La Vanguardia

Es como el aire...

- Juan-José López Burniol

Es la economía, estúpidos” es una frase que se ha convertido en la síntesis de una línea de pensamient­o que, especialme­nte en etapas electorale­s, pone el acento en la economía como factor determinan­te para decantar el resultado electoral a favor de una u otra opción política. El crecimient­o económico y el reparto equitativo de beneficios y cargas se convierten así en la cuestión fundamenta­l que centra los programas de los partidos. Su origen es conocido. Al iniciarse la campaña de las elecciones presidenci­ales en 1992, George W. Bush (padre) había alcanzado la cima de su popularida­d (un 90% de aceptación) gracias a sus éxitos en política exterior (el fin de la guerra fría y la guerra del Golfo). Así las cosas, el equipo electoral de Bill Clinton puso el acento de su campaña en cuestiones relacionad­as con las necesidade­s ordinarias de la gente, que exigía un cambio urgente, y sintetizó este impulso en una frase –“The economy, stupid”– que se convirtió en el eslogan no oficial de la campaña, modificó la relación de fuerzas y contribuyó decisivame­nte a la derrota de Bush.

A partir de entonces, esta frase se integró en el acervo cultural estadounid­ense, y también en el internacio­nal, para destacar la importanci­a crucial que la economía tiene en la lucha política.

El debate económico tiene, en efecto, una trascenden­cia capital, pero no un carácter exclusivo ni siempre prioritari­o. Hay ocasiones, en determinad­as coyunturas históricas, en las que por delante del debate sobre el crecimient­o económico y el justo reparto de beneficios y cargas, se introduce, silente al comienzo pero imparable y decisivo al fin, otro debate bien distinto. Este fenómeno tiene lugar cuando percibimos claramente que, en nuestra vida social, nos falta algo que, al igual como sucede con el aire que respiramos, sólo captamos su importanci­a esencial cuando nos falta. Este algo es la seguridad, que exige a su vez la existencia de un orden jurídico establecid­o por un plan vinculante de convivenci­a en la justicia (un ordenamien­to jurídico amparado e impuesto, en su caso, por un aparato coercitivo). La seguridad es una aspiración natural de toda persona enraizada en su instinto de superviven­cia, que se proyecta sobre sí misma y sobre lo que tiene por suyo de acuerdo con dicho orden jurídico. La seguridad no se agota, por tanto, en el orden en las calles que permite pasear sin riesgo de ser asaltado o robado o –como decía Tucídides– “labrar la tierra sin llevar la espada al cinto”. La seguridad va mucho más allá: garantiza la propiedad de nuestros bienes (sin ocupas, por ejemplo, que la perturben), y asegura el buen fin de nuestras transaccio­nes (de forma que se pueda exigir el cumplimien­to de los contratos). Todo lo cual reviste, a su vez, una importanci­a esencial para el desarrollo económico, hasta el punto de que puede decirse que hay progreso económico porque hay mercado, pero que hay mercado porque hay seguridad jurídica. La seguridad es, por consiguien­te, la base sobre la que se construye una convivenci­a civilizada –una civilizaci­ón–, razón de la que derivan su importanci­a trascenden­tal y su carácter prioritari­o. Ahora bien, la seguridad no nos libera de la incertidum­bre respecto al futuro (que, a diferencia del riesgo, no es previsible y mensurable). Escribe Robert Skidelsky que una de las ideas más persistent­es de Keynes se refiere “a la omnipresen­cia de la incertidum­bre y el papel que esta desempeña” en la vida económica. De lo que se desprende que, si determinan­tes y graves son los efectos de la incertidum­bre, mayores y más destructiv­as son aún las consecuenc­ias de la falta de seguridad.

Cuando una comunidad humana comienza a percibir un deterioro grave de la seguridad, que suele manifestar­se inicialmen­te por el desorden en las calles pero que no se agota ahí, su reacción es inmediata: pone en primer plano este problema y subordina al mismo cualquier otra cuestión por grave que sea. Así ha sido desde que el mundo es mundo, y ahí se halla la causa de buena parte de las involucion­es autoritari­as que, con caracteres e intensidad variables, se han sucedido con cadencia inexorable a lo largo de los siglos. Y así sucede también hoy en distintos lugares del mundo donde la involución autoritari­a es un hecho innegable, aunque se encubra más de una vez con un formal funcionami­ento de las institucio­nes del Estado de derecho, que crea una apariencia de normalidad democrátic­a. Todos los países y todas las ciudades están sujetos a este sino fatal: cuando la seguridad se erosiona, se convierte en el centro del debate político. De ahí que, si esto sucede, las elecciones dejen de plantearse en clave derecha/izquierda o en cualquier otra, y pasen a centrarse en la seguridad. Cierto es que no están hoy convocadas entre nosotros ningunas elecciones, y también es verdad que hay que contar siempre con la incertidum­bre, pero no parece aventurado augurar que las próximas contiendas electorale­s pueden celebrarse bajo la sensación de que comienza a faltar algo que es como el aire.

La seguridad es la base sobre la que se construye una convivenci­a civilizada, de ahí su carácter prioritari­o

 ?? ANDREW CABALLERO-REYNOLDS / AFP ??
ANDREW CABALLERO-REYNOLDS / AFP

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain