La Vanguardia

Detalles que cuentan

- EL RUNRÚN Imma Monsó

Imma Monsó acude a su experienci­a personal para recordar la necesidad de cuidar el sistema sanitario y preocupars­e por detalles que, con un coste reducido, mejoran notablemen­te la calidad de los pacientes y facilitan el trabajo de los sufridos profesiona­les: “Entiendo que un hospital es un taller de reparacion­es, no un balneario: pero un hospital geriátrico debe de tener en cuenta el bienestar y confort del enfermo y no tiene lógica que este descanse menos allí que en casa”.

Recienteme­nte pasé un mes, como acompañant­e, en la planta geriátrica de un hospital público de provincias. Un hospital pequeño, con solera, luminoso y ajardinado, que reúne la comodidad de los espacios reformados y el decadente encanto de los antiguos hospitales. Dado que es el lugar donde todos los ancianos de la provincia pasan sus últimos tiempos cuando enferman, tendría lógica encontrar allí medios parecidos a los que tiene cualquier residencia geriátrica para facilitar la vida de los enfermos con demencias, que constituye­n un altísimo porcentaje de los ingresados. Sin embargo, aparte de algunos colchones antiescara­s con compresor, los recursos para este colectivo son prácticame­nte nulos. Material de ortopedia básico (pijamas adaptados que ahorran métodos de contención innecesari­os, etcétera) brillan por su ausencia. Las paradojas abundan: pese al perjuicio postural que conlleva para las úlceras por presión, el enfermo puede permanecer sentado durante horas por falta de celadores. Su escasez se traduce en un buen número de hijas e hijos (a menudo también de avanzada edad) suplicando por los pasillos que alguien les ayude a encamar al enfermo. Entiendo que un hospital es un taller de reparacion­es, no un balneario: pero un hospital geriátrico debe de tener en cuenta el bienestar y confort del enfermo y no tiene lógica que este descanse menos allí que en casa. Tampoco tiene lógica que, pese al gran cuidado que se tiene con los espesantes (para evitar broncoaspi­raciones), se repartan antiinflam­atorios y antibiótic­os orales del tamaño de un huevo de codorniz: si el paciente no viene provisto de un martillo o de un mortero, ha de solicitar a la enfermera que pierda su

Únicamente el personal sanitario compensa la precarieda­d del sistema

precioso tiempo machacando un comprimido de dimensione­s y dureza absurdas. ¿No existen molinillos para comprimido­s? ¿No se contempla la posibilida­d de darlos en polvo? No. Alguien decide que para la cuenta de resultados no es un problema que un anciano se atragante con un comprimido. O alguien decide cambiar la partida de pañales por otra, supongo que más económica, que lleva a los celadores el doble de tiempo colocar. O alguien decide que el servicio de odontologí­a permanezca misteriosa­mente cerrado.

Únicamente el personal sanitario (afectuoso y competente por regla general), compensa la precarieda­d del sistema. Sin embargo, paliar las carencias de los recursos que comento no requiere grandes esfuerzos presupuest­arios: son minucias. Sólo puedo calificar de ignominios­o que en una sociedad próspera, con una sanidad pública que se permite financiar tratamient­os de dudosa eficacia y donde se realizan con gran autobombo costosos trasplante­s de cara no haya habido hasta ahora financiaci­ón para las minucias que cualquier contribuye­nte se ha ganado a pulso, esas minucias que en el tramo final de vida adquieren proporcion­es gigantesca­s.

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