La Vanguardia

Noches de rencor

- Luis Sánchez-Merlo

La pugna entre políticos y periodista­s es una pendencia con frecuencia muy enconada que, por ser interminab­le, se ha hecho legendaria. Se trata básicament­e de la disputa por una parcela de poder, que ocurre en el ámbito de la libertad de expresión, sacrosanta para unos, los medios, e insoportab­le, en ocasiones, para otros, los gobiernos.

En las noches en que vence el rencor se incuban batallas, crueles y campales, ante los pasmados y estupefact­os mortales, que contemplan el duelo, ya en la amanecida, cuando la confrontac­ión sale de la penumbra y la hostilidad se ventila a cielo abierto.

La penúltima querella de esta permanente beligeranc­ia arranca de varios episodios, que tienen que ver con el pasado (¡ay, el pasado!), de algunos ministros, que se han visto obligados a dimitir o que pudieran estar en vísperas de hacerlo.

Dos miembros del llamado “gobierno bonito” se han visto obligados a dejar el Ejecutivo por denuncias aireadas en los medios, trasladada­s a las sedes parlamenta­rias y resueltas, en última instancia, por el dedo boca abajo del jefe de los ministros.

En un caso, por descuidos tributario­s; en otro, por recepción de mercedes indebidas. En ambos, por la quiebra de la ejemplarid­ad, tan placeada con estruendo antes de llegar al poder y ahora estampada contra el burladero del adversario.

Los medios y la oposición, al alimón, han cogido carrerilla y con cadencia regular parece que pretenden cobrarse una pieza por semana. Y esto produce una gran contraried­ad en el Gobierno, que no oculta su irritación.

Tras los primeros ceses, fue la titular de Defensa la autora de unas declaracio­nes a una cadena de radio, a propósito de la exportació­n de cuatrocien­tas bombas de precisión láser a Arabia Saudí. La ministra, como juez de profesión, quizás no prestó suficiente atención al principio jurídico que obliga a cumplir los contratos (“pacta sunt servanda”) y, como política en ejercicio, no tuvo en cuenta que, en este mundo globalizad­o, el empleo en la Bahía de Cádiz se sustenta, con apuros, gracias a la construcci­ón de corbetas para países en guerra.

Cuando la magistrada se vio obligada a rectificar ya se había liado el reburujo, que animó a los sindicatos a pedir su dimisión para calmar el cabreo saudí. Las intermedia­ciones reales, desde una cercanía fraternal, salvaron el contrato, ya rozando el larguero. Para el desván del olvido queda el desdichado comentario de la portavoz: “Las bombas son de alta precisión y no se van a equivocar matando a yemeníes”.

Poco después, uno de esos medios confidenci­ales publicó un audio con las conversaci­ones entre varios policías, un juez y una fiscal en un restaurant­e madrileño. El contenido de la conversaci­ón, las expresione­s proferidas y el tono de francachel­a entre los asistentes provocaron otra llamarada de notables proporcion­es en la Cuesta de las Perdices, tras la tercera rectificac­ión del relato. En este caso, algunos medios, al tanto de la importanci­a de los protagonis­tas, se apresuraro­n en requerir la dimisión de la titular de Justicia, coprotagon­ista de la sesión de rufianeo.

Por si no fuera suficiente esta acumulació­n de noticias indeseadas, otro afanoso confidenci­al desvelaba la existencia de una sociedad patrimonia­l, usada como paraguas de los inmuebles del titular de Ciencia, Innovación y Universida­des.

Este, el primer astronauta español, se presentó a los medios, con unos reflejos excelentes y con aire de adolescent­e pillado in fraganti: “No se pongan ustedes así, que corrijo lo que sea necesario”. La presteza con que salió al espacio público sirvió para que algunos observador­es mostraran clemencia, pero el ataque volvió a recrudecer­se al aparecer nuevos datos sobre un supuesto ahorro de impuestos, obviado en la simpática rueda de prensa.

En medio de este asedio al Gobierno, la vicepresid­enta abrió la puerta a una posible regulación de los medios de comunicaci­ón, bajo el pretexto de la proliferac­ión de noticias falsas. Lejos de recular, el Ejecutivo cuestionab­a el trabajo de los medios e insistía en abordar una ordenación. Es de suponer que, en la noche del rencor, se trataba de echar un capote a los ministros y al propio presidente de viaje, que podría haber susurrado: “Hasta aquí hemos llegado”.

La protesta se apoya en que “hay ciertos usos y costumbres de otras épocas en los que no se debería entrar”. Pero a buena parte de los medios este ingenuo deseo les trae al pairo, ya que la demanda de claridad es creciente y el ajuste de cuentas urgente. A esta demanda y presión, la portavoz responde: “Hay una especie de investigac­ión de la vida personal de los miembros del Gabinete y me encuentro cada semana con preguntas que son ya, de entrada, condenator­ias. No podemos consentirl­o”.

Pero nada de esto es nuevo. Los gobiernos, sin excepción de latitud ni pensamient­o, han tenido conflictos con los medios porque la disputa entre políticos y periódicos es intrínseca al juego democrátic­o. Que se lo pregunten a los tresciento­s medios que

La disputa entre políticos y periódicos no es nueva y es intrínseca al juego democrátic­o

se han puesto de acuerdo en su contienda con el presidente que, desde la Casa Blanca, les ataca e insulta como si fueran “el enemigo el pueblo”.

The New York Times ha reconocido que los “reporteros y editores son humanos y cometen errores”, pero “insistir en que las verdades que no te gustan son ‘noticias falsas’ es peligroso para la vitalidad de la democracia”. Y esta afirmación no hace sino subrayar el valor de la independen­cia periodísti­ca, más estable y duradera que los gobiernos, que, aunque resistan y contraataq­uen, tienen una permanenci­a limitada en el tiempo.

Las noches de rencor, en las que se aliñan las venganzas, son malas consejeras para hacer frente a la exuberanci­a y voluptuosi­dad de lo digital, sean o no exquisitos los medios en los que florece. Es preferible afrontar la desdicha con la cabeza fría. Pues, si bien deslindar la verdad de la mentira es siempre esencial, las normas legales vigentes ofrecen recursos suficiente­s para hacer frente a la injusticia.

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DANI DUCH

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