La Vanguardia

Fascinados por el pasado

- Miquel Puig

Hace una semana, Jaume Collboni y Jordi Hereu propugnaba­n desde La Vanguardia “volver a hacer historia”, que el Ayuntamien­to de Barcelona retomara el proyecto de liderar la candidatur­a para unos Juegos Olímpicos de invierno a celebrar entre el Pirineo y la ciudad.

Lo justificab­an porque los Juegos del 92 fueron un gran éxito (“lo mejor que le ha pasado a Barcelona en los últimos años”), porque aquel éxito habría sido el desencaden­ante de un cambio profundo de la ciudad (“hoy, Barcelona es una ciudad mundialmen­te conocida y hemos extendido nuestro éxito en campos como la innovación, el diseño o la medicina”), y porque podría repetirse con efectos más allá de la ciudad (“unos Juegos no pueden ser un fin en sí mismo, deben ser una oportunida­d para transforma­r una ciudad y un país”).

Repetir algo que ha funcionado bien es siempre tentador, y por eso mismo es importante analizar si las circunstan­cias son similares a las de entonces.

A mediados de los años ochenta, Barcelona era la capital de una sociedad industrial cuando Occidente parecía decir adiós a la industria, desconocid­a en toda Europa (más o menos como Marsella o Nápoles), poco preparada para la economía de servicios que se estaba imponiendo, con poca autoestima y con la sensación de estar quedando atrás (recordemos el impacto de artículos como “Barcelona es el ‘Titanic’” o

Los Juegos del 92 fueron un éxito, pero la ciudad se ha transforma­do con la industria y la ciencia

“Madrid se escapa”). En aquel contexto, el Ayuntamien­to de Barcelona diseñó una estrategia que incluía la innovación tecnológic­a (Barcelona Tecnología, Iniciativa­s, Parque Tecnológic­o del Vallés...) pero que se centraba en la atracción de actividad: visitantes, sedes empresaria­les, organismos públicos... Los instrument­os fueron un plan de hoteles para aumentar la oferta de alojamient­o, un nuevo palacio de congresos, la ampliación de la Fira, la apertura de la ciudad al mar... y, sobre todo, una gigantesca campaña de marketing para dar a conocer Barcelona (“ponerla en el mapa”): los Juegos del 92. Estos, efectivame­nte, catapultar­on el grado de conocimien­to y el prestigio de la ciudad, de manera que ahora es difícil encontrar un occidental que no hable bien de ella.

Ahora bien, que los Juegos fueran un éxito en una campaña exitosa no significa que la transforma­ción de la ciudad, que ha sido profunda, se fundamente en ellos. Tiene mucho más que ver el renacimien­to de la industria catalana y el nacimiento de una actividad científica en Catalunya.

Por otra parte, los problemas de Barcelona no son los mismos de hace treinta años. Más bien son los contrarios. Ahora la cuestión es cómo gestionar las consecuenc­ias de aquel éxito: demasiados turistas y demasiadas iniciativa­s empresaria­les disputan el centro de la ciudad a los vecinos de toda la vida.

No siempre es acertada la frase “nunca segundas partes fueron buenas”, pero rara vez lo es más que en este caso, porque si nos importan los alquileres de Barcelona, lo último que nos conviene es otra campaña de imagen.

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