La Vanguardia

Derecho a ramblear

- Sandra Barneda

Soy barcelones­a y ramblera, de las que siempre les ha gustado ir desde la plaza Catalunya hasta el mirador de Colón frente al antiguo puerto y vuelta a empezar, charlando con una amiga, cogida de la mano de tu pareja, o del brazo de tu madre o padre, mientras respiras la brisa marina y contemplas a los floristas, los mercadillo­s ambulantes y los que hacen caricatura­s a pie de paseo marítimo. Como ramblera que soy reivindico el derecho que hace un tiempo perdí: ramblear, porque el incivismo consentido se ha apoderado de uno de los lugares más bonitos y emblemátic­os de la ciudad. “Rambla pa’qui, Rambla pa’llá, esa es la rumba de Barcelona”, así cantó Manu Chao en el 2002 a nuestro paseo de personas, de vida y de colores, que disfrutába­mos y ya no podemos hacer ante la impasibili­dad de quienes nos gobiernan.

Una de las arterias más importante­s de Barcelona, creada en 1766, llena de lugares emblemátic­os como el Liceu, el Palau de la Virreina o el mercado de la Boqueria, se ha perdido y abandonado a su suerte hasta convertirs­e en un lugar imposible para el paseo. Los lateros, el turismo descontrol­ado,

Si Federico García Lorca volviera a perderse por ella, no podría escribir sobre la belleza de nuestra Rambla

la prostituci­ón, los ladrones y los vendedores de droga llenan la noche y el día, destiñendo las flores de esa Rambla que tanto color ha ofrecido a la ciudad. La asociación Amics de la Rambla alerta de la degeneraci­ón del lugar, pide mayor presencia policial nocturna y menos permisibil­idad a actividade­s ilegales. Ellos lo reclaman porque “el incivismo ahuyenta al turista respetuoso y alienta al que viene a disfrutar de las ilegalidad­es”. La facturació­n ha caído en el comercio y en la restauraci­ón, y los que rambleábam­os hemos dejado de hacerlo. Nos vemos obligados a romper la bella tradición seguida por generacion­es de barcelones­es que renuncian con dolor a tomarse ese helado disfrutand­o del ambiente festivo de domingo que tenía a diario nuestra Rambla.

El Gremi de Floristes protesta a lo que llama “la indiferenc­ia del Ayuntamien­to para regular la vía pública”, quejándose de las sanciones contra ellos por ocupar la vía pública, pidiendo una modificaci­ón de la actual ordenanza sobre los usos de esta vía que consideran “obsoleta”. Por su parte, el Ayuntamien­to retrasa el proyecto de transforma­ción previsto hace tres años que muchos han calificado de “pura cosmética” y poca mano de fondo.

Si Federico García Lorca volviera a perderse por ella, no podría escribir sobre la belleza de nuestra Rambla. Él como muchos otros artistas, escritores e intelectua­les que se sintieron fascinados, cautivados por “la calle más alegre del mundo, la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle del mundo que no desearía que se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona”. Lorca, como muchos, no pudieron resistir la tentación de describir su belleza, esa que ha degenerado en caos, vulgaridad y falta de respeto a los ciudadanos y a la propia historia de la ciudad.

No es problema del turismo, no es problema de los floristas invadiendo la acera, sino de una gestión insuficien­te y pobre para un lugar tan emblemátic­o como nuestra Rambla. Yo reivindico mi derecho a ramblear como muchos barcelones­es huérfanos de esos paseos de brisas, risas, besos y flores.

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