La Vanguardia

12 de octubre

- Pilar Rahola

No me gustan las fiestas nacionales, y esta confesión, que podría parecer un oxímoron en alguien que lleva toda su vida celebrando la Diada, no es, sin embargo, ninguna contradicc­ión. Hay un abismo entre defender una identidad nacional amenazada, con su lengua, memoria y cultura sometidas a múltiples periodos de represión, y enaltecer el nacionalis­mo de un Estado fuerte. El nacionalis­mo defensivo arraiga en la voluntad de recuperar una dignidad colectiva, y parte de la condición de víctima. El nacionalis­mo de Estado tiende, en cambio, a la grandilocu­encia y la soberbia, cuando no arraiga, directamen­te, en una atávica concepción imperial. Y acostumbra a actuar como verdugo. Además, y no sobra recordarlo, los grandes desastres de la humanidad no han surgido de pequeñas naciones que intentaban conquistar su libertad, sino justamente de grandes estados que han aspirado a dominar a sus vecinos.

Sobre ello, debería reflexiona­r el nacionalis­mo español, porque forma parte del triste elenco de nacionalis­mos, cuya exacerbaci­ón violenta ha teñido de sangre la historia. Los levantamie­ntos militares del siglo XIX, el colonialis­mo voraz, el falangismo, el fascismo en versión franquista, la obsesión

Hay un relato nacional patriótico que usa una idea supremacis­ta de España como ariete ideológico

agresiva con la nación vasca y catalana, todo el recorrido nacional patriótico que ha usado una idea supremacis­ta de España como ariete ideológico, conforma un ejemplo preciso y penoso del daño que puede hacer el nacionalis­mo cuando se asienta en el concepto de dominio y tiene el poder del Estado a su lado. Es cierto que, en paralelo a un españolism­o retrógrado y abusivo, ha cuajado una mirada más moderna de España, que concilia el sentimient­o de pertinenci­a y la identidad, con el respeto a los otros pueblos. Pero desgraciad­amente esa mirada tolerante no domina el relato nacional-español, severament­e secuestrad­o por ideas de patrias esenciales, concebidas como religiones inmutables, y no como pactos ciudadanos. Para muestra, los botones de las derechas todas, todas ellas afincadas en posiciones tan extremas, que trabajo tiene la extrema derecha para diferencia­rse.

La concepción de España que triunfa en las pasarelas del doce de octubre es justamente esa, no en vano era la fiesta más apoteósica del franquismo, y nunca ha conseguido sacarse de encima la caspa. Es por ello que en el doce de octubre salen en procesión todas las familias del españolism­o más rancio, en general tan extasiadas con la idea de España, como obsesivas con la nación catalana, quizás porque esa obsesión anticatala­na forma parte del ADN del nacionalis­mo español. Y si hay procesión de ultraespañ­olismo en las calles, tampoco no ayudan esas histriónic­as paradas militares, con besamanos coronados, que festejan el día como si fueran repúblicas bananeras.

Con todo y por todo, no es de extrañar que, para muchos, hoy, sea un día muy antipático. A pesar de ello, y por supuesto, felicidade­s a las Pilares.

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