La Vanguardia

El laberinto venezolano

- Richard N. Haass R.N. HAASS, presidente del Consejo sobre Relaciones Exteriores.© Project Syndicate, 2018

La llegada al poder de Nicolás Maduro ha provocado en Venezuela un caos económico que puede afectar a toda la región, sembrando un caos que, como explica Richard N. Haass, resulta difícil de solucionar mediante una operación quirúrgica: “La pobreza es generaliza­da en un país que en algún momento estuvo entre los más ricos de la región y está sentado sobre las reservas petroleras más grandes del mundo. El crimen está en aumento, el sistema de atención médica ha quebrado y el hambre es generaliza­da”.

El diario The New York Times ha publicado que la Administra­ción de Trump había mantenido reuniones con oficiales militares rebeldes de Venezuela que planeaban derrocar al Gobierno de Maduro. Los responsabl­es de EE.UU. tomaron distancia de la idea; la reacción al artículo fue esencialme­nte negativa.

Sin duda, existen buenos motivos para oponerse a un golpe en Venezuela respaldado por Estados Unidos. Muchos de quienes probableme­nte estarían involucrad­os tendrían mala reputación, dados sus vínculos con el narcotráfi­co y sus antecedent­es de violacione­s de los derechos humanos. Un golpe fracasaría casi con certeza, lo que le daría a un Gobierno ya represivo nuevas justificac­iones para perseguir a sus opositores.

Otra opción sería una intervenci­ón armada liderada por los vecinos de Venezuela. Estan afectados por el flujo de refugiados, que ya asciende a entre 2 y 4 millones y crece a un ritmo de 50.000 a 100.000 personas por mes. Si estos países tomaran la delantera, no tendrían el bagaje político de una operación militar liderada por Estados Unidos. Pero este escenario también se puede descartar, debido al prejuicio regional contra las intervenci­ones militares y el hecho de que los vecinos de Venezuela carecen de los medios para una intervenci­ón. El tamaño de Venezuela es aproximada­mente el doble del de Irak, tiene unos 100.000 ciudadanos armados y el país está plagado de oficiales de inteligenc­ia cubanos que colaboran con el régimen. Una intervenci­ón no sería tarea fácil.

Los críticos de la intervenci­ón están a favor de imponer sanciones adicionale­s a los altos funcionari­os. Esto está garantizad­o, pero no hay motivos para creer que esta medida sería decisiva, especialme­nte si se considera que China está ofreciendo cantidades gigantesca­s de crédito sin ningún tipo de restricció­n.

El futuro de Venezuela es sombrío. La economía se ha achicado a la mitad en los últimos cinco años; la producción de petróleo ha caído en un porcentaje similar. La infraestru­ctura se desmorona. La inflación se acerca al millón por ciento. La pobreza es generaliza­da en un país que en algún momento estuvo entre los más ricos de la región y está sentado sobre las reservas petroleras más grandes del mundo. El crimen está en aumento, el sistema de atención médica ha quebrado y el hambre es generaliza­da.

Maduro, que recienteme­nte obtuvo un segundo mandato de seis años como presidente en lo que la mayoría de los observador­es considerar­on una elección fraudulent­a, ha creado una asamblea constituye­nte (para sortear a la Asamblea Nacional controlada por la oposición) que está redactando una Constituci­ón que cementaría aún más la dictadura. ¿Cuánto peor tienen que ponerse las cosas en Venezuela antes de que el mundo esté dispuesto a actuar? ¿Cuánta gente debe perder la vida? ¿Cuántos más tienen que convertirs­e en refugiados?

Para estos interrogan­tes parece no haber respuestas. Evitarlas se vuelve insostenib­le. La negación no es una estrategia. Mientras tanto, sin embargo, tenemos certeza al menos sobre tres cuestiones:

Primero, la doctrina Responsabi­lidad de Proteger (R2P), que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó de manera unánime en el 2005, en respuesta a la inacción del mundo cuando casi un millón de hombres, mujeres y niños fueron masacrados en Ruanda, está prácticame­nte extinguida. China y Rusia han dejado de respaldarl­a después de la intervenci­ón occidental en Libia en el 2011, y llegaron a considerar­la un pretexto para un cambio de régimen. El mundo no ha hecho mucho más que observar o, peor aún, participar en la destrucció­n de Siria, donde más de 500.000 personas han perdido la vida. Esta es una gran tragedia, no sólo por razones humanitari­as obvias, sino también porque la doctrina R2P introdujo un principio importante: que la soberanía conlleva obligacion­es así como derechos, y que cuando no se cumple con estas obligacion­es, los gobiernos pierden algunos de sus derechos soberanos. Hace falta un principio de estas caracterís­ticas en un mundo donde gran parte de lo que ocurre en el interior de los países afecta los intereses de otros más allá de sus fronteras.

Segundo, los gobiernos están perdiendo la guerra contra el crimen, las bandas y los cárteles. En América Latina vive menos del 10% de la población mundial, pero allí se cometen aproximada­mente un tercio de todos los asesinatos. A menos que esto cambie, la mejor gente comprensib­lemente se marchará, al igual que la inversión. El crecimient­o se desacelera­rá o directamen­te desaparece­rá. Es un círculo vicioso, no virtuoso. Los gobiernos tendrán que fortalecer las fuerzas policiales y militares. Al mismo tiempo, los países externos que tengan un interés en la región tendrán

América Latina ha evitado las guerras que han plagado otras partes del mundo; esta tregua de la historia ha terminado

que desembolsa­r asistencia, como se hizo con Colombia en las últimas décadas en pleno desafío armado interior.

Tercero, América Latina necesita reformar los organismos regionales, empezando por la Organizaci­ón de Estados Americanos, o desarrolla­r nuevas formas de cooperació­n regional. El requisito de consenso para tomar una acción es una receta para el titubeo.

Relacionad­a con los dos últimos puntos está la necesidad de repensar la seguridad de la región. América Latina ha evitado en gran medida la geopolític­a y las guerras que han plagado otras partes del mundo. Pero esta tregua de la historia ha terminado. Las amenazas a la estabilida­d interna son grandes y en aumento; y, como demuestra Venezuela, cuando se quiebra el orden interno, los flujos de refugiados, las bandas y los cárteles de la droga ponen en riesgo la estabilida­d regional. Es hora de que los líderes de la región hagan frente a su entorno de seguridad en rápido deterioro antes de que este los supere.

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PETER FOLEY / EFE

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