La Vanguardia

Fundido en negro en el NYC Ballet

- Francesc Peirón

Según los expertos, en la técnica danzante de Joaquín de Luz se percibe la influencia torera. Su abuelo fue un diestro aficionado y él asistió a clases cuando era un crío, aunque jamás tuvo enfrente a un astado. Su “chulería de matador”, como algunos definen su peculiar manera, brilló ayer por última vez en el David H. Kock Theater, sede en el complejo del Lincoln Center del prestigios­o New York City Ballet (NYCB), tropa en la que este madrileño (1976) ha pasado 15 de sus 42 años. El público, que lo idolatra, llenó el recinto para asistir a una velada única. La ovación fue de las que se recuerdan. El título ya no dejaba dudas: Joaquín de Luz farewell .En esta despedida actuó en tres de las cuatro piezas que se interpreta­ron en la sesión final.

Dos tenían un marcado carácter de homenaje a su trayectori­a en esta institució­n y a sus grandes referentes. Así, incluyó Theme and variations sobre la Suite no. 3 de Chaikovski, un despliegue fuerte, académico y riguroso que alumbró en 1947 el coreógrafo ruso George Balanchine, fundador del NYCB. Su pareja fue Tiler Peck. La otra composició­n, A suite of dances –el escenario desnudo, solo Ann Kim, al chelo, y él, cómplice, jugando con la música, dando volteretas, sacando sonrisas–, con música de Johann Sebastian Bach, era un homenaje al coreógrafo Jerome Robbins, que a vez rindió tributo al maestro Mijaíl Baríshniko­v, ídolo de infancia para aquel soñador De Luz. Participó, ademas, en Todo Buenos Aires a partir de la música de Astor Piazzolla y coreografí­a de Peter Martins.

Se escucharon los bravos, palabra muy de la tauromaqui­a. Después de tanto tiempo con esta compañía, De Luz, que se define como una persona de “esquema casi quijotesco”, se muestra optimista. Hay nostalgia, por supuesto, en el momento de cerrar un largo ciclo. Aunque también ilusión por un futuro repleto de nuevos retos.

“Dispone de muchas de las cualidades que se atribuyen a la compañía [del NYCB], como la velocidad, la musicalida­d, la frescura en la ejecución. Pero su comportami­ento y estilo tienen un acento particular que son indicios de su origen español y su formación”, subrayó Marina Harss en The New York Times. “Su baile cuenta con chispa, una mezcla de acometida, extroversi­ón y bravura”, apostilló la autora del artículo.

En sus inicios, se formó en danza clásica, entre 1992 y 1995, con la compañía del español Víctor Ullate, escuela de otros grandes como Ángel Corella o Tamara Rojo. Sin embargo, De Luz quería seguir los pasos de Baríshniko­v en el Nuevo Mundo. Tras un año en el Pennsylvan­ia Ballet, en 1997 se instaló en Nueva York, embarcado en el American Ballet Theater, donde coincidió con Corella. En el 2003 dio el salto al NYCB, donde encandiló con sus piruetas hasta este domingo.

En la platea, Víctor Ullate no esconde hoy el orgullo por lo lejos que ha llegado este hijo. “Hay que saber cuándo toca el final y él lo ha hecho muy bien. Se va en la cúspide. La gente lo recordará en un momento brillante”, recalca el maestro. “Tiene luz, un aura, un encanto desde niño”, sostiene Ullate.

Su trayectori­a está marcada por los éxitos, como el Premio Nacional de Danza logrado en el 2016. Pero el

Gran homenaje al bailarín madrileño Joaquín de Luz en su despedida del Lincoln Center tras quince años

principal de todos, no dejarse vencer por el desánimo. Diversos médicos le aseguraron hace un decenio que no volvería a bailar. Una lesión vertebral le hacía perder el control de su pierna derecha.

Ahora nadie se acuerda de eso. Montones de flores y de amigos en el escenario, un aplauso de más de quince minutos, toda la sala en pie. Joaquín torea y se despide de su casa, arrancándo­se por bulerías con su madre. Anoche cayó el telón y también se apagó la Luz en el New York City Ballet.

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DAVID ARQUIMBAU / EFE Joaquín de Luz cerró este domingo su larga carrera en el NYCB
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