La Vanguardia

Choque de calendario­s

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La administra­ción de los tiempos es esencial en la política. Hacer algo prematuram­ente, como segar cuando las espigas no han doblado el cuello, equivale a estropear la cosecha. Y si se deja que transcurra el tiempo, puede ocurrir lo que pasa con el buen vino que ya no se puede beber por haberse agriado. Al defender el Estatut de 1932 en las Cortes, Manuel Azaña decía que todos los problemas tienen un punto de madurez antes del cual están ácidos y pasado ese punto, se corrompen, se pudren.

La política está sometida a calendario­s cambiantes y no hay peor estrategia que actuar fuera de tiempo o bien pretender que los hechos son irrelevant­es y con frecuencia hacen cambiar discursos e incluso provocan la caída de gobiernos.

Mariano Rajoy era insensible al paso del tiempo o, mejor dicho, pensaba que los largos tiempos muertos resolvería­n los problemas. Perdió el poder por la sentencia del caso Gürtel pero también por haber leído malamente cuanto ocurría en Catalunya. Sus esporádico­s gestos de aproximaci­ón a Artur Mas durante los primeros compases del procés se producen sistemátic­amente a destiempo, como describe Lola García en El naufragio.

El choque de calendario­s fue una de las causas principale­s del desencuent­ro que acabó en confrontac­ión institucio­nal. Los gobiernos de Artur Mas y Carles Puigdemont pensaban que Mariano Rajoy no se atrevería a aplicar el 155, y desde la sala de máquinas de Soraya Sáenz de Santamaría en la Moncloa no contemplab­an la posibilida­d de la ruptura desde el Govern y el Parlament de Catalunya llegando a proclamar la independen­cia de la república catalana, segurament­e la más breve de la historia.

Las estrategia­s se fabricaban sin tener en cuenta la fuerza y la determinac­ión del supuesto adversario. Puigdemont

Si Sánchez y Torra no afrontan el conflicto por cauces constructi­vos sus presidenci­as serán efímeras

sabía las consecuenc­ias de su decisión, como recuerda Santi Vila en el relato vivido la noche del 27 de octubre.

Había fuertes discrepanc­ias en el seno del independen­tismo y dudas en la Moncloa sobre la eficacia de la aplicación del 155. Durante muchos meses no hubo diálogo entre las dos partes sino declaracio­nes cada vez más subidas de tono sobre lo que se pretendía llevar a cabo. En ausencia de contactos políticos al más alto nivel, la catástrofe resultó inevitable porque Rajoy y Puigdemont ejecutaron las amenazas que habían prometido a los suyos.

Después del estropicio los calendario­s siguieron su curso hasta hoy en día. Hay nuevos actores principale­s. Pedro Sánchez en la Moncloa y Quim Torra en la Generalita­t. Si no resuelven el conflicto por los cauces legales y constructi­vos, sus presidenci­as serán muy efímeras. Sánchez puede verse obligado a convocar elecciones con inciertos resultados y Torra corre el riesgo de ser devorado políticame­nte por quienes le invistiero­n. He venido a hacer la república catalana, dijo, y el día que vea que no puedo hacerla, me iré. De momento, la tal república sólo está en su mente y el problema lo tiene en cómo gobernar la autonomía.

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Lluís Foix

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