Boris Johnson
EXMINISTRO BRITÁNICO
El exministro británico de Exteriores Boris Johnson sacó ayer la artillería pesada contra Theresa May, a quien quiere reemplazar en Downing Street. En el congreso tory, atacó el plan de la premier para el Brexit, que calificó de
“gran mentira”.
En circunstancias normales el congreso del Partido Conservador es una ocasión para hacer loas al líder, alzarlo en volandas y ponerle una corona de laurel en la cabeza. No en esta ocasión. La conferencia de los tories es una emboscada en toda regla a Theresa May, como en las películas de mafias chinas. Enfrente tiene a Boris Johnson y los partidarios del Brexit duro. Si quiere huir por la retaguardia, le cierran el paso los eurófilos que desean seguir lo más pegados posibles a la Unión Europea. En el callejón de la izquierda la aguardan los promotores de un segundo referéndum. En el de la derecha, igual de oscuro y siniestro, una Cámara de los Comunes dispuesta a votar que no a cualquier acuerdo. Sobrevolando en un helicóptero, a la espera del desenlace de la sangrienta batalla, se hallan Michel Barnier y los negociadores de Bruselas. Desde el río, en una embarcación fuertemente armada, observan la situación los unionistas del DUP norirlandés. Y los únicos que guardan las espaldas de la primera ministra, con cuchillos de palo, son los miembros de su gabinete, muchos de ellos dispuestos a salir corriendo a las primeras de cambio.
La jornada de ayer hizo realidad los peores temores de May, cuando mil quinientos militantes tories hicieron cola de hasta hora y media para presenciar en directo la intervención de su archienemigo Boris Johnson en el fringe del congreso. Y el exministro de Exteriores no les decepcionó, con un ataque virulento al plan de Chequers (la propuesta de la primer ministra para un Brexit blando), que calificó de “peligroso, antidemocrático, inestable, una afrenta constitucional y un potencial boom para la extrema derecha”. Como si él no se hubiera convertido en la extrema derecha.
“Las propuestas de Theresa May constituyen una gran mentira, una humillación moral e intelectual que no responde a lo que más de 17 millones de personas votaron en el referéndum de hace dos años”, dijo Johnson, favorito de las bases conservadoras –junto al diputado euroescéptico Jacob Rees-Mogg– para ocupar el 10 de Downing Street. El exsecretario del Foreign Office, personaje pintoresco donde los haya, presentó sus credenciales como el Trump británico con un plan de bajar impuestos, construir vivienda y autorizar a que la policía pare a la gente en la calle (los afectados suelen ser negros y asiáticos) con el fin de combatir la delincuencia.
Frecuentemente interrumpido por unos vítores y aplausos que alimentaron su ya de por sí enorme ego, Boris (que dimitió del gabinete en julio pasado) ofreció su imagen de un Brexit consistente en un simple acuerdo de libre comercio parecido al que la UE ha suscrito con Canadá, que permita al Reino Unido “recuperar por completo la soberanía y ser libre para firmar sus propios tratados”. La cuestión es que esa fórmula no resuelve el problema de una frontera dura en Irlanda.
May, según fuentes oficiales de su Gobierno, se dispone a hacer nuevas concesiones a Bruselas para desbloquear las negociaciones y facilitar la conclusión del acuerdo de salida que habría de concretarse en noviembre. Básicamente, propondrá que Londres continúe de facto en la unión aduanera de modo indefinido, más allá de la conclusión del periodo de transición en el 2020, y que las mercancías que entren en el Ulster estén sujetas a los estándares continentales en materia agrícola y de medio ambiente, haciendo así innecesarios los controles.
La nueva oferta, que todavía no ha sido oficialmente formulada, va a provocar un infarto a los partidarios del Brexit duro, ya que haría imposible uno de sus grandes objetivos, que Gran Bretaña pueda negociar y firmar sus propios acuerdos comerciales con los Estados Unidos, China o Nueva Zelanda, excepto en el sector servicios. Londres sólo saldría de la unión aduanera en un futuro indefinido, con el consentimiento de Bruselas, cuando los avances tecnológicos permitieran seguir las mercancías electrónicamente hasta el lugar de destino y asegurarse de que el importador y el exportador pagan las tarifas adecuadas. Downing
Street ya había lanzado hace unos meses un globo sonda en esta línea, pero como un plan provisional con un plazo de caducidad.
Hoy, en el discurso de clausura del congreso, May intentará una vez más vender su plan de Chequers como la única opción realista, a pesar de que elementos cruciales del mismo han sido rechazados por la UE como una amenaza para la integridad del mercado único. Boris Johnson, en un ataque preventivo, dijo que “lejos de ser pragmático, se trata de una bomba de relojería; en vez de recuperar el control, lo que haríamos sería cederlo todavía más; en vez de irnos, nos quedaríamos con un pie dentro y otro fuera, sin voz ni voto, algo que el pueblo británico no perdonaría”.
Johnson, un privilegiado que hizo el gamberro en Eton y Oxford, se postula cada vez más claramente como el Trump inglés. El congreso de Birmingham ha puesto en evidencia el giro radical del partido hacia la derecha, acercándose al UKIP y a otros partidos xenófobos europeos, incapaz de resistirse a la tentación de ocupar un espacio creado por el fracaso de las políticas de centro, el populismo y la hostilidad hacia el sistema. Pero primero tiene que quitarse de en medio a una Theresa May rodeada de enemigos. De entrada, ha sacado la pistola.
ATAQUE EN TODA REGLA “El plan de Chequers es antidemocrático, inmoral, peligroso y una afrenta constitucional”
LA PREMIER SE DEFIENDE Prepara nuevas concesiones que mantendrían a Londres en la unión aduanera
BRUSELAS ESPERA La UE debe decidir si la oferta resuelve el problema de la frontera de Irlanda