La Vanguardia

La triste compañera

- Antoni Puigverd

El magistrado Llarena hace ya un año que mantiene encarcelad­os a dos hombres que quizás cometieron delitos pero que nunca abanderaro­n la violencia. No son susceptibl­es del oprobio de la prisión preventiva. Para ellos, la acusación de rebelión tiene un significad­o todavía más cruel que para el resto de presos independen­tistas, pues no ejercían cargo político alguno en el momento de la detención (y tampoco durante los acontecimi­entos que el instructor del Supremo ha investigad­o). Eran presidente­s de dos entidades civiles. Por consiguien­te, es muy discutible que, de entrada, sean juzgados por el Tribunal Supremo sin haber pasado antes por tribunales de rango inferior.

Parece evidente que su derecho a la defensa está siendo muy erosionado. Lo sostienen muchos juristas. La voz más relevante que pone sutilmente en cuestión la acusación y la pena preventiva que Llarena ha impuesto habló ayer por RAC1. Pascual Sala no es un cualquiera. No es amigo o colega de los encarcelad­os. No es tampoco un juez o un experto entre centenares. Es un expresiden­te del Tribunal Supremo y del Tribunal Constituci­onal. Pues bien, con pulcritud, dejando muy claro que emitía tan sólo una opinión y que no quería enmendar la plana a nadie, Pascual Sala afirmó: “Para mí es muy difícil –por no decir imposible– que exista un delito de rebelión, por no decir que me parece problemáti­co que exista un delito de sedición”. Sala apeló, por supuesto, al respeto debido a las decisiones judiciales, pero distinguió entre respeto y fetichismo: “Sin perjuicio del derecho que se tiene para opinar de sus decisiones”. Y después de dejar claro que “las prisiones no ayudan a resolver los problemas políticos”, concluyó: “Es una cuestión eminenteme­nte política, aunque tiene derivadas judiciales. Pero no son los jueces quienes deben resolver ese tema”.

La reflexión de un expresiden­te del TS y TC deja un rastro de melancolía: subraya indirectam­ente el cruel robo de un año de la vida de dos ciudadanos civilmente comprometi­dos que en ningún momento se han hecho merecedore­s del trato de terrorista­s. Siendo la opinión de Pascual Sala tan relevante y a la vez tan sensata, es también inútil: en el momento crucial, los políticos (especialme­nte Rajoy y Mas) hicieron novillos y ahora el embrollo está en manos de unos jueces que, en su discutible interpreta­ción, causarán un daño personal irreparabl­e. Y pueden arruinar la difícil salida del laberinto. Una salida que tal vez ya nunca llegue. Problema cronificad­o.

Ante esta perspectiv­a, sorprende que desde la política y los medios se fomente, por parte de unos, la severidad inclemente; y por parte de otros, el lamento resentido. El círculo vicioso que nos deja en manos del resentimie­nto y la inclemenci­a es un triste horizonte no sólo para tirios y troyanos, sino para todos. Es inevitable caer en manos de la melancolía, “la triste compañera de ojos oscurecido­s” a la que tendremos que habituarno­s (Shakespear­e, Pericles, acto I, escena II).

La judicatura está causando un mal irreparabl­e y puede arruinar la salida al laberinto

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