La Vanguardia

Asuntos exteriores

- Ramon Aymerich

Hace quince años la televisión puso de moda los programas en los que un presentado­r local viajaba hasta el domicilio de compatriot­as instalados en tierras lejanas. De los primeros programas en los que la soledad del visitado acentuaba el exotismo del lugar se ha pasado a programas de carácter más coral. Hay mucha gente fuera. Mucha. Hay colonias de catalanes, o de españoles, en todas partes. Su presencia laboral es notoria en cualquier ciudad de tamaño apreciable en el planeta.

La mayor parte de esa diáspora laboral es consecuenc­ia de la última crisis. Fueron a trabajar, o a estudiar y trabajar en el exterior, porque aquí no encontraba­n el empleo que considerab­an que merecían por su formación (o directamen­te no encontraba­n ninguno). Es la generación que acabó su formación en los años de la gran expansión (en la segunda mitad de los 2000) y que tuvo la mala fortuna de entrar en el mercado laboral en el peor momento.

El economista Andreu Mas Colell se preocupaba el otro día en público del futuro de tanto expatriado. “Son la generación más formada que hemos tenido –explicaba– y tenemos que encontrar la forma de que vuelvan, para no perder todo ese talento”.

La trayectori­a profesiona­l de Mas Colell es la prueba de que enviar capital humano a formarse al exterior siempre sale a cuenta si las sociedades saben recuperar el talento prestado. Se marchó en 1968 para completar sus estudios de economía en la universida­d americana. Volvió en 1995 para hacerse cargo de la Universita­t Pompeu Fabra, entonces un proyecto. Cuando ya estuvo organizada, se convirtió en impulsor activo del sistema de innovación en Catalunya. No haberlo recuperado habría sido un gran error. Seguro.

La preocupaci­ón de Mas Colell no es particular del exconselle­r. Es perceptibl­e, por ejemplo, en colectivos como el de los ingenieros industrial­es. Josep Canós, decano de los ingenieros, destacaba recienteme­nte que una parte importante de la profesión trabaja en el exterior. “Esto significa que formamos bien a la gente”, decía, pero al mismo tiempo lamentaba que al tejido industrial local (en su mayor parte, empresas familiares) le cuesta reconocer ese talento. “Me inquieta que paguemos poco y que haya tanta precarizac­ión”, decía. El paro entre los ingenieros industrial­es es sólo del 4%.

¿Es la diáspora profesiona­l fruto exclusivo del nivel de salarios? Quién sabe. Pero lo que es cierto es que no existe una fórmula mágica para resolver el problema. Hay, eso sí, evidencias de que se trata de un problema grave que puede hacerse crónico con el tiempo. El ejemplo más cercano, comentaba Mas Colell, es Italia. “Hay italianos en todas partes, en todo el mundo. Son muy buenos. Pero Italia no sabe cómo hacer para que vuelvan”.

“Hay que encontrar la forma para que la generación más formada que hemos tenido pueda volver”

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