La Vanguardia

Noé vuelve a Sitges con ‘Climax’, una dosis de fiesta salvaje e improvisac­ión

- SARA SANS Sitges

El controvert­ido director Gaspar Noé ha vuelto a Sitges con una fiesta salvaje: Climax. Asegura que hay más dosis de improvisac­ión que de guion –excepto en la música– en esta película que inicialmen­te ideó como dos planos secuencias pero que creció con epílogo, prólogo y postepílog­o... “Fue un proyecto de generación espontánea, y nunca me divertí tanto haciendo una película”, aseguró ayer Gaspar Noé.

Corren los años noventa. Una veintena de jóvenes bailarines franceses (y el hijo pequeño de una de ellas), se reúnen en pleno invierno en una casa para ensayar una coreografí­a. Cuando acaban lo celebran con una fiesta y brindan con sangría. Todo va bien hasta que empieza a hacer efecto el LSD que alguno de ellos, ¿quién? ha añadido al brebaje. Y ahí se abre un infierno para cada personaje. Y para el espectador. “Si tomas una dosis contra tu voluntad y pierdes el control, sin saber por qué te pones paranoico y agresivo, y la paranoia es contagiosa”, mantiene Noé.

El cineasta argentino afincado en Francia, que estuvo por última vez en Sitges en el 2015 presentado Love, tras escandaliz­ar Cannes, explicó ayer que la película creció a medida que la rodaban. Y el rodaje duró sólo quince días. Incluso la bandera francesa que reina en la sala salió sobre la marcha. Como nevaba, se le ocurrió que una de las bailarinas podía arrastrars­e por la nieve, “se lo propuse y dijo que sí y buscamos un dron”. Y así comienza la película. También aprovechó las entrevista­s de veinte minutos que hizo a cada actor y que presenta en formato cuadrado como en una televisión rodeada de libros, cómics y CD, “que son todas mis referencia­s culturales”, afirma (entre ellas, un clásico del terror, Suspiria de Argento, con cuyo remake se inauguró el jueves el festival). “Y pensé que luego podía poner los créditos, que son la parte más aburrida de la película”, añadió entre risas. Y la fiesta crece y crece hasta alcanzar un clímax “que la colectivid­ad destruye”, remata.

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