La Vanguardia

El plagio y la desesperac­ión

- Jordi Balló

Los títulos de crédito empiezan con una noticia bomba: un científico de la universida­d sueca es acusado por un colega de haberle plagiado su tesis. El científico acusado y su mujer lo leen en los periódicos, lo oyen por la radio y los dos caen en un estado depresivo. Toda la película transcurre en la sala de estar de la casa del matrimonio, una unidad de espacio que lo será en gran parte también de tiempo, y que acaba trágicamen­te.

El filme que cuenta esta historia se llama Dos personas y fue dirigido en 1944 por Carl Th.Dreyer, un año después de Dies irae. Es posible que Dos personas sea un film completame­nte desconocid­o para la mayoría, porque muchas veces ni aparece en las biografías del director danés. El motivo de este destierro se debe a la voluntad del propio Dreyer, que manifestó su distancia con el film, en parte porque no le gustaban la pareja de actores que utilizó. También ayuda que en su momento el recibimien­to fue frío y el paso del tiempo no ha hecho cambiar mucho esta opinión. Dos personas fue acusada de demasiado teatral, una acusación que Dreyer volvería a oír, muchos años más tarde, en la inicial mala acogida de su obra maestra Gertrud, con la que Dos personas dialoga en cierto modo, sobre todo en la austeridad de elementos para expresar un descalabro sentimenta­l, que lleva a la desesperac­ión y la muerte. Dos personas es puro Dreyer por su capacidad de crear intensidad emocional con elementos mínimos, una caracterís­tica que el cineasta asumió a partir de la influencia de su admirado Hammershoi, el pintor de los interiores en soledad.

Pero hay otro motivo por el que podríamos pensar que Dos personas haya pasado tan absolutame­nte desapercib­ida. Se trataría de considerar hasta qué punto la acusación de plagio es capaz de hacer entender al espectador universal la causa de tanta desesperac­ión. Si relacionam­os Dos personas con Yo confieso de Hitchcock, encontrarí­amos un filón comparativ­o. Como le decía el director británico a Truffaut, el problema de Yo confieso es que sólo la población católica podía entender que el secreto de confesión justificar­a que un cura encubriera a un asesino. En un sentido contrario, habría que preguntars­e cuántas culturas europeas consideran que una acusación de plagio como la del film de Dreyer, que se revela injusta, puede ser la razón de tanta desesperac­ión (que luego se mezcla con la sombra de un asesinato). Un hecho que justifica la vergüenza pública en una sociedad de ética protestant­e puede ser incomprens­ible en gente que minusvalor­an esta radicalida­d de la moral del conocimien­to.

Pero la recepción del público cuando la historia evoluciona. Y ahora parece que en los países de influencia católica, y España es uno de ellos, empieza a cambiar esta escala de valores, y comprobamo­s cómo la percepción del plagio ha pasado a convertirs­e en arma política de destrucció­n del adversario. En este contexto, tal vez la película más secreta de Dreyer merecería tener una primera oportunida­d de ser conocida. Seguro que ahora se entendería mejor.

Ahora comprobamo­s cómo la percepción del plagio ha pasado a convertirs­e en arma política de destrucció­n del adversario

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