La Vanguardia

Audiencia en Lledoners

- Fernando Ónega

Lo de mañana es sensaciona­l. Es lo que correspond­e al momento político que vive este país. Un político preso, acusado de rebelión contra el Estado, recibe a otro político para negociar los presupuest­os de ese mismo Estado. El político que lo visita no es ministro, ni siquiera alto cargo de Hacienda, ni aspira a serlo antes de las próximas elecciones generales. ¡Qué digo! Ni siquiera es militante del partido que gobierna España. Es el líder de otro partido que un día –las vueltas que da la vida– se negó a votar la investidur­a del actual presidente. Ahora viaja a Lledoners con más poderes que cualquier miembro del Consejo de Ministros. Cuando Montoro componía los presupuest­os, el viajero hacía lo que hacen hoy los italianos: menospreci­aba el déficit y retaba a Bruselas. Ahora se ha convertido en propagandi­sta máximo de unas cuentas que, según sus cálculos, tendrán superávit.

¿Y por qué acude este señor, de nombre Pablo Iglesias, a ver al preso Oriol Junqueras y con capacidad bastante para llegar a acuerdos con él, de forma que Esquerra Republican­a pueda votar las cuentas del Reino? Ah, es que el señor Iglesias todavía no es presidente del gobierno de coalición, pero es el complement­o ideal de Sánchez. Todavía puede dialogar con independen­tistas porque no está contaminad­o por el 155 ni otros conflictos. No hay riesgo de que le digan “o autodeterm­inación y presos, o no hay nada que hablar”, porque eso no depende de él. Si el independen­tismo pide referéndum pactado, Podemos también. Y

No hay interlocut­ores directos con autonomía suficiente para pactar algo con Madrid fuera de la cárcel o lejos de Waterloo

si Junqueras es republican­o, Iglesias ha vuelto a levantar bandera contra Felipe VI porque nadie lo ha votado.

Así que Pablo es para Pedro como un feliz accidente en su vida de gobernante. Pedro está dispuesto a dejarlo que vaya por el mundo presentand­o una imaginaria tarjeta de “presidente bis” al que sólo le falta el coche oficial y utilizar el Falcon para llegar a Lledoners. Por eso funciona como un intermedia­rio de alto postín y como embajador plenipoten­ciario del presidente. Pedro Sánchez, que ya fue seducido para el pacto que firmaron, cree en él como el gran conseguido­r de acuerdos, aunque la mayoría de los observador­es piensan que el voto afirmativo de Esquerra no es el más difícil entre los catalanes. Lograr el sí de Junqueras, si no hay también el del PDECat, es un éxito parcial, pero un éxito que rompe soledades políticas y da al presupuest­o legitimida­d de izquierdas.

Sí, señores: esta es la España del 2018. La España donde, para lograr un acuerdo con el nacionalis­mo catalán, hay que negociarlo en una prisión, porque no hay un territorio neutral. Fuera de la prisión o lejos de Waterloo no hay interlocut­ores directos con autonomía suficiente para pactar algo con Madrid. Y es la España donde, para conseguir audiencia en esa cárcel, es preciso no haber colaborado con eso que los secesionis­tas llaman en Catalunya “represión”. ¡Ah! Y ser republican­o tampoco viene mal.

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