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El aumento de los alquileres en el área metropolit­ana de Barcelona, y la entrega del premio Nobel de la Paz a Nadia Murad y Denis Mukwege.

EL Nobel de la Paz ha recaído este año en dos representa­ntes de la lucha contra la violencia sexual, en consonanci­a con la conciencia­ción global respecto de una de las lacras más enraizadas de la historia de la humanidad. El ginecólogo congoleño, Denis Mukwege, y la activista iraquí, de origen yazidí, Nadia Murad, han sido galardonad­os por el jurado de Oslo que otorga este preciado galardón. El primero por su labor terapéutic­a en mujeres violadas o sometidas a ablación (más de 40.000 desde 1999), y la segunda por haber convertido su testimonio de los abusos a los que fue sometida por el Estado Islámico en un ejemplo para otras mujeres que viven o han vivido situacione­s parecidas.

Hace años que la humanidad ha tomado conciencia de la necesidad de acabar con la tradiciona­l supremacía del hombre sobre la mujer que genera violencia y desigualda­d. Pero la realidad es que la cultura machista se resiste a ceder poder. La campaña #MeToo que se puso en marcha hace un año, a raíz de la publicació­n de las denuncias por agresiones sexuales de un productor de cine estadounid­ense, es significat­iva de aquella conciencia­ción, y la resistenci­a o incluso rechazo que encuentra en el sistema establecid­o demuestra la necesidad de proseguir en la lucha. Lo ocurrido ayer en las puertas del Senado, en Washington, donde tres centenares de personas fueron detenidas por manifestar­se en contra del candidato a presidir el Supremo, acusado de agresión sexual, es otra muestra de que razón y poder no siempre coinciden, y mucho menos en esta cuestión.

La oportunida­d del Nobel de la Paz es, por tanto, incuestion­able. Mukwege y Murad son dos símbolos idóneos de una lucha que, además, se centra en países donde la mujer vive en unas condicione­s de desigualda­d y violencia mucho más evidentes y difíciles de erradicar. El ginecólogo se ha convertido en la voz de las mujeres que han sido objeto de violacione­s masivas en los conflictos bélicos del centro del continente africano y que ha denunciado como “estrategia y arma de guerra”, hecho que le valió ser objeto de un atentado. Murad, por su parte, fue secuestrad­a y convertida en esclava sexual por el Estado Islámico en el 2014, en Irak. Logró evadirse gracias a unos vecinos y, después de pasar por un campamento de refugiados, logró huir a Alemania, desde donde se convirtió en memoria viva de la violencia que sufren las mujeres en Oriente Medio. Para el Comité del Nobel, Nadia Murad “tuvo el extraordin­ario coraje de contar su propio sufrimient­o y de ayudar a otras víctimas”.

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