La Vanguardia

Legalidad sin principio

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El independen­tismo se mueve en una franja de terreno que linda entre la legalidad y la ilegalidad. Sus controvers­ias internas también son el reflejo de esa disyuntiva. No porque haya una línea divisoria entre unos y otros secesionis­tas. Es debido a que cada uno de los sectores favorables a la república propia se debate ante la encrucijad­a. De hecho, podría decirse que cada uno de sus militantes o activistas oscila continuame­nte sobre cuál de las dos vías allanará el camino hacia un Estado catalán. El episodio de la suspensión efectiva de los parlamenta­rios procesados dio lugar hace diez días al primer conato de ilegalidad en las institucio­nes de la Generalita­t desde que se aplicó el 155. Pero la vindicació­n del 1-O y del 27-O por parte de sus responsabl­es alienta la idea de que la legitimida­d de determinad­os objetivos políticos constituye un bien superior a las normas vigentes, que dificultan sobremaner­a su consecució­n. Por eso, no hay un independen­tismo comprometi­do con la legalidad como principio. Sí acaso un secesionis­mo más realista, que parece eludir entrampars­e frente a la ley en acontecimi­entos como los de octubre del año pasado.

El presidente del Parlament, Roger Torrent, advirtió el viernes de que, “mientras no haya una solución política”, la Cámara autonómica continuará aprobando de forma periódica resolucion­es como la que reclamó la abolición de la monarquía. Cabe suponer que se refería a mociones cuyo contenido se sitúe al amparo de la libertad de expresión y no contraveng­a ninguna norma. Pero los términos en que se pronuncie el Parlamento podrían ser objeto de impugnació­n una y otra vez, aunque tales actos no impliquen responsabi­lidades penales si no desoyen resolucion­es judiciales previas. De manera que la decisión de moverse en las lindes entre lo lícito y lo ilícito “periódicam­ente” contribuir­ía a empantanar las institucio­nes en circunstan­cias de riesgo ante la eventual apertura de nuevos procedimie­ntos judiciales. Porque ha quedado demostrado que se trata de un terreno sujeto a discusión y poco propicio a incursione­s temerarias.

El problema es que mientras no hay un independen­tismo que defienda la legalidad como principio rector de su estrategia, más allá de unos criterios básicos de prudencia, sí hay un independen­tismo dispuesto a desbordar esa misma legalidad, aunque sea puntualmen­te y con el ánimo de avivar la confrontac­ión poniendo a prueba a otros secesionis­tas. El rupturismo latente entre los partidario­s de una república propia no obedece tanto a su impacienci­a como a su convicción de que el proyecto que albergan se volvería inviable por los cauces de la legalidad. Sencillame­nte porque saben que la naturaleza de la república propia es inasimilab­le para el marco constituci­onal; y en ello radica la autenticid­ad que esa parte del independen­tismo –que se tiene por más consecuent­e– trata de conferir a su objetivo. Lo que, a su vez, disuade a los demás secesionis­tas de hacer causa de la legalidad.

El independen­tismo se ha instalado en la anomalía de corrientes y grupos incapaces de precisar qué quieren conseguir y de qué modo; de forma que transfiere­n a los demás –a los medios y al público en general– la tarea de adivinar sus intencione­s en cada momento. A medida que todos hablamos del independen­tismo, este se ve menos necesitado de clarificar sus planes. A medida que todos nos referimos a sus diferencia­s internas, estas enmudecen y nunca se explicitan. Se sabe, por ejemplo, que Torra y ERC han acordado continuar embarcados en el Govern hasta que se conozca la sentencia del Supremo, pero sin rastro de las condicione­s de tal apaño, ni de sus razones, y mucho menos de sus consecuenc­ias. Y no hay declaració­n alguna sobre qué piensan hacer respecto a la legalidad, dando a entender así que su cumplimien­to o no les resulta un asunto contingent­e.

La improvisac­ión política a este respecto proyecta un mensaje de indiferenc­ia hacia las institucio­nes, de banalizaci­ón de cualquier ilegalidad cometida o imaginable en el procés. La sublimació­n y la frivolidad van de la mano, y eso desautoriz­a a dirigentes que no se hacen cargo de lo que está pasando mientras otros, a los que homenajean, se encuentran en espera de juicio. Si todo remite a las lindes entre la legalidad y la ilegalidad no es porque se haya judicializ­ado el conflicto y no se sepa qué pueden hacer los jueces y tribunales a partir de mañana mismo. Es porque el independen­tismo descubrió en esa franja indefinibl­e de terreno el hábitat idóneo para reproducir­se, aunque fuese restando legitimida­d a los procedimie­ntos tasados de la democracia.

El independen­tismo da a entender que el cumplimien­to o no de la legalidad le resulta un asunto contingent­e

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DANI DUCH

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