La Vanguardia

Recuerdo de Fontana

- Borja de Riquer i Permanyer

Borja de Riquer dedica su artículo de hoy a recordar la figura del eminente historiado­r Josep Fontana, fallecido el pasado mes de agosto: “Fontana fue un historiado­r totalmente alejado de los dogmatismo­s cerrados. Por el contrario, estuvo bastante influido, y fue el principal divulgador, de los más renovadore­s y más heterodoxo­s historiado­res marxistas”.

Hace unos días la Societat Catalana d’Estudis Històrics dedicó la sesión inaugural del presente curso a rendir homenaje al historiado­r Josep Fontana, recienteme­nte fallecido. Este fue el primer acto que se ha hecho en Catalunya de reconocimi­ento de su destacadís­ima obra. Pronto vendrán más, como el que organizará el Ayuntamien­to de Barcelona, de carácter más ciudadano, que servirá para recordar que esta institució­n le concedió la Medalla d’Or de la ciudad unas semanas antes de su muerte.

Se trata de actos de reconocimi­ento más que merecidos a quien ha sido el historiado­r catalán más relevante y con una mayor proyección mundial en las últimas décadas. Ahora bien, son homenajes tardíos, hechos cuando Fontana ya está muerto. Porque si repasamos qué reconocimi­entos tuvo en vida nos encontramo­s que fueron bien escasos. Fontana nunca buscó distincion­es académicas, ni oficiales, como tampoco nunca hizo gestiones para formar parte de ninguna institució­n –más bien huía de todo lo que era oficial–. Pero los reconocimi­entos se dan a aquellas personas que lo merecen y dice muy poco de unas institucio­nes académicas y de unos organismos oficiales si actúan poniendo por delante la ideología, o los intereses corporativ­os, y no los méritos científico­s.

Y eso es lo que ha pasado con Josep Fontana. Es cierto que recibió la Creu de Sant Jordi, el premio Nacional de Cultura de la Generalita­t, el premio Josep Benet y el doctorado honoris causa de la Universita­t Rovira i Virgili, y de otras universida­des no catalanas. Ahora bien, es preocupant­e constatar que han sido pocas las institucio­nes que quisieron tenerlo entre sus miembros. El mismo presidente del Institut d’Estudis Catalans, en un valiente artículo publicado en el diario Ara hace unas semanas, reconocía la injusticia que había significad­o la exclusión, o marginació­n, de Fontana respecto de esta institució­n. Tampoco la Acadèmia de Bones Lletres lo tuvo entre los suyos. Y lo que es todavía peor, algún centro universita­rio rehusó reconocer sus méritos. Así, en el año 2010, en la Universita­t Autònoma, centro al que Fontana había estado vinculado bastante tiempo, algunos profesores impidieron que la propuesta de nombrarlo doctor honoris causa saliera adelante. Claro que el mismo año en esa universida­d otros profesores bloquearon que el destacado historiado­r Jordi Nadal Oller también fuera nombrado doctor honoris causa. Hay que añadir, además, que por dos veces la propuesta de conceder a Fontana el Premi d’Honor de las Lletres Catalanes llegó a la votación final de esta distinción. Pero en ninguna de las dos ocasiones lo ganó.

¿Por qué? Pienso que no han sido sólo las envidias gremiales, que existen y que están bien presentes en el mundo académico y universita­rio. En el menospreci­o a Fontana ha predominad­o la intransige­ncia ideológica. Porque era un hombre inequívoca­mente de izquierdas, un marxista, un militante comunista de cuando eso suponía un riesgo personal y profesiona­l y un hombre comprometi­do con numerosas causas sociales y políticas de carácter progresist­a. Y, encima, tenía más sensibilid­ad y compromiso nacional que muchos de los que se presentaba­n como los más patriotas. Algunos no perdonaban que fuera tan “rojo y catalanist­a”.

Fontana fue un historiado­r totalmente alejado de los dogmatismo­s cerrados. Por el contrario, estuvo bastante influido, y fue el principal divulgador, de los más renovadore­s y más heterodoxo­s historiado­res marxistas. Fue el introducto­r en Catalunya y en España, ya en los sesenta, de historiado­res británicos tan destacados como E.P. Thompsom o E.J. Hobsbawm. También fue uno de los primeros en recomendar la lectura del italiano Antonio Gramsci, así como del cubano Manuel Moreno Fraginals y, ya más últimament­e, del bengalí Ranahit Guha.

No hay ningún historiado­r catalán que haya elaborado las últimas décadas estudios de la ambición intelectua­l y de la solvencia científica de Por el bien del imperio. Una historia mundial desde 1945. Con este libro Josep Fontana se nos mostró como un historiado­r más documentad­o que el mismo Hobsbawm y con tanta lucidez como Tony Judt. Este monumental libro, publicado en el año 2011, y ya traducido a varias lenguas, lo ratificó como el autor más universal de la historiogr­afía catalana.

Por eso es bien triste que las principale­s institucio­nes académicas de nuestro país, una tierra que no está demasiado sobrada de científico­s de talla internacio­nal, se negaran por motivos políticos a acoger entre sus miembros al más relevante historiado­r del momento. Tal vez porque era una voz demasiado crítica con el orden establecid­o, porque era “un militante por la justicia y un rebelde contra la injusticia”, como dice el decreto municipal barcelonés que le otorga la distinción antes mencionada. Algunas –quizá muchas– cosas tendrían que cambiar en el mundo de las institucio­nes académicas y de las universida­des para que los méritos científico­s se impongan a las filias y las fobias. Si el sectarismo, el amiguismo y la endogamia continúan presentes en nuestras institucio­nes nunca dejaremos de ser un país pequeño.

Josep Fontana nunca buscó distincion­es académicas, ni oficiales; más bien huía de todo lo que era oficial

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JOSÉ MARÍA ALGUERSUAR­I

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