Sociología (barata) de Chabelita
Chabelita, de profesión hija de Isabel Pantoja, está explotando con sabiduría su condición de expulsada de Gran Hermano VIP (Telecinco). Con instinto previsor, el programa ha sabido jugar tanto con su continuidad en la casa como con la expulsión y posterior presencia en el plató. El veredicto, en este caso, se ha dejado en manos de la demoscopia de los espectadores, aficionados a eliminar a favoritos y a reaccionar contra las súplicas de no expulsión con la misma virulencia intestinal con la que los ingleses dijeron sí al Brexit.
El universo Pantoja tiene una larga tradición televisiva. En los últimos años, incluso ha provisto a las cadenas de tortuosos episodios judiciales, amores con galanes corruptos y grotescos y una temporadita en la cárcel que permitió a sus hijos, Kiko y Chabelita, asumir las riendas del negocio familiar. Los Pantoja son la encarnación de una historia popular de la España moderna. El choque de civilizaciones entre una ambiciosa folklórica y un torero consagrado que muere desangrado en una sórdida enfermería es el big bang de una mitificación en la que se mezclan el talento musical y la aureola trágica hábilmente explotada por una industria de la intimidad que ha liderado los índice de audiencia. La particularidad de los Pantoja es que cuando la matriarca no ha podido asumir la voracidad de la oferta, sus descendientes (y pretendientes) han sabido mantener la llama del conflicto con tramas secundarias concebidas como spin-off de series. Sin la garantía Pantoja, Kiko nunca nos habría regalado tantas noches y madrugadas de gloria. Por eso tiene mucho mérito que, en pocos años, Chabelita haya sido capaz de ofrecer su propia cartera de servicios. Una cartera que incluye mucho malhumor, un carisma negativo basado en la ausencia de carisma y la facilidad para crear conflicto, una vida sexual trepidante con tipos de moral abstrusa y descendencia rápida. Y como cemento de aceleración biográfica, una tristeza transoceánica relacionada con el amor que nunca le dieron por ser hija adoptada. El impacto ha permitido que incluso personajes irrelevantes como su prima Anabel se hayan ganado la vida balbuceando lugares comunes aferrada a su móvil. Con gran habilidad, Chabelita ha aportado al espectáculo la figura trágica de Dulce, que deconstruye la figura mítica e hitchcokiana de la mayordoma con una telegenia terrorífica digna de figurar en una campaña de Sónar. Desde el punto de vista sociológico, Chabelita representa la generación nini, malograda por la crisis, adicta a un cóctel explosivo de opios del pueblo, amparada por unos dinásticos privilegios VIP, cuando su madre la sacaba a cantar por los escenarios como ritual de una liturgia de culto a la personalidad. Chabelita ha logrado no trabajar en el sentido clásico del término y reniega del perfil cómodo de colaborador. Igual que la antigua Belén Esteban, ella aporta conflictos en estado puro, lágrimas que no son de cocodrilo y un desamparo que, si lo sabe administrar (cosa improbable), promete nuevos conflictos y malos rollos autodestructivos.
El carisma de Chabelita se basa en la ausencia de carisma: este es el factor más fascinante del personaje