Viaje a ninguna parte

EMPIEZA a instalarse en la política catalana la sensación de que el mejor acuerdo es no acordar nada. ERC y JxCat parecían almas gemelas hace un año y ahora semejan espíritus desgarrados. El colapso que vive el Parlament y que alcanzó su culmen el jueves es una mala noticia no solo para los independentistas. Después de todo un día entrando y saliendo de los despachos de la Cámara, a modo de vodevil político, y mientras la oposición esperaba sentada en el hemiciclo, las dos principales formaciones soberanistas decidieron aplazar hasta la semana próxima la sesión, cuando el último pleno fue el 17 de julio. El motivo del nuevo enredo fue que JxCat no aceptaba la suspensión acordada por el juez Pablo Llarena de los parlamentarios encarcelados o expatriados, ni la fórmula que permitía designar un sustituto para que no se perdiera su voto, cosa que ERC no cuestionaba por más que no estuviera de acuerdo. JxCat quería que se mantuviera la delegación de voto, lo que tenía un valor moral, porque así seguían siendo simbólicamente diputados. El acuerdo final, que se parece mucho a un no-acuerdo, consiste en no hacer caso a los servicios jurídicos de la Cámara, aboca a que la resolución acabe en el Tribunal Constitucional y, por el camino, le puede complicar la existencia al presidente del Parlament, Roger Torrent.

El único que parecía satisfecho con este buñuelo era Carles Puigdemont, que sigue dirigiendo esa gran orquesta de melodías desafinadas que es la política catalana. El pacto alcanzado amenaza con hacer inviable el Parlament. En este contexto, Quim Torra y Pere Aragonès se reunieron ayer en Palau para ponerle cara de normalidad al desacuerdo. La sensación es que la legislatura ha acabado antes de empezar. Catalunya necesita ser gobernada desde el pragmatismo y desde la plaza de Sant Jaume, no desde un chalet en las afueras. O se ponen o que convoquen, sin esperar al juicio del Tribunal Supremo, que es a lo que están esperando.