Un Pitufo manda en Vitoria
Abelardo salvó a un Alavés desahuciado y ahora pelea en la zona noble
Hay entrenadores de urgencias, a los que llaman siempre cuando los equipos están con el agua al cuello. Sus nombres suenan y suenan (algunos, con retintín en las redes) a la mínima que un conjunto entra en barrena. Los hay que son expertos en obrar reacciones de última hora, en competir en miniligas para lograr el objetivo de la salvación. Abelardo Fernández, de 48 años, no encaja en ninguno de los dos grupos y sin embargo así es como llegó a Vitoria. Ahora allí el jefe es un Pitufo.
La primera diferencia es que al Pitu –su amigo, vecino y compañero Luis Enrique le puso el apodo de los gnomos azules porque no crecía– le gusta conocer la casa en la que se mete. Por eso no pudo decir que no al banquillo de su Sporting a falta de cinco jornadas cuando estaba en el filial. Y bajo esa premisa, el asturiano decidió aceptar el pasado diciembre el reto del Alavés. No en vano allí se retiró como jugador en el 2003. Sólo estuvo un año. Suficiente para que él, hijo de carpintero, echara raíces. Suficiente para que en la capital vasca se dieran cuenta de qué madera estaba hecho el defensa, que renunció a un año de contrato al no verse en condiciones de rendir a su nivel.
Esa autoexigencia define a Abelardo, que siempre ha llegado a sus metas. Como
EXPRIMIR PLANTILLAS HUMILDES
Los jugadores agradecen la autenticidad del asturiano, que sabe conectar con los vestuarios
futbolista, sin ser el más alto (fue central con 1,80 metros) ni el más elegante, se plantó en el Barça de Cruyff y acabó jugando 257 partidos en 8 temporadas. Antes había ganado el oro en Barcelona’92... con el 10 a la espalda. Como entrenador, la permanencia del Alavés la temporada pasada se puede considerar su tercera gesta tras ascender al Sporting en el 2015 y mantenerlo en Primera en la siguiente.
Lo tercero que llama la atención es su capacidad para exprimir las plantillas. Saca hasta la última gota de lo que tiene entre manos. Se mueve a las mil maravillas gestionando presupuestos humildes, migajas en comparación al Madrid. Casi parece que prefiere no tener estrellas a sus órdenes, lo que le facilita comunicarse con el jugador y tocarle la fibra. Los futbolistas agradecen su sinceridad y su franqueza. Abelardo es directo, expresivo y auténtico, aunque a veces se pase de temperamental o se le escapen las lágrimas.
Pero su naturalidad le funciona para convencer a los vestuarios. Sucedió la temporada pasada en Mendizorroza. A su llegada el equipo era colista con 6 puntos de 39 posibles. Acabó la Liga con 47 puntos, 18 por encima del descenso. El Pitu ha ganado 16 de sus 33 encuentros en Primera con el Glorioso. Aquel equipo desahuciado está ahora peleando en la zona noble con muy pocas variaciones. Son casi los mismos, pero son otros con Abelardo. Este verano ha perdido a Munir (10 goles) y Alfonso Pedraza (33 partidos), reclamados respectivamente por el Barcelona y el Villarreal. Los ha suplido con el argentino Calleri, que había bajado con el Las Palmas, y con Jony, al que repescó del Sporting. Ambos le están devolviendo la confianza. Con ellos, los vitorianos suman cinco partidos seguidos marcando.
Hasta el punto de que hoy, si ganan en Mendizorroza a los blancos –el Alavés sólo lo hizo en el 2000 (0-1 en el Bernabeu, con el gol de Azkoitia)–, pueden encaramarse al liderato con 14 puntos. “Estamos ilusionados, yo el primero. Pero no pienso en igualar al Madrid en la clasificación o en ser colíderes sino en que son tres puntos menos para asegurarnos la permanencia”, puso los pies en el suelo Abelardo, que no se fía del mal momento del Madrid ni quiere que su equipo se deje llevar por la euforia. “La derrota en el campo del Levante nos ha despertado y nos ha abierto los ojos para ver que no podemos salir como en Valencia”, avisó. En Vitoria manda el Gran Pitufo.