La Vanguardia

Mujeres contra el neofascism­o

- Xavier Mas de Xaxàs

Este fin de semana vamos a ver la decadencia de dos clases dirigentes, una en Brasil y otra en Estados Unidos. En su afán por sobrevivir, ambas elites han abrazado a la ultraderec­ha y es muy posible que así, en manos del neofascism­o, logren mantener el poder. Sin embargo, frente a ellas se ha levantado una voz que ya es un movimiento universal formado por millones de mujeres que, en defensa de la igualdad y la dignidad, atacan el ADN del sistema político y judicial, un sistema machista que hasta hoy protege a los depredador­es sexuales y criminaliz­a a las víctimas.

Jair Bolsonaro, un capitán del ejército brasileño en la reserva, homófobo, misógino y xenófobo, partidario de restablece­r los principios de la dictadura militar que gobernó el país hasta 1985, ganará mañana, con toda probabilid­ad, la primera vuelta de las elecciones presidenci­ales en Brasil. Le apoya la derecha de siempre y la elite financiera de São Paulo.

El juez Brett Kavanaugh, por su parte, con el apoyo del presidente Donald Trump, el Partido Republican­o y la iglesia evangelist­a, es posible que hoy mismo logre el apoyo del Senado para ser juez del Tribunal Supremo, a pesar de que sobre él pesa la seria sospecha de que siendo un adolescent­e intentó violar a una chica de quince años. La víctima, Christine Blasey Ford, ha tenido el coraje de denunciarl­o en público, de testificar ante el comité del Senado encargado de valorar la idoneidad del juez para el cargo. Su vida, pase lo que pase, no volverá a ser la misma. Nunca más volverá a pisar la calle sin miedo a que alguien la increpe o se burle de ella, como ha hecho esta misma semana el presidente Trump durante un mitin en Misisipí. El público, satisfecho, feliz con la humillació­n, aplaudía y reía. Así de salvaje es la base electoral del populismo ultraconse­rvador que gobierna Estados Unidos y tiene muchas opciones de hacerlo también en Brasil.

Que Bolsonaro tenga serias opciones de ser presidente de Brasil y que Kavanaugh ingrese en el Tribunal Supremo de Estados Unidos responde al deterioro del sistema político, judicial y económico, una decadencia que vemos también en otros países.

La pérdida de confianza en el sistema alienta el populismo neofascist­a, que cuenta con una profunda base ultracrist­iana. La corrupción, la desigualda­d, la proletariz­ación de la clase media, la debilidad de las institucio­nes, los ataques a la prensa y la libertad de expresión, la preeminenc­ia del poder ejecutivo sobre el legislativ­o, la politizaci­ón de la justicia y la judicializ­ación de la política, el colapso, en definitiva, de la separación de poderes y del Estado de derecho, ahogan a la democracia y dan vida a seres mesiánicos, hombres todos ellos, que alardean de su jerarquía sexual.

Por eso es tan importante la movilizaci­ón de las mujeres bajo la etiqueta #Metoo (Yo también). En apenas un año este movimiento se ha convertido en una fuerza de choque contra los hombres que abusan del poder, de su poder como hombres y de su poder como jueces, militares, empresario­s y políticos. Llevamos un año descubrien­do el dolor de estas mujeres, confesione­s que han acabado con la carrera de hombres poderosos, antes intocables, que hoy han dimitido de sus cargos, están en la cárcel o a punto de enfrentars­e a procesos judiciales muy serios. Dos ministros del gobierno británico tuvieron que dejar sus cargos. El principal productor de Hollywood, Harvey Weinstein, se enfrenta a una pena de 25 años por violación. Bill Cosby, uno de los actores más populares de EE.UU., pasará al menos tres años en la cárcel por un delito de abuso sexual.

#MeToo ha abierto un nuevo frente en las interminab­les guerras culturales que consumen Estados Unidos. Esta vez, sin embargo, el campo de batalla es todo el mundo occidental. La razón y la justicia están de su parte pero conseguir un cambio cultural tan profundo, similar, por ejemplo, al que permitió a las mujeres y los negros votar, llevará mucho tiempo. No bastará con una ley. Será necesario un cambio de paradigma, de modelo social y político, un sistema que no crea el testimonio de las mujeres abusadas porque sean mujeres sino que las crea porque se ha demostrado que tienen razón.

El comité judicial del Senado escuchó a Blasey Ford afirmar bajo juramento que Kavanaugh intentó violarla. Está 100% segura de que fue él. Luego, escuchó a Kavanaugh, que lloró y se mostró amenazante, negándolo todo con un discurso populista que hubiera firmado el propio Trump. Ese día de la semana pasada, el Senado perdió su independen­cia política y se convirtió en un instrument­o más de la Casa Blanca gracias a la mayoría republican­a liderada por Mitch McConnell, el veterano senador de Kentucky.

Un Tribunal Supremo más politizado es una institució­n menos legitimada, más a merced del radicalism­o que impone Trump.

La apuesta de la vieja derecha, en Brasil y Estados Unidos, por individuos como Bolsonaro y Trump, recuerda un poco a la que hizo en 1930 la vieja y decadente derecha alemana con Hitler. El presidente Hindenburg lo nombró canciller y luego aplaudió mientras la república democrátic­a era reemplazad­a por un reich totalitari­o. Cuando se dio cuenta, los nazis le habían arrebatado el poder que había querido preservar.

Trump no es Hitler y en la república de Weimer no había las mujeres de #MeToo. Estas mujeres, al menos en Brasil y Estados Unidos, votan más que los hombres, y la gran mayoría de ellas no quiere a los ultraderec­histas misóginos en el poder. Ante el avance todavía imparable del neofascism­o es un alivio que el voto de la mujer sea tan decisivo.

El movimiento #MeToo y el voto femenino que es mayoritari­o y decisivo pueden salvar la democracia

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SILVIA IZQUIERDO / AP Las mujeres han salido a las calles de Río de Janeiro (foto) y otras ciudades para oponerse a Bolsonaro
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