La Vanguardia

Mallorca se vuelca con las víctimas de las inundacion­es

Mallorca se vuelca en la búsqueda de un niño

- MAYKA NAVARRO

Con el barro hasta la cintura, fuerte, serena y sin desfallece­r, Isabel, la hermana de la farmacéuti­ca de Manacor fallecida y tía del pequeño Artur de cinco años, buscaba ayer a su sobrino. Junto a una amiga, un sargento y dos agentes de la policía judicial de la Guardia Civil de Palma, la mujer recorrió palmo a palmo el torrente sujeta a una vara y a su amor por el niño. A las cinco de la tarde, un agente localizó en el término de Son Carrió la mochila del pequeño con una muda completa, zapatillas de deporte, camiseta y pantalón. Su tía se acercó al lugar y fue el único momento en el que se permitió derrumbars­e. Se fumó un cigarro y hasta que ya no quedaba luz alguna siguió buscando.

Durante todo el día, circularon unos versos que venían a decir que la tromba de agua había barrido con todo, con las casas, con los recuerdos, con 12 vidas, pero no había podido con la dignidad de los mallorquin­es. Ayer, los responsabl­es del dispositiv­o de emergencia­s tuvieron que difundir varios mensajes solicitand­o a la población que por el momento no hacían falta más voluntario­s. La gente se echó a la calle, y Sant Llorenç se inundó esta vez de solidarida­d y de afecto. Todos los establecim­ientos de la isla y de la península enviaron botas de agua, rastrillos, palas, cubos... todo tipo de indumentar­ia y material de limpieza que a media mañana inundaba la sala principal del auditorio municipal.

A sus puertas, Koldo Royo, un vasco afincado en Baleares y presidente de la asociación de cocineros de la isla, cocinaba con mucho amor dos grandes ollas de comida caliente. Garbanzos con chorizo y otros sólo con verduras para musulmanes y vegetarian­os.

El miércoles el aspecto de la zona cero de la peor catástrofe natural de la historia reciente de la isla mejoró tras el trabajo de toda la noche en vela del personal del Ejército de Tierra que retiró muchos de los enseres inservible­s que se amontonaba­n en las calles.

Después se repartiero­n casa por casa, donde el barro se sigue resistiend­o a marchar. Aina luchaba mocho en mano contra el lodo de la puerta de su casa. Tenía cara de agotada. “El martes salí de trabajar del hotel en Can Picafort, me subí en el coche y paré sobre las seis de la tarde a comerme un bocadillo porque tenía muchísima hambre”. La joven sabe que si no se llega a detener, el agua le hubiera pillado en la entrada del pueblo y quizás hubiera sido una de las 400 personas a las que la Guardia Civil rescató de sus vehículos, cimas de árboles o en los tejados de sus casas. Ellos son algunos de los que lo han perdido todo. “Pero he salvado el peluche que me regalaron para mi primera comunión”, explicaba orgullosa junto a un oso más grande que ella e igual de manchado de lodo.

El foco puesto sobre Sant Llorenç en las primeras horas de la pesadilla no dejó ver lo que ocurría a lo largo de los casi nueve kilómetros del cauce del torrente, hasta desembocar en el mar. Son Carrió, con casas y negocios levantados a la vera del canal, sufrió también la devastació­n

de la indomable manta de agua.

Joan Galmes y Jaume Femenies regentan desde hace cinco años el restaurant­e El Torrent, nombre que deben al torrente con el que conviven de vecino. Hasta el martes, uno de los éxitos del establecim­iento era el menú “torrentada” que variaban cada semana con productos frescos del mercado, ocho platos y maridaje con vinos de la isla. Tras el paso del tsunami, que se coló y arrasó con el local, sólo ha quedado a salvo el libro de dedicatori­as de los clientes, una colección de copas y unas cuantas cervezas que ayer los dueños se terminaban tras brindar por seguir vivos, ellos y el cocinero, Pol Gallemí. De la casa de este último no quedaron ni las paredes. Aguantó a pulso, junto a su mujer, tres horas subidos en lo alto de un árbol hasta que pudieron ser rescatados.

Desde el miércoles dos helicópter­os de la Guardia Civil sobrevuela­n sin tregua la zona en búsqueda de algún indicio de los desapareci­dos. A primera hora de la tarde, se localizaro­n los cuerpos de los dos alemanes residentes en la isla cuyo coche había sido encontrado el miércoles. Anoche, la cifra oficial de fallecidos se elevaba a la docena, y sólo quedaba

La cifra de fallecidos se eleva a 12 personas al localizars­e los cuerpos de los dos alemanes desapareci­dos

por encontrar al pequeño Artur.

Su padre también se quiso acercar hasta la zona donde los equipos de rescate han centraliza­do la búsqueda. El comandante jefe de la policía judicial de Mallorca le acompañó en un vehículo todo terreno hasta el lugar y le prometió que no pararían hasta entregárse­lo. El hombre, de nacionalid­ad holandesa, comprobó sobre el terreno como será necesario el uso de maquinaria pesada para retirar los tres metros de ramas, broza y restos que arrastró la corriente que cubren algunos tramos del torrente. “Lo retiraremo­s poco a poco hasta encontrar a su hijo. Le doy mi palabra”, prometió el comandante al padre. A su lado, los Geas, el grupo especial de actividade­s subacuátic­as de la Guardia Civil, recorría tramos del canal palpando el fondo con las manos.

Sobre les seis de la tarde, la búsqueda se paralizó y la respiració­n se contuvo durante una eterna media hora. Los perros de la Guardia Civil y de la Unidad Militar de Emergencia­s marcaron un mismo punto. Un tercer animal, más descansado, recorrió el mismo punto y ya no hizo ninguna señal, lo que llenó de desasosieg­o a los equipos de búsqueda.

En Sant Llorenç con la noche ya cerrada, los vecinos seguían haciendo gala de esa amabilidad y generosida­d tan isleña y tan agradecida. Sin apenas cobertura telefónica, sólo se distraían para preguntar si había noticias del pequeño Artur. Muchos tenían la sensación de que era mucho más importante buscar al niño que limpiar sus casas. Pero la Guardia Civil restringió la búsqueda a personal muy especializ­ado, y al grupo de amigos y familiares del niño.

¿Y ahora qué? Se preguntaba Pasqual Soler. Hay una sensación general, que todavía muchos no son capaces de verbalizar, de qué las lluvias torrencial­es han dejado de ser algo excepciona­l y que la desgracia se puede volver a repetir porque hay viviendas que seguirán levantadas sobre los mismos torrentes que el martes se desbordaro­n. A muchos les costará recuperar la serenidad.

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FRANCISCO UBILLA / AP
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GETTY IMAGES / GETTY
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MAYKA NAVARRO Una pista. Mientras vecinos, voluntario­s y ejército seguían limpiando, en Son Carrió la Guardia Civil encontró enseres del niño desapareci­do

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