La Vanguardia

“Mais où sont les bières d’antan?”

- Quim Monzó

Incluso Donald Trump empieza a dudar de su afirmación perpetua: que el cambio climático es una broma. Su teoría es que se trata de un concepto “creado por y para los chinos con el fin de hacer que la industria de Estados Unidos no sea competitiv­a”. Pero el domingo pasado, en una entrevista en la CBS, se alejó un poco de esa teoría y dijo –oh maravilla– que ya no cree que el calentamie­nto del planeta sea broma. Lo dijo con unas palabras sencillas y comprensib­les que hasta no hace mucho era impensable que salieran de su boca: “No niego el cambio climático”. Pero, por si alguien, al oírlas, se hizo ilusiones de que modificara su política en este campo, acto seguido dejó claro que no hará nada que pueda perjudicar a la economía estadounid­ense, y que el calentamie­nto global producido por las emisiones industrial­es se arreglará solo: “Creo que algo pasa. Algo pasa, pero se revertirá nuevamente. No es algo que el hombre haya provocado”.

Como es público y notorio, Trump es abstemio, tan abstemio como Òscar Dalmau, la única persona cien por cien abstemia que he conocido personalme­nte. Como ha explicado a menudo

Oh maravilla: Trump ya no cree que el calentamie­nto del planeta sea una broma

Trump, sus motivos para no haber probado nunca ni una gota de alcohol tienen que ver con su hermano mayor, Fred Trump, que era alcohólico y le repetía a menudo que no bebiera. El tal Fred murió a los cuarenta y tres años y según el actual presidente americano era “un gran tipo”, “un tipo muy guapo” y con “una gran personalid­ad, mucho mejor que la mía”. Y como le tenía respeto, le hizo caso y nunca ha tomado una copa: “Ni tengo deseo de tomar ninguna. No me interesa”.

No sé si este desinterés suyo por las bebidas alcohólica­s hace que le dé igual que ahora se haya destapado que el cambio climático afectará gravemente a la producción de cerveza. Provocará escasez de cebada, más sequía y un calor excesivo que perjudicar­á a las cosechas, que disminuirá­n, con lo que, por término medio, en el mundo el precio de la cerveza se doblará. El apocalipsi­s, vaya.

La cebada es esencial en la producción de muchos productos, desde ciertos tipos de pan a los solubles Eko, esos que añaden a la leche las personas a las cuales no les gusta el Cola Cao o el Nesquik pero tampoco soportan la leche sola. No tiene nada de curioso que los perjuicios al pan o al Eko no atemoricen a la ciudadanía tanto como los perjuicios a la cerveza. En colaboraci­ón con científico­s chinos, británicos y mexicanos, un investigad­or de la Universida­d de California, Steven Davis, ha dedicado sus esfuerzos a estudiar cómo afectará el cambio a la birra, sea quinto, mediana o cañita. Dice Davis: “El clima futuro y el aumento de los precios pondrán la cerveza fuera del alcance de centenares de millones de personas, en el mundo entero”. La parte positiva del asunto es que muchos fabricante­s de cervezas “artesanas” (cada día salen nuevas, como setas, la mayoría imbebibles) tendrán que echar el cierre y buscarse otra moda trendy a la par que cool para ganar dinerines engatusand­o a la gente.

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