Inaceptable
Una semana horribilis que culmina unos meses horribilis. Es cierto que se ha firmado la enésima paz de Westfalia, pero más que una paz sólida, parece una nueva tregua antes de la siguiente batalla. Desde aquel funesto 30 de enero en que se produjo la ruptura entre JuntsxCat y ERC por la investidura del president Puigdemont, todo el proceso siguiente ha sido un Dragon Khan insufrible, con episodios de notable inmadurez política y considerable vergüenza. Aunque la ciudadanía volvió a otorgar la confianza al independentismo, permitió la actual mayoría parlamentaria y ha mostrado una gran cohesión en la defensa del mandato del uno de octubre, el espectáculo político ha sido patético. Hay unión en la masa social que apoya la independencia, lo que no hay es en los partidos que deben dirigirla. Es decir, y como dice un buen amigo, no hay una crisis del independentismo, hay una crisis de los partidos independentistas que han decidido navegar por el barrizal del desconcierto, la desunión y la vergüenza.
Es cierto que hablamos de una coalición de gobierno difícil, empeorada por la brutal represión que sufre, con los dirigentes de ambos partidos en la prisión y en el exilio, y la amenaza permanente de un Estado que no da ni un mínimo de oxígeno a la voluntad refrendaria catalana. Por decirlo claro: el Estado ha inoculado el miedo en la piel del Parlament, y cada decisión
No hay una crisis del independentismo, lo que hay es una crisis de los partidos independentistas
se toma a dos manos: la que manda en la política, y la que aconseja al abogado de turno que lo mira de reojo.
Este Parlament no es libre, ni vive con normalidad su legislatura, sino que está en permanente estado de excepción, y esta sombra alargada que sobrevuela en los despachos de Palau enturbia la normalidad con que se deberían tomar las decisiones.
Nadie honesto puede negar que la tarea que tiene que asumir el Govern, en una situación tan controlada, estresada y violentada, no es nada fácil, y de aquí que la paciencia ciudadana tenga que ser una virtud más generosa que nunca. Pero incluso sin negar el ahogo de esta pesada losa, no es de recibo la chapucería con que se han llevado (y/o roto) los acuerdos, y el espectáculo de confusión, falta de estrategia común e incluso cierto cainismo político ha sido deplorable.
La última vergüenza, el ambivalente y extraño acuerdo sobre la sustitución de los diputados, especialmente el triste segundo punto que, de facto, es una aceptación (pero con vergüencita y simulación) de la aberrante resolución del juez Llarena. A estas alturas, con la ciudadanía aguantando lo inimaginable, quizá tenemos el derecho a pedir que no nos den gato por liebre. ¿Las dos opciones políticas que gobiernan, quieren hacer el favor de explicar a la ciudadanía si tienen una estrategia y unos objetivos comunes para este Gobierno? Porque si la única estrategia común es la de mantenerse en el poder, sin rumbo, ni horizonte común, entonces que se vayan a casa.