La Vanguardia

La relación con el tiempo

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS,

En 1958 la actriz Margarita Xirgu escribe, desde el exilio, una carta a mi abuela materna –que guardo con entrañable cariño–, y en ella le dice: “Si no hubiera espejos aún me haría ilusiones. Solo quiero interpreta­r viejas”. Palabras de una lucidez extrema. La permanente contradicc­ión de como nos sentimos y como nos vemos. O como creemos que nos ven. La Xirgu tenía 70 años que podrían ser motivo de una buena crisis pero no para ver la muerte acechando. O sí. La angustia de los espejos. El calendario interior a la greña con el oficial. Los juguetes rotos de la nostalgia. La sabiduría ingrávida –por desgracia intransfer­ible– de los viejos que no quieren parecerse a los jóvenes. El azogue crepuscula­r del espejo que ya no refleja la llama, la pasión… ni el deseo; solo grietas. Cicatrices. Y mucha vida que contar, casi siempre a la nada. La insobornab­le cadencia de los relojes. Tictac…

Cada persona tiene su particular relación con el tiempo. “La edad no es más que un cálculo”. Lo dijo Aznavour que algo sabía del tema. Y se podría añadir: incluso un estado de ánimo. Recordemos la rotundidad de la obra tardía de grandes artistas ¿Madurez? ¿Experienci­a? ¿Desenfado? Algún estudioso lo atribuye a la serenidad que comporta la pérdida de la libido. No sé. El arte en todas sus prácticas tiene mucho que ver con las edades y con intentar ponerle trabas y trampas al tiempo. Engañarlo, aplazarlo. La obsesión de Dalí por los relojes era más existencia­l y metafísica que surrealist­a. Rembrandt se autorretra­tó de manera magistral casi minuto a minuto. ¿Exorcismo? Para comentar la excelencia de un arte en movimiento se dice: “Se paró el tiempo”.

“Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes el comentario” (Schopenhau­er). El padre del pesimismo empezó a sentirse juvenil y feliz de viejo. Claro que la compañía de una joven escultora le hizo más fácil el tránsito. También una cuestión de actitud influye que determinad­as personas parezcan mayores o de menos edad, pero si presuponem­os una edad a una determinad­a mujer o hombre y nos equivocamo­s, nunca más el trato será igual. A uno/a de 50 no se le trata como a uno/a de 65. Para la sociedad es una ofensa tener a la gente desubicada. Y que un viejo actúe como un joven. Y al revés. Tenía razón la Xirgu en buscar personajes que encajaran con su edad. Cada cuadro con su marco correspond­iente.

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