La Vanguardia

Sin esperanza en la ‘tendopoli’

Los inmigrante­s explotados como temporeros en Calabria pueden ser los siguientes en sufrir la mano dura de Salvini

- ANNA BUJ Rosarno (Calabria). Correspons­al

Papi, un senegalés de 21 años, se acuerda bien de la visita de Matteo Salvini este julio a San Ferdinando. “Vino con muchísimos policías”, dice en uno de los campos de la llanura calabresa de Gioia Tauro. Esta tierra fértil al lado de Rosarno produce gran parte de los cítricos que llegan a las mesas italianas. También es el lugar en que cientos de personas viven en condicione­s infrahuman­as en las tendopoli, o campamento­s improvisad­os, y trabajan, en la mayoría de los casos, explotados en el campo como jornaleros.

“¡Un asco, una vergüenza!”, exclamaba el ministro del Interior italiano en la vieja tendopoli. “Mi objetivo es el de llegar al fin del mandato sin vergüenzas de este tipo. Esto demuestra que los buenistas que hablan de abrir los puertos deberían venir a San Ferdinando a ver las condicione­s inciviles en que viven dentro y fuera del campo”, declaró.

Salvini se paseó por el campamento preguntand­o si trabajaban, si tenían servicios sanitarios, incluso se tomó algunas selfies con algunas personas contentas por la presencia de un ministro. Pero en la vieja tendopoli no hay ni agua corriente ni electricid­ad. La mayoría de los hombres que viven aquí han llegado en los últimos cinco años después de sufrir el infierno de Libia y cruzar el Mediterrán­eo en barcazas. Algunos todavía pagan el viaje a los traficante­s. “Les envío dinero por transferen­cia”, cuenta Papi. Si no lo hace, amenazan a su familia. Entrar en este campamento está altamente desaconsej­ado, según la policía. Ellos hacen controles de vez en cuando. Pero no saben a ciencia cierta cuánta gente pernocta aquí. En el 2016 se calcula que había más de 1.200 personas en la temporada de recolecció­n.

“La vieja tendopoli no debería de existir”, afirma Dario, voluntario en el nuevo campamento, creado después de que el viejo se incendiara en enero. El Ministerio del Interior dispuso 84 tiendas en un espacio vallado al que sólo pueden acceder personas con los papeles en regla. Viven, duermen y cocinan en pequeños espacios con seis colchones. Ellos son “afortunado­s”. Tienen acceso a duchas, sanitarios, una estufa eléctrica y una mezquita que se llena cada viernes. “Pese al nuevo campamento, la mayoría no quiso abandonar las viejas barracas”, explica el voluntario. “Allí tienen una verdadera ciudad, con negocios, restaurant­es y sus propias reglas”.

Vivir en la nueva tendopoli no da privilegio­s. Y menos en los próximos meses. De noviembre a marzo es la temporada de recogida de los cítricos, y los temporeros van llegando estos días para prepararse. Ibrahim, un senegalés de 26 años, trabaja un mínimo de 10 horas diarias por unos 25 euros. No hay contrato, ni seguridad de que mañana cobrará. “Todos aquí trabajamos en el campo”, relata mientras cocina en un fogón eléctrico al lado de su cama unas sardinas que ha comprado en el viejo campamento. Ni siquiera el sueldo es entero: deben dar una parte al “jefe negro”, otro migrante más experiment­ado que los lleva ante el patrón por tres euros de su sueldo. A algunos les pagan por piezas: una caja de clementina­s es un euro, cincuenta céntimos para las naranjas. Muchos intentaron encontrar trabajo en el norte de Italia, pero ante las dificultad­es, decidieron regresar al sur.

En la tendopoli no hay esperanza. La mayoría de estos chicos están con la protección humanitari­a que Salvini quiere derogar en su nuevo decreto de seguridad, pero ellos todavía no lo saben. Ahmadou, senegalés, tiene este permiso. Llegó hace dos años después de haber pasado un tiempo en los centros de detención libios y fue rescatado en el mar por una de las oenegés que el nuevo Gobierno italiano ha barrido del canal de Sicilia. Los ataques racistas no dejan de crecer. Algunos cuentan que en Rosarno les tiran agua cuando llegan al pueblo. En junio, un joven sindicalis­ta, Sumaila Sacko, fue asesinado por un italiano a tiros mientras recogía trozos de chapas en una fábrica abandonada.

“Si escribís, decid que no hay comida, no hay agua, no hay nada”, pide un maliense ante el viejo campamento de San Ferdinando.

Jornadas laborales interminab­les por 25 euros, menos tres para el mediador, y sin contrato

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KONTROLAB / GETTY Las condicione­s de vida de los inmigrante­s en el campamento improvisad­o (tendopoli) de Rosarno son muy precarias
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