Tartufismo
Del primer aniversario del 1 de octubre se desprende que el independentismo es un cuerpo herido, pero sin dirección política. Un cuerpo sufriente, que no sabe qué hacer con el dolor al que se agarra como fuente de legitimidad.
Ha perdido el horizonte, los liderazgos vicarios o reales se diluyen, las divisiones estratégicas deshilachan el movimiento, el país está desgobernado y, aunque todavía podría enderezarse el rumbo, se acerca un peligro mortal para Catalunya: la cronificación del desbarajuste. La consecuencia más llamativa de este desconcierto es el desbordamiento en las calles de aquel movimiento pulcro, masivo y ejemplar. El independentismo es un gallo sin cabeza. Llevado por la inercia de estos años fervorosos, sigue corriendo. Sin saber a dónde va.
Ha sido una corriente emotiva. Nacida de una humillación: la sentencia del TC que corregía, rompiendo la lógica de Montesquieu, una votación legal. Una vez cumplidos todos los pasos legalmente exigidos y aprobado el Estatut en referéndum, la negativa del TC encendió un fuego sentimental muy explicable. En aquel momento, en Barcelona y en Madrid, fallaron las élites moderadas, que deberían haber propuesto un guión alternativo, para curar la herida. No hubo plan; y en Catalunya se produjo un cambio de dirección. Es lo que, en el 2012, denominé “revuelta menestral”. Ahora bien. Las clases medias catalanas expresaban no sólo orgullo herido, sino también los miedos de la crisis económica. Unos miedos que también afloran en la Gran Bretaña del Brexit o en la Italia de Salvini. Cuando las clases medias tienen miedo, Europa tiembla. Muchos otros factores intervinieron. Uno de ellos, ayer quedó subrayado.
Se dice que la crisis explica la primera fuga adelante de Artur Mas (anticipar elecciones en el 2012). Hubo otra razón: la financiación irregular de Convergència. La estelada ha ocultado un enorme agujero negro, que quizás ahora, finalmente, se hará visible: el canal SegarraGarrigues, segunda gran obra pública catalana tras la línea 9 del metro, puede ser la Gürtel de Convergència/PDECat.
La inclemencia de los jueces, el tremendismo de PP y Cs (que propugnan un insensato 155 perpetuo) y la incapacidad del presidente Torra para ofrecer un mensaje coherente y creíble explican el desconcierto general y el resentimiento de los más jóvenes.
No es fácil ser creíble cuando se persiste en un engaño que ya todos conocen. Conquistar la posibilidad de un referéndum legal es imposible con una mayoría tan corta. Habría que explicar los límites del proceso, pero Torra y Puigdemont necesitan continuar lanzando leña emotiva al fuego. Sin emociones a flor de piel, la gente descubriría la triste desnudez de una estrategia improvisada. Y de postre, descubriría las vergüenzas de Convergència/PDECat. Ayer, mientras se digerían los disturbios de la conmemoración del 1 de octubre, la noticia de las detenciones leridanas, añadió una palabra más al proceso. Tartufismo. Es decir: mentira, apariencias, doble moral. “Sin escándalo, no hay culpa; pecar en silencio no es pecar” (Molière: Tartufo).
El Segarra-Garrigues, segunda gran obra pública catalana, puede ser la Gürtel de CDC/PDECat