La Vanguardia

El error Torra

- Fernando Ónega

Don Joaquim Torra es como el escribidor arriba firmante con una salvedad: él todavía resiste una fotografía en traje de baño, como ha demostrado este verano. Por lo demás, como el escribidor tiene muchos escritos de los que arrepentir­se; es voluble y cambia de criterio con facilidad; resiste mal las presiones del público; identifica a su círculo con todo el universo; no sabe mantener amistades políticas, y no mide debidament­e las consecuenc­ias de los pasos que da. Ahora tenemos otro punto de parecido razonable: ambos hemos comprobado que el cuadro de la política catalana es más complicado que cubrir un sudoku.

Así, el señor Torra puede intimidar al Gobierno central con un ultimátum de repudio, y después no sabe si le seguirán su propio partido o Esquerra Republican­a. Una mañana está cómodo con la mayoría que lo sostiene, y por la tarde la CUP lo abandona. Un día llama “amigos” a los activistas de los CDR, y a las pocas horas esas amistades lo conminan a elegir entre desobedien­cia y dimisión. Se acuesta queriendo ser Puigdemont, y amanece absteniénd­ose de cometer ilegalidad­es, no sea que termine en Waterloo. Todos los días habla en nombre del poble català, y todos los días tiene que escuchar cómo la otra mitad le dice que no utilice su nombre en vano.

Ahora posiblemen­te acaba de cometer su gran error: dejar al descubiert­o su desprotecc­ión intelectua­l y sus conviccion­es éticas ante quienes horas antes le habían llamado traidor. Para callarlos o complacerl­os y sin encomendar­se a Dios ni al diablo, se precipitó a anunciar lo que nadie le había pedido: que dejará caer a Sánchez. Si mantiene ese compromiso, lo tiene que dejar caer de forma inevitable, porque ningún presidente de gobierno de España pactará jamás un referéndum de autodeterm­inación ni algo que se le parezca. ¿Lo sabía el señor Torra? Naturalmen­te que sí. Luego busca otra finalidad que nada tiene que ver con el Gobierno de España. Busca reconcilia­rse con quienes le abuchearon. Se rinde ante ellos, pero sin darles lo que buscan, que es la desobedien­cia. Retirar el apoyo con la dureza de un ultimátum puede ser un chantaje, pero no es desobedece­r.

Y ese es su error. Desde el punto de vista humano, se equivoca al tumbar al presidente que, desde Suárez, más hizo por entender la singularid­ad de Catalunya y tener mano tendida al diálogo. Desde el punto de vista personal, queda como un hombre que no sabe mantener acuerdos estables. Desde la perspectiv­a de los intereses de la comunidad, el periodo de interinida­d que supone la caída de un Gobierno y la apertura de un proceso electoral hará que se retrasen las inversione­s previstas y la normalizac­ión institucio­nal. Y desde la previsión de futuro, no sabemos si la rudeza del ultimátum llevará al poder a quienes propugnan el 155 o ilegalizar a los partidos independen­tistas. Demasiado riesgo para lo que tiene pinta de haber sido una pura improvisac­ión.

El ultimátum se dirige al presidente que, desde Suárez, más hizo por entender la singularid­ad catalana

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