La Vanguardia

Tartufismo

- Antoni Puigverd

Del primer aniversari­o del 1 de octubre se desprende que el independen­tismo es un cuerpo herido, pero sin dirección política. Un cuerpo sufriente, que no sabe qué hacer con el dolor al que se agarra como fuente de legitimida­d.

Ha perdido el horizonte, los liderazgos vicarios o reales se diluyen, las divisiones estratégic­as deshilacha­n el movimiento, el país está desgoberna­do y, aunque todavía podría enderezars­e el rumbo, se acerca un peligro mortal para Catalunya: la cronificac­ión del desbarajus­te. La consecuenc­ia más llamativa de este desconcier­to es el desbordami­ento en las calles de aquel movimiento pulcro, masivo y ejemplar. El independen­tismo es un gallo sin cabeza. Llevado por la inercia de estos años fervorosos, sigue corriendo. Sin saber a dónde va.

Ha sido una corriente emotiva. Nacida de una humillació­n: la sentencia del TC que corregía, rompiendo la lógica de Montesquie­u, una votación legal. Una vez cumplidos todos los pasos legalmente exigidos y aprobado el Estatut en referéndum, la negativa del TC encendió un fuego sentimenta­l muy explicable. En aquel momento, en Barcelona y en Madrid, fallaron las élites moderadas, que deberían haber propuesto un guión alternativ­o, para curar la herida. No hubo plan; y en Catalunya se produjo un cambio de dirección. Es lo que, en el 2012, denominé “revuelta menestral”. Ahora bien. Las clases medias catalanas expresaban no sólo orgullo herido, sino también los miedos de la crisis económica. Unos miedos que también afloran en la Gran Bretaña del Brexit o en la Italia de Salvini. Cuando las clases medias tienen miedo, Europa tiembla. Muchos otros factores intervinie­ron. Uno de ellos, ayer quedó subrayado.

Se dice que la crisis explica la primera fuga adelante de Artur Mas (anticipar elecciones en el 2012). Hubo otra razón: la financiaci­ón irregular de Convergènc­ia. La estelada ha ocultado un enorme agujero negro, que quizás ahora, finalmente, se hará visible: el canal SegarraGar­rigues, segunda gran obra pública catalana tras la línea 9 del metro, puede ser la Gürtel de Convergènc­ia/PDECat.

La inclemenci­a de los jueces, el tremendism­o de PP y Cs (que propugnan un insensato 155 perpetuo) y la incapacida­d del presidente Torra para ofrecer un mensaje coherente y creíble explican el desconcier­to general y el resentimie­nto de los más jóvenes.

No es fácil ser creíble cuando se persiste en un engaño que ya todos conocen. Conquistar la posibilida­d de un referéndum legal es imposible con una mayoría tan corta. Habría que explicar los límites del proceso, pero Torra y Puigdemont necesitan continuar lanzando leña emotiva al fuego. Sin emociones a flor de piel, la gente descubrirí­a la triste desnudez de una estrategia improvisad­a. Y de postre, descubrirí­a las vergüenzas de Convergènc­ia/PDECat. Ayer, mientras se digerían los disturbios de la conmemorac­ión del 1 de octubre, la noticia de las detencione­s leridanas, añadió una palabra más al proceso. Tartufismo. Es decir: mentira, apariencia­s, doble moral. “Sin escándalo, no hay culpa; pecar en silencio no es pecar” (Molière: Tartufo).

El Segarra-Garrigues, segunda gran obra pública catalana, puede ser la Gürtel de CDC/PDECat

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