Mefisto, un psicópata en la oficina
Àlex Ollé convence al público de la Ópera de Lyon con una versión canalla del ‘Mefistofele’’ de Arrigo Boito
Cuando un teatro de ópera se atreve a programar Mefistofele, el título que el italiano Arrigo Boito compuso en 1868 –música y libreto– sobre el clásico de Goethe, está de algún modo midiendo sus fuerzas artísticas. No en vano es una ópera poco representada. Su particular dramaturgia –un recorta y pega del
Faust original– la hace indomable. Y musicalmente tiene sus momentos de gloria (los coros y algunas arias) pero también otros de difícil digestión, como corresponde a un intento de wagnerismo italiano en pleno reinado de Verdi. Boito tuvo que rehacerla debido al estrepitoso fracaso que registró su estreno.
El director de la Ópera de Lyon, Serge Dorny, pensó en un experto en demonios como Àlex Ollé para la puesta en escena. El director de escena ya se había aproximado al mito varias veces con La Fura dels Baus: en el teatral Faust 3.0. (1997);
La damnation de Faust de Berlioz (1999), y un par de años más tarde, la cinematográfica Faust 5.0.
Es probable que aquella mirada fáustica de juventud mereciera una segunda etapa. Y ahí llegó Ollé con su Faust de Gounod –cuyo reciente estreno en Madrid estuvo salpicado por la polémica de los lazos amarillos (aquí nadie reaccionó anoche a ellos cuando el escenógrafo y el figurinista los lucieron en la solapa )–, y ahora, con este Mefistofele que le permite observar el mito desde el lado del que compra las almas.
El estreno de ayer en Lyon fue todo un éxito. En parte gracias al uso todoterreno que Ollé hace del coro, con escenas musicalmente impactantes bien asidas desde el foso por la batuta de Daniele Rustioni. El furero ha buscado dar sentido al salto entre fragmentos del Faust de Goethe que hay en el libreto –“es tan inconsistente”, se lamenta–, de manera que convierte en alucinación o sueños buena parte de la acción. Empezando por la escena de los ángeles arrancándole el corazón a Mefistofele.
Ollé decide incluso que Elena –ese papel que la desaparecida Montserrat Caballé cantaba junto a Luciano Pavarotti y Mariella Freni en una grabación mítica– sea una invención de la mente de Fausto, como una sublimación de Margherita, por lo que las interpreta la misma soprano, Evgenia Muraveva.
“He tratado siempre la idea de Fausto como un alter ego, ese personaje dual en el que verse reflejado, pero ahora le doy la vuelta: Mefistofele es un psicópata que se mueve en el entorno de Fausto, y Fausto es un hombre deprimido, cansado, un pringado del día a día con ganas de morir”, dice Ollé. La acción la sitúa en una oficina –que con el vestuario de Lluc Castells es también un laboratorio–, y lejos de ser un sabio ilustrado, Fausto es un
El furero convierte a Fausto –el mito que ha abordado tantas veces– en un “pringado cansado de vivir”
personaje gris en una mediocridad actual. Ese espacio da lugar –por obra y gracia del escenógrafo Alfons Flores y el iluminador Urs Schönebaum– a una discoteca, a un grotesco o lujurioso afterhours ,a un espectáculo de varietés o a esa cárcel en la que yace Fausto y en la que tendrá lugar la muerte de su amada en la silla eléctrica. Elementos que se van superponiendo a medida que avanza la ópera, como construyendo una torre de Babel con la que alcanzar a Dios. El imponente bajo John Relyea da a Mefistofele, el ángel caído, una cualidad de bestia inhumana, mientras que el Faust de Paul Groves es un ser efectivamente del montón.