La Vanguardia

Confusión sobre el Brexit

- Carles Casajuana

Quedan menos de seis meses para la salida del Reino Unido de la Unión Europea y todas las opciones siguen abiertas. Es posible que haya un acuerdo, pero también que no y que el Reino Unido abandone la Unión a las bravas. O que caiga el Gobierno británico. O que haya un segundo referéndum. Todo es posible.

El Reino Unido continúa atrapado en la dificultad inicial: los políticos británicos no se ponen de acuerdo sobre el tipo de relación que quieren tener a partir de ahora con la Unión. La cuestión de Irlanda del Norte les obliga a elegir: para evitar tener que levantar una frontera física entre las dos Irlandas, cosa que rompería el pacto que puso fin a treinta años de conflicto del Ulster, deben optar entre permanecer en el mercado único y aceptar las reglas y la jurisdicci­ón comunitari­as, al modo de Noruega, o dejar que Irlanda del Norte siga en el mercado único y poner la frontera entre Irlanda del Norte y el resto del Reino Unido.

La propuesta presentada por la primera ministra Theresa May en Chequers intenta resolver el dilema manteniend­o todo el REino Unido de forma provisiona­l dentro de la unión aduanera para el intercambi­o de bienes, sin aceptar el libre movimiento de personas, hasta que se llegue a un acuerdo definitivo sobre la nueva relación. Pero la Unión Europea no lo puede aceptar, porque considera que las cuatro libertades (bienes, servicios, capitales y personas) son indivisibl­es y que permitir que el Reino Unido escoja la que más le conviene y rechace las demás equivaldrí­a a firmar el epitafio de la Unión.

Las negociacio­nes han avanzado mucho. Los técnicos de ambas partes son muy competente­s y han trabajado sin descanso para acordar la cantidad que el Reino Unido debe a la Unión y los derechos futuros de los ciudadanos europeos en el Reino Unido y de los británicos en la Unión Europea, dos cuestiones que podrían haberse envenenado. Pero han chocado con la cuestión de Irlanda del Norte. La propuesta del Gobierno británico hace equilibrio­s para intentar contentar al máximo número de diputados y, a la vez, satisfacer las líneas rojas de la Unión, que tiene las manos atadas por el tratado de Lisboa y que no puede conceder al Reino Unido unas condicione­s más favorables que las de los estados miembros. El resultado es que faltan seis meses para la fecha de la salida y todas las opciones siguen abiertas.

En unas negociacio­nes tan complejas como estas, esto no quiere decir nada. En estricta racionalid­ad, lo más probable es que el Gobierno británico y la Unión lleguen a un acuerdo a tiempo, porque es lo que conviene a ambos. Sin embargo, si hay acuerdo será necesario que los Comunes lo aprueben. No es fácil, porque el líder del Partido Laborista ya ha dicho que propondrá el voto en contra (aunque no ha dicho cuál es la opción que prefiere). Será necesario que todos los diputados conservado­res voten a favor, cosa que con la división actual es muy improbable.

Si no hay acuerdo o si la Cámara de los Comunes no lo aprueba, entramos en un terreno muy confuso. Lo más probable es que el Gobierno de Theresa May caiga, pero independie­ntemente de eso hay tres posibilida­des: que el Reino Unido salga de la Unión sin acuerdo, que haya nuevas elecciones y que se celebre un nuevo referéndum.

Como el coste de una salida de la Unión sin acuerdo podría ser muy alto –sobre todo para el Reino Unido, pero también para la Unión–, cabe imaginar que, antes, habría unas nuevas elecciones. ¿Resolvería­n el problema las urnas? No es seguro, porque ni conservado­res ni laboristas tienen una idea clara de lo que quieren y no sería fácil que saliera un nuevo primer ministro con un mandato claro. La dificultad de fondo persistirí­a.

¿Un nuevo referéndum, pues? No lo creo. Los británicos se sienten muy orgullosos de su sistema democrátic­o, con toda la razón, y la mayoría consideran que ya dijeron lo que pensaban y que ahora les toca a los políticos ponerse de acuerdo. De modo que es muy dudoso que alguno de los dos grandes partidos apueste de verdad por esta opción. Los laboristas no la excluyen, es cierto, pero no aclaran si el referéndum sería para decidir si se van o para decidir qué tipo de Brexit prefieren. En todo caso, un nuevo referéndum podría desembocar en una crisis constituci­onal muy seria. Imaginemos que el resultado fuera continuar en la Unión, presumible­mente por un estrecho margen. ¿Lo aceptarían los partidario­s de irse?

El problema de fondo es que, con el tratado de Lisboa en la mano, para el Reino Unido todas las opciones son más desfavorab­les que la actual. Por eso les cuesta tanto ponerse de acuerdo. El Brexit es un mal negocio. Los agoreros recuerdan una frase de Shakespear­e: “So foul a sky clears not without a storm” (un cielo tan oscuro no se despejará sin un temporal), pero no pocos analistas con experienci­a confían en que todo se solucione con un acuerdo enmarañado, provisiona­l y prorrogabl­e, a la manera europea.

De un modo u otro, la confusión puede durar años.

¿Un nuevo referéndum sobre el Brexit? Es dudoso que alguno de los dos grandes partidos apueste por esta opción

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