuberante del 1900 y Basquiat en la Nueva York de los ochenta. El mentor de Schiele fue Klimt. Andy Warhol, el de Basquiat.
Ciento veinte Basquiat, fundamentalmente grandes formatos, coinciden con un centenar de dibujos de Schiele. Si cualquier curioso del arte moderno identifica un Basquiat o por lo menos conoce el folklore que los rodeó, la censura que aplicaron Londres, Colonia y Hamburgo a la campaña de publicidad organizada en Viena con motivo del centenario de la muerte de Schiele sugiere que la sociedad involuciona con bastante facilidad. Advertencia para quienes pudieran pensar que las semanas de prisión que sufrió Schiele en 1912, a causa de sus dibujos, escándalo para la buena sociedad vienesa, eran cosa del pasado.
A sus vidas paralelas, los dos artistas añaden una misma inclinación por el dibujo y una terca permanencia en la figuración. Y comparten, también, marginación y revuelta. La potente muestra doble de la Vuitton, primera monográfica de Schiele del último cuarto de siglo, conmemora la festejada visita de Basquiat a París, en febrero de 1988.
Tres años antes, Basquiat se enorgullecía de ser el primer artista negro en primera plana del New York Times. Pero nunca bajó la guardia. Según Dieter Buchhart, comisario de la doble muestra, “su obra nos habla de nuestra manera de vivir, de la identidad, la cultura de la diáspora africana, la crítica del colonialismo, la denuncia de la violencia policial”.
Más: “Su manera de escribir nombres con omisión de sus vocales (CPRKR por Charlie Parker) anticipa el idioma de los mensajes de hoy”. Por su parte, Suzanne Pagé, directora de la Fundación Vuitton, se rebela contra la calificación de autodidacta: “Acumuló una gran cultura, sin que fuera forzosamente académica,, y conocía la historia del arte. Con cinco años recorría los museos de Nueva York de la mano de su madre”. Y señala entre sus influencias a Picasso, De Kooning o Cy Twombly.
Lector de Proust, revisitó vanidades clásicas y en la exposición se ve una Gioconda y una versión de l’Olympia de Manet, en la que elimina a la cortesana y solo deja la criada negra.
Si sus tres cabezas monumentales en otras tantas telas atrapan de entrada, el morbo lo aporta el cráneo con boca deformada por el grito, retrato sin título de 1982, subastado en diez minutos, en Sotheby’s Nueva York, el año pasado, por 93.800.000 euros. Su comprador, el millonario japonés Yusaku Maezawa, quien ya en el 2006 pagó más de 45 millones de euros por un Basquiat y hoy es también uno de los primeros potenciales viajeros al espacio, en el 2023, a bordo del Space X, dijo ver en ese cráneo “la obra que Basquiat hubiera pintado de regreso de un viaje espacial”.
Hay quienes aprecian el talento callejero del Basquiat que firmaba SAMO (Same Old Shit) sus grafitis, reflejo de una “cólera al 90%”, como la describía. Pero Pagé reivindica su deseo de ser pintor. Por eso el recorrido de la exposición salta grafitis y arranra ca con la pintura de un accidente entre un coche y un camión lechero, ese que lo manda al hospital a sus siete años. Una convalecencia en la que dijo haber devorado un libro de anatomía.
Además de los grandes formatos hay puertas, planchas, dibujos, objetos, fotocopias, huellas de la fulgurante carrera (19791988) del artista. Conjuntos temáticos: el arte en la calle; sus héroes (músicos de jazz por ejemplo), la palabra, los marabús africanos, sus colaboraciones con Warhol. En la última sala, Riding with death, un jinete sobre un esqueleto, fue pintada en 1988, meses antes de su muerte.
Lo más importante, de acuerdo con los especialistas, es precisamente el clasicismo implícito en la obra de Basquiat, su erudición y simbolismo. Poseía un carisma innato, pero con sólidas bases. Annina Nosei, su primera galerista en 1981, preguntó al periodista del dominical de Le Monde: “¿Conoce usted a muchos adolescentes capaces de disertar como él lo hacía sobre Marcel Duchamp”. También tuvo la suerte de conocer al futuro genio Alexis Adler, su compañe- en un estudio del East Village, entre 1979 y 1980, que el año pasado, ya sexagenaria, expuso las 150 fotos que conservaba del hijo de un contable haitiano y de una portorriqueña, de clase media pero crecido en el duro Brooklyn de entonces. Imágenes anteriores al triunfo pero también a la heroína que lo mató.
El poderoso marchante suizo Bruno Bischofberger fue de los primeros en vislumbrar el genio y/o el potencial económico de Basquiat. ¿Pero qué pasó con los museos? Poco y nada. No por un problema de dinero, ya que la cotización se ha embalado recientemente. ¿Por racismo? Eso anticipaba el artista. En 1989 el MOMA –ni un solo Basquiat–, rechazó una donación de los Schorr. Motivo: el precio de un Basquiat sería inferior al de su almacenamiento. En 1982 un Basquiat salía por 1.500/5.000 dólares. Marchantes como José Mugrabi o Enrico Navarra insuflaron vértigo desde 1998. En el 2002 se habla de 5 millones de dólares. En el 2008 el grupo U2 obtuvo 5,5 millones de euros por Pecho/Oreja y el baterista Lars Ullrich, de Metálica, duplicó
Ambos artistas tenían sólo 28 años cuando murieron; uno, de gripe española; el otro, de sobredosis
esa suma con Boxeador.
Desmentida del mercado a quienes perdonan a la heroína porque creen que la droga puede avivar la creatividad: lo más apreciado es de 1981-82, anterior a los pinchazos.
Hace ocho años nadie quería retomar la exposición de la fundación Beyeler, comisariada ya por Buchhart, quien también curó las del museo de arte moderno de París, el Barbican de Londres y el Schirn de Francfort, el 2017. Vuitton dijo sí entonces. Hoy, asegurar el conjunto costaría cuatro veces más. Ocho instituciones y 45 coleccionistas prestan lo que París mostrará hasta el 14 de enero próximo. Una parte de la exposición volará en el 2019 a Chelsea, para la inauguración de la Fundación Peter Brant.