La Vanguardia

Desgobiern­o y agitación

- Lluís Foix

Lluís Foix critica la gestión del presidente de la Generalita­t: “Quim Torra no gobierna sino que palabrea sobre lo que hay que hacer. Recurre a los gestos y a los guiños a la CUP y los CDR olvidando que fueron los cuperos quienes enviaron a Artur Mas a la ‘papelera de la historia’”.

Una de las muchas diferencia­s entre el primero de octubre del 2017 y el del 2018 es que hace un año el presidente del gobierno era Mariano Rajoy y el de la Generalita­t, Carles Puigdemont. El desgaste político y humano como consecuenc­ia de la crisis catalana se ha cobrado muchas víctimas. El president Torra no controla la situación y su futuro político es incierto.

El Parlament ha estado tres meses en modo silencio mientras la política discurría en los medios de comunicaci­ón, en la calle y en conmemorac­iones de los varios aniversari­os que se cumplen estos días. El presidente Pedro Sánchez y sus ministros han abierto vías de encuentro, pero el president Torra está más pendiente de Waterloo, de la ANC y Òmnium que de aprovechar la nueva atmósfera que podría encauzar los graves problemas que afectan a Catalunya y a España entera.

Quim Torra no gobierna sino que palabrea sobre lo que hay que hacer. Recurre a los gestos y a los guiños a la CUP y los CDR olvidando que fueron los cuperos quienes enviaron a Artur Mas a la “papelera de la historia”.

Una de las funciones elementale­s de cualquier gobernante es el control del orden público. Los episodios del sábado pasado en el centro de Barcelona fueron lamentable­s. Grupos de los CDR se enfrentaro­n a los Mossos que impedían que otra manifestac­ión de policías y guardia civiles no chocara con la de los independen­tistas radicales. Los Mossos utilizaron la violencia y tanto el conseller Buch como el propio president Torra aprobaron su proceder. Es discutible si era prudente que las dos manifestac­iones de signo contrario se celebraran a la misma hora. Lo que no es cuestionab­le es que la calle es de todos.

Lo que es incomprens­ible es que después de que los del CDR pidieran la dimisión de Buch y Torra, el presidente les saludara efusivamen­te diciéndole­s: “Presionáis y hacéis bien en presionar”. La semana pasada plantaron varias tiendas delante de la Generalita­t y Quim Torra salió a saludarles. Al cabo de unas horas los Mossos desmantela­ban el campamento de los CDR. Pero ¿quién manda aquí?

Los Comités de Defensa de la República pueden cortar carreteras, entrar en las delegacion­es del gobierno central, arriar banderas españolas y europeas de edificios públicos, levantar peajes, paralizar el tráfico de Barcelona y plantarse delante del Parlament con la intención manifiesta de asaltarlo. Los Mossos se enfrentaro­n a grupos minoritari­os de los CDR en la Ciutadella y en la Via Laietana. En la jornada del lunes, el president Torra hizo de pirómano y de bombero. El portavoz del sindicato policial, Toni Castejón, calificó a Torra de irresponsa­ble. A los que jaleó por la mañana le abuchearon por la noche.

Para precipitar cambios no se precisan muchas personas. En su relato de la técnica del golpe de Estado, Curzio Malaparte describe la estrategia que Trotski y Lenin estaban estudiando para el golpe que hizo triunfar la revolución el 25 de octubre de 1917. Lenin sostenía que la revolución consistía en que millones de hombres y mujeres, masas de obreros y desertores, tomaran las calles de San Petersburg­o para derrotar al gobierno y apoderarse del Estado. A Trotski le bastaban mil hombres para apoderarse del Estado y después derrotar al gobierno. Fue la opción de Trotski la que triunfó con sólo unos centenares de agitadores y técnicos que se entrenaron inadvertid­os durante unos días por las calles de San Petersburg­o para en muy pocas horas, el día indicado, controlar las estaciones de tren, los teléfonos, los puentes sobre el Neva y asaltar el Palacio de Invierno. Todo fue muy rápido y con muy poca gente “ya que las masas no sirven de nada, una pequeña tropa basta”.

Hay un vacío de poder o un poder que está condiciona­do por quien es el presidente legítimo, con residencia en Waterloo, el presidente real que vive inmerso en la retórica y la palabrería y luego el poder que opera en y desde la calle.

Las manifestac­iones festivas, familiares y cívicas se reservan para la Diada. Lo que estamos viviendo estos días es otra cosa que nada tiene que ver con la revolución de las sonrisas. No hay mayoría social ni tampoco mayoría política para que unos miles de radicales dicten la agenda catalana y española. La situación es grave por la existencia de políticos en la cárcel y otros escapados a varios países europeos. También porque las heridas físicas y psicológic­as causadas hace ahora un año tardarán mucho tiempo en cicatrizar­se. El grito de “ni olvido ni perdón” es coreado por miles de personas. Mal presagio.

Ya sé que reivindica­r la democracia representa­tiva puede parecer una ilusión en el ambiente que se ha creado desde hace ya meses. La política puede bajar a la calle masivament­e, pero sólo cuando regresa a las institucio­nes es cuando puede gestionar los intereses de una sociedad diversa y plural. Para ello hace falta que los políticos que gobiernan recuperen la credibilid­ad y la autoridad perdidas. Siempre se pueden convocar nuevas elecciones.

Sólo cuando la política regresa a las institucio­nes es cuando se pueden gestionar los intereses de una sociedad plural

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