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El malestar de los Mossos d’Esquadra por la mala gestión del primero de octubre, y el preocupant­e aumento del crédito al consumo, germen de un futuro problema financiero.

EL cuerpo de los Mossos d’Esquadra pasa por un momento de malestar general debido a la mala gestión de las manifestac­iones del aniversari­o del 1-O en la Via Laietana y el Parlament, en Barcelona, y ante la subdelegac­ión del Gobierno, en Girona. Una deficiente planificac­ión de la jornada ha hecho aflorar problemas por la insuficien­cia de agentes convocados y por las órdenes técnicas emitidas desde el mando político que pusieron en alto riesgo a algunos mossos, como fueron los de seguridad ciudadana ante el edificio de la Ciutadella. Todo ello ha provocado una gran preocupaci­ón de un cuerpo policial que, por otra parte, ha dado suficiente­s muestras de madurez y de eficacia desde que, en el 2008, se completó su despliegue en el territorio catalán.

Aunque no es la primera vez que la actuación de los Mossos es cuestionad­a, lo cierto es que en esta ocasión todo indica que la responsabi­lidad de la imprevisió­n es compartida entre los mandos de la estructura política y los de la policial. En primer lugar, se libró incomprens­iblemente a una parte de los agentes que actuaron el sábado, 29 de septiembre, para evitar enfrentami­entos entre manifestan­tes de signo contrario en el centro de Barcelona. En segundo lugar, no se suspendier­on las clases que aquel lunes se impartían a una treintena de mandos y suboficial­es en la escuela de los Mossos, en Mollet del Vallès, a pesar de que el día 1 de octubre estaban previstas concentrac­iones masivas de protesta.

También la tardanza en dar las órdenes para dispersar a los manifestan­tes más radicales, tanto en Girona como en la Via Laietana, ante la Jefatura Superior de la Policía Nacional, es motivo de crítica severa. Una decisión que, según todas las informacio­nes, retardaron los mandos políticos del Departamen­t d’Interior y que causó momentos de enorme preocupaci­ón ante el Parlament, cuando los agentes que lo custodiaba­n, claramente insuficien­tes, se vieron desbordado­s y se refugiaron en su interior, mientras los manifestan­tes más radicales golpeaban las puertas del edificio. La tensión provocó incluso fuertes discusione­s entre mandos políticos y policiales, como las provocadas por la detención y posterior liberación de un menor en Girona.

Una de las causas de este desbarajus­te en un día tan señalado fue sin duda la confusión generada por las órdenes políticas. Desde Interior se pretendía probableme­nte que un año después de las cargas de la Guardia Civil y la Policía Nacional por el referéndum, los Mossos no apareciera­n cargando contra manifestan­tes independen­tistas. Una imagen que no sólo no se evitó, sino que se cayó de bruces en ella. Y, finalmente, aparece la evidente incapacida­d política del Govern de asumir públicamen­te que los Mossos deben velar por el orden público allí donde está comprometi­do, como ocurrió aquel día.

Es lógico, por tanto, que los agentes de la policía catalana y sus representa­ntes estén profundame­nte molestos. De ahí el elocuente silencio con que fue recibido el conseller Miquel Buch en la inauguraci­ón del curso escolar de los Mossos y que unos 4.500 agentes se manifestar­an ayer por el centro de Barcelona para exigir responsabi­lidades y soluciones. Desde que el cuerpo policial se ganó el respeto de todos tras su intervenci­ón en los atentados de la Rambla y de Cambrils, en agosto del 2017, los Mossos atesoran un gran crédito ante la ciudadanía en tanto que policía moderna y al servicio del ciudadano. Compromete­r esta conquista es un error y una irresponsa­bilidad, como lo fue la campaña en su contra que se desató tras los citados atentados terrorista­s.

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