Un juez en apuros

EN las Navidades del 2016, desayunando en el Lotus Club de Nueva York, coincidí con Ruth Bader Ginsburg, juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, una mujer que resulta un referente en la defensa de los derechos civiles. Es una dama de apariencia frágil –acaba de cumplir 85 años– pero con una mirada impresionante. Iba acompañada por dos descomunales escoltas, que aún la empequeñecían más. Sin embargo, esta jurista es una mujer de armas tomar, que no se muerde la lengua. Su blog en internet es seguido por millones de personas y resulta todo un icono para sus conciudadanas, que la eligieron para formar parte de Salón de la Fama de las Mujeres, figurando al lado de Rosa Parks, Amelia Earhart o Eleanor Roosevelt.

Junto a Ruth Bader Ginsburg se sentará en el Tribunal Supremo Brett Kavanaugh, que representa lo opuesto a su persona. Contrario al aborto, al matrimonio homosexual o a la igual dad real entre hombres y mujeres, ha sido elegido después de haber tenido que declarar, tras ser acusado por varias mujeres de abusos sexuales. Donald Trump ha jugado muy fuerte la baza de Kavanaugh, aunque tuvo que aceptar una investigación del FBI de una semana sobre los cargos que se le atribuían y que se cerró sin haber llegado al fondo del asunto. Una senadora republicana le negó su voto y, al final, logró la mayoría más corta que haya tenido nunca un juez de la Corte Suprema. Trump se salió con la suya y aprovechó el debate para atacar el movimiento #Me Too.

Habrá que esperar a los comicios al Congreso de dentro de un mes para ver cómo ha influido en los electores su nombramiento. La campaña se presenta muy polarizada y el voto femenino será decisivo. Si ganan los demócratas, pedirán reabrir la investigación sobre Kavanaugh. Mientras, deberá oír la voz de Ginsburg, la misma que definió a Trump como un hombre sin consistencia, porque decía lo primero que le venía a la cabeza. No lo tendrá fácil.