La Vanguardia

“En la ciudad gritaban: ‘¡8,90!’, y nadie era capaz de creerlo”

50 años de los Juegos de México. Bob Beamon sobrevuela el Estadio Olímpico para anticipars­e a su época

- SERGIO HEREDIA

Los días pasaron y Bob Beamon ya no volvió a ser el mismo.

Se ensimismó, se enajenó, apenas saltó nunca más. Superado por su propia proeza, abandonó su carrera como atleta. Tenía sólo 22 años. Jamás mejoraría aquel vuelo, aquel 8,90.

El tiempo se había detenido un instante, en una tarde eléctrica en Ciudad de México, escenario de los Juegos Olímpicos de 1968. Han pasado cincuenta años. Bob Beamon parece eternizars­e en el aire. Vuela y vuela y no aterriza.

Y al final, cuando cae y abandona el foso dando botes, consciente de haber logrado algo especial, los jueces se miran entre sí, desconcert­ados.

No da.

El medidor óptico no da. Hasta aquel instante único, el récord del mundo de longitud se encontraba en 8,35 m. Lo compartían Ralph Boston e Igor TerOvanesi­an.

Y el medidor óptico no da. No alcanza a medir el salto.

Los jueces improvisan: deben proceder a la medición manual. Estiran la cinta hasta agotarla. Clavan una señal sobre la arena. Incrédulos, vuelven a medir.

En la espera, larga, infinita, Ralph Boston se le acerca a Beamon. Le dice:

–Ahora, el récord es tuyo. Beamon no sabe qué contestar. Venga, que se acabe ya esto.

Los jueces van y vienen y la espera se eterniza. Beamon se tumba bocabajo junto al pasillo de saltos. Pasan veinte minutos. Al rato, dan la marca: –8,90.

El estadio vocea. Muchos se llevan las manos a la cabeza. Beamon se lanza a correr, quién sabe hacia adónde, para acabar derrumbánd­ose sobre el tartán. Él mismo lo ha contado: –Sufrí una crisis de ansiedad. Hasta aquel momento, Beamon era un saltador importante, se decía que el heredero, el futuro dominador.

Ya acreditaba 8,33 m. Pero ¿quién iba a pensar en 8,90?

Ralph Boston, entonces su rival y también su entrenador, veía cosas. Difundía voces:

–Ojo con Beamon. Yo estoy en una gran forma, pero Beamon está listo para volar –decía en México, antes de aquel día.

La penúltima señal se había registrado en la víspera, en la calificaci­ón para la final olímpica. Con un talonamien­to discutible, en un tercer intento tras dos nulos, Beamon se había ido hasta 8,18 m. Entonces aquella marca ya era algo muy serio.

Y el 18 de octubre, el salto. (...)

Aquel día, Pipe Areta, hoy sacerdote en Pamplona, no estaba en el estadio, sino en su habitación en la Villa Olímpica. Era el mejor saltador español. Registraba 7,77 m en longitud, aunque había ido a México a disputar el triple salto. Había alcanzado la final de su prueba, pero apenas había podido pelearla:

–Me había lesionado en un tobillo en el calentamie­nto. Salté cojo. No pude hacer nada –cuentaa La Vanguardia.

Dolorido como estaba, Areta (76) no había ido al estadio en el gran día de Beamon.

–Tuve que verlo por televisión: no podía ni andar.

–¿Y cómo lo vivió? –Había una atmósfera especial. Iba a descargar una tormenta sobre la ciudad, el viento estaba en los 2 m/s a favor, justo en la frontera de lo legal. La altitud te beneficiab­a, todos los saltadores lo habíamos sentido. Y el tartán iba sustituyen­do a la pista de ceniza. No vi el salto en directo, estaba despistado con algo. Pero sí que vi la repetición. Luego hubo una larga espera. Y al final, vocearon: “¡8,90!”.

–¿Qué significab­a?

–Era algo inconcebib­le, impensable, inimaginab­le. De un golpe, Beamon mejoraba el récord del mundo en 55 centímetro­s. Piense que, hasta entonces, desde 1961 a 1968, la plusmarca se había ido estirando centímetro a centímetro. Desde luego,

Pipe Areta y Toni Corgos, exsaltador­es, revisan el vuelo

que cambió la percepción de

la longitud

aquello era de otro mundo. –Nadie volvió a acercarse. –Tuvimos que esperar mucho tiempo, hasta 1991, hasta aquella tarde en los Mundiales de Tokio, aquel duelo entre Carl Lewis (firmó unos irregulare­s 8,91, con 2,9 m/s a favor) y Mike Powell (8,95, el récord vigente). Y luego, nunca más.

En los años ochenta, Toni Corgos (58) llegó a registrar 8,23 m. Fue contemporá­neo de ambos: compitió con Powell y Lewis. Cuando Beamon sobrevoló la capital mexicana, Corgos apenas tenía ocho años.

–Yo aún no miraba el atletismo. Mi conciencia atlética se forma cuatro años más tarde, en Munich’72.

–Pero cuando usted se puso a saltar, ¿pensó que algún día lograría algo como lo de Beamon?

–Cuando eres un chaval, crees que puedes llegar. Pero luego, cuando te haces mayor y sales por ahí y ves lo que hacen otros y lo que significa ese vuelo, entonces lo entiendes. Ni siquiera él, Bob Beamon, lo ha asumido. –¿...?

–Conocí a Beamon en 1980, en Madrid. Comimos juntos. Noté que estaba sobrepasad­o por lo que había hecho. Intentaba darle normalidad a la proeza, incluso insistía en que podía haber saltado más lejos. Es evidente que no lo había superado.

–Que a un fenómeno le suceda algo así ¿es común?

–La primera vez que superé los ocho metros, mejoraba 43 centímetro­s de golpe. Aquello me sobrepasó. Empecé a darle vueltas. ¿Por qué había ocurrido? ¿Qué había hecho diferente? Estuve tocado durante tres o cuatro meses. Me dije que no lo lograría nunca más. También me llegaban comentario­s de fuera, de gente que dudaba. Supongo que Beamon había vivido eso mismo.

–El salto de Beamon ¿había sido perfecto?

–Fue un salto natural, tal y como se lo enseñamos a los alevines (Corgos es entrenador de triplistas y saltadores en el CAR y en el club Muntanyenc de Sant Cugat). No hace nada excepciona­l pero entra muy rápido, a 11 m/s, y con una elasticida­d brutal. El mérito está en el enlace, que es la batida, el momento en que se eleva. Desde luego, su técnica se encuentra en las antípodas de Powell, que saltaba en tijera.

Corgos cuenta que hay estudiosos en la materia, expertos que han disecciona­do el vuelo de Beamon una y otra vez y que, con la boca pequeña, abren un debate: tal vez falló el anemómetro y Beamon saltó con excesivo viento a favor, un viento superior al límite de los 2 m/s.

–Estábamos en el año 1968, y se te puede escapar. De hecho, hay muy pocas imágenes en vídeo. Las deduccione­s se hacen observando cómo se mueven las banderas...

–¿Es normal que sigamos sin acercarnos a ese registro?

–Para saltar 8,90 tienes que ser un monstruo, no una persona normal. Hoy lo sabemos todo de la longitud. A qué velocidad hay que entrar, qué ángulo debes tomar... Hay muy poco margen de mejora: la longitud se basa en la velocidad y la capacidad de salto. Enlazas esos dos elementos y sale el vuelo. No hay más. Es distinto a la pértiga o el triple, donde metes un brazo por aquí, o un segundo impulso por allá, y avanzas. La longitud es una disciplina simple, tanto que es muy difícil mejorarla.

Incapaz de asumir aquel instante, Beamon probó suerte en otros ámbitos. Intentó jugar en la NBA. En 1969 fue drafteado por Phoenix Suns. No llegó a debutar. Se licenció en Antropolog­ía y profundizó en el mundo del arte. En una charla con este cronista, veinte años atrás, dijo:

–Estuve en el lugar ideal y en el momento preciso.

Hoy tiene 72 años.

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 ?? BETTMANN / GETTY ?? Vuelo. Bob Beamon se eleva en México: su salto de 8,90 superaba en 55 centímetro­s la plusmarca que compartían Boston y Ter-Ovanesian (8,35 m). Pocos minutos después de aquel salto, el primero de Beamon, se desataba una intensa tormenta eléctrica sobre la ciudad
BETTMANN / GETTY Vuelo. Bob Beamon se eleva en México: su salto de 8,90 superaba en 55 centímetro­s la plusmarca que compartían Boston y Ter-Ovanesian (8,35 m). Pocos minutos después de aquel salto, el primero de Beamon, se desataba una intensa tormenta eléctrica sobre la ciudad

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