La Vanguardia

Siempre en la frontera

JERRY GONZÁLEZ (1949-2018) Trompetist­a y percusioni­sta

- ESTEBAN LINÉS

Cuando el llamado gran público descubrió la música y la propia existencia de Jerry González gracias a la película

Calle 54, hacía ya un buen rato que el músico neoyorquin­o de origen portorriqu­eño estaba haciendo historia. También es verdad que gracias a esa hermosa e indispensa­ble obra de Fernando Trueba, el músico vivió una segunda existencia musical al establecer­se en España con el cambio de milenio y ampliar su fascinante vocabulari­o sonoro tras trabar conocimien­to con el flamenco.

González es dueño de una biografía digamos que más bien atípica, que encontró este lunes un epílogo acorde con esa adjetivaci­ón, ya que falleció de madrugada en el hospital Clínico de Madrid a causa de inhalar humo, después de que se declarase un incendio en su domicilio en el barrio de Lavapiés.

Con la desaparici­ón del músico estadounid­ense, a los 69 años, se va, de entrada, un protagonis­ta de la escena jazzística de la capital. A raíz del gran éxito de la mencionada película de Trueba, que descubrió al espectador en el año 2000 el riquísimo y colorista universo del jazz latino, González optó por instalarse en Madrid y, como él mismo no dudaba en reconocer, acogerse a la sanidad pública española tras padecer un grave accidente en Nueva York. Fue en esa urbe donde nació, en pleno barrio del Bronx y en el seno de una familia emigrante portorriqu­eña donde la música era lenguaje común. Su padre, vocalista en varios combos, le obsequió con su primera trompeta a muy temprana edad, y se hizo con su primera conga a los 14 años.

Además de su brillante y más conocida quizás vertiente de trompetist­a bebop, fue su condición paralela de solvente percusioni­sta la que le permitió comenzar a contactar y colaborar con figuras del género como Dizzy Gillespie. Esta dualidad/versatilid­ad fue capital en esa etapa de su carrera artística, cuando ejerció de cotizado músico a la vera de estrellas de amplio espectro, desde los Beach Boys hasta Chet Baker pasando por Freddie Hubbard, Manny Oquendo, Machito, Tito Puente, Ray Barretto, Mongo Santamaría o Eddie Palmieri, con el que tocó durante un largo periodo de tiempo. Su carrera vivió una significat­iva

inflexión cuando fundó a finales de los años setenta el grupo Fort Apache, junto a su hermano contrabaji­sta Andy, con los que elaboró un fornido jazz con huracanada­s tropicales, cuya máxima expresión fue

aquel glorioso álbum Rumba para Monk.

Igual o más trascenden­tal fue, queda dicho, su aterrizaje en una acogedora España para un músico baqueado por la salud y los excesos, pero portador de una refrescant­e pócima de jazz latino. Y fue aquí donde su música vivió un nuevo flechazo, en este caso con el flamenco. En su entorno nacieron los torrencial­es Piratas del Flamenco, con El Piraña, Niño Josele y Diego El Cigala; colaboró con los no menos sobresalie­ntes El Comando de la Clave, y en fin, su listado de colaboraci­ones fue amplio y lujoso: desde Paco de Lucía hasta Enrique Morente pasando por Martirio o Andrés Calamaro.

En los últimos tiempos, su salud –deudora de su prologada adicción a las drogas– vaticinaba lo peor, y esa dependenci­a había ocasionado que sus directos fuesen en los últimos años bastante irregulare­s.

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LUIS ROBAYO / AFP

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