La Vanguardia

La escasez y el pillaje toman Célebes tras el tsunami

Indonesia aumenta a más de 1.300 las muertes por el desastre

- ISMAEL ARANA

Durante dos días, Edi Setiwan, de 32 años, ayudó a sacar a vivos y muertos del mar de lodo y escombros que dejó a su paso el terremoto y posterior tsunami que asoló la costa occidental de la isla de Célebes el pasado viernes. Hasta que, en un momento dado, la imagen de dos cuerpos inertes medio enterrados en el barro le rompió por dentro. “Pude ver que mi padre todavía estaba abrazado a mi hermana”, narró a la agencia AP. “Solo lloré. Había ayudado a salvar a otras personas, pero no pude salvar a mi propia familia”.

Su historia es una más de entre las cientos que se escuchan estos días en esta región de Indonesia devastada por la fuerza de los elementos, donde el último recuento de muertos ascendía ayer a 1.347. Entre ellos, 34 estudiante­s de Teología de entre 13 y 15 años que perecieron después de que un alud de tierra barriera la iglesia en la que se encontraba­n de retiro espiritual, o los nueve cadáveres recuperado­s de entre los escombros del hotel Roa Roa.

Aunque los equipos de salvamento –una mezcolanza formada por soldados, policías y voluntario­s– han sido capaces de rescatar a varias personas con vida, conforme pasan las horas disminuyen las esperanzas de localizar nuevos supervivie­ntes. Hasta el momento, decenas de víctimas han sido ya enterradas en fosas comunes para evitar la transmisió­n de enfermedad­es, y se teme que pueda haber cientos de muertos enterrados entre las ruinas y el barro de zonas de difícil acceso.

En una de ellas, la más próxima al epicentro del terremoto de magnitud 7,5 que desencaden­ó el tsunami con olas de hasta seis metros, la desesperac­ión se convirtió en cólera ante la escasez de comida y agua potable para los damnificad­os. “Preste atención a Donggala, señor presidente, preste atención a Donggala. Todavía hay muchos pueblos desatendid­os aquí”, gritó un residente a una tele local que llegó a la maltrecha zona, en donde viven unas 300.000 personas.

En la ciudad de Palu, capital de la provincia de Célebes Central y la ciudad más afectada, el escenario seguía siendo dantesco. Entre carteles en los que se podía leer “Necesitamo­s ayuda” y barrios borrados del mapa, se apreciaba a niños mendigando agua y alimentos por las calles al lado de largas colas de gente tratando de hacerse con algo de gasolina frente a la atenta mirada de los soldados armados con rifles semiautomá­ticos.

La ciudad, cuyos hospitales están saturados con 800 heridos graves, también fue escenario de pillajes en comercios y cajeros, altercados en los que han sido detenidas al menos 45 personas, según datos de la policía. Ansiosas por escapar del desastre, miles de familias hacían cola en el aeropuerto de Palu con la esperanza de ser evacuadas. “No hemos comido en tres días, sólo queremos estar a salvo”, gritaba una mujer a los medios allí presentes.

Mientras tanto, organizaci­ones de ayuda internacio­nal y los militares indonesios trabajan a destajo para tratar de atender a los 191.000 afectados que la ONU calcula que hay en la región, aunque se están encontrand­o con serias dificultad­es para lograrlo dado el nivel de destrucció­n sufrido por las infraestru­cturas y la falta de maquinaria pesada. En las gráficas palabras de Nigel Timmins, director de ayuda humanitari­a de Oxfam, “es como encontrars­e con una pared de agua llena de escombros: cemento, árboles, coches... Como si todo hubiera sido mezclado en una hormigoner­a gigante. Es un completo caos”.

En la ciudad de Palu, la más afectada, hay niños mendigando agua y comida, y largas colas para la gasolina

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JEWEL SAMAD / AFP Supervivie­ntes intentan conseguir un pollo vivo ayer en Palu

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