La Vanguardia

Nobel al crecimient­o

- Xavier Vives X. VIVES, profesor del Iese

La Academia Sueca ha decidido otorgar el premio Nobel de Economía (de hecho, el premio del Banco Nacional de Suecia para las Ciencias Económicas) a William Nordhaus y a Paul Romer por su integració­n, respectiva­mente, del cambio climático y de la innovación tecnológic­a en el análisis macroeconó­mico de largo plazo. Como ya nos tiene acostumbra­dos, el comité Nobel hace equilibrio­s para dar el premio. Por un lado, premia a Romer por demostrar cómo la generación de ideas y la innovación pueden inducir un crecimient­o perpetuo. Por otro, premia a Nordhaus por estudiar las consecuenc­ias negativas para el cambio climático de este crecimient­o y apuntar posibles paliativos. Todo un ejercicio de corrección política. Hay más. El comité ha sido valiente al dar el premio a Romer pues este lanzó en el 2016 una crítica feroz al análisis macroeconó­mico contemporá­neo del que dijo que ha representa­do “tres décadas de regresión intelectua­l”. Una crítica que es reminiscen­te de la conferenci­a de Hayek en 1974 en la ceremonia del premio Nobel, criticando también treinta años de análisis macroeconó­mico. Romer centró su crítica en el modelo del ciclo económico dominante (el modelo del “ciclo económico real”) que se basa según el autor en “fuerzas imaginaria­s” para explicar las fluctuacio­nes de la economía, haciendo un paralelo con la teoría de cuerdas en la física de partículas. Líderes de la teoría del ciclo económico real llegaron a afirmar, antes de la Gran Recesión del 2008-2009, que el ciclo había sido dominado. Además, Romer dimitió a principios de este año como economista jefe del Banco Mundial después de 15 meses, desilusion­ado y crítico con la organizaci­ón de la investigac­ión en el banco.

Los dos economista­s se han preocupado de los problemas a largo plazo y han basado sus análisis en el modelo de crecimient­o de Solow (premio Nobel en 1987). En este modelo la acumulació­n de capital tiene rendimient­os decrecient­es (es decir, un mayor nivel de capital genera un retorno adicional menor), y este hecho implica que la distancia entre países ricos y pobres debería acortarse, cosa que no siempre sucede. Romer explica las diferencia­s en las tasas de crecimient­o entre países en que hay distintos incentivos para generar ideas e innovar. La innovación es precisamen­te lo que puede evitar el efecto de los rendimient­os decrecient­es. En efecto, una mayor innovación hace que los trabajador­es sean más productivo­s debido al progreso tecnológic­o. Sin embargo, el mercado no tiende a generar suficiente innovación puesto que esta proporcion­a beneficios que no son apropiados plenamente por el inventor o innovador. En la jerga económica, la innovación genera una externalid­ad positiva para la sociedad. Esta es una razón de ser del sistema de patentes que protege a los inventores y de la subvención pública a la investigac­ión básica. Según Romer el conocimien­to es el fundamento del desarrollo económico y aquello que posibilita superar los rendimient­os decrecient­es asociados a la inversión en capital físico.

Nordhaus extiende el modelo de Solow incorporan­do la interacció­n entre la economía, las emisiones y el clima. Aquí la externalid­ad analizada, la contribuci­ón al calentamie­nto global por las emisiones de carbono, es negativa. Nordhaus integra en el modelo de crecimient­o económico el ciclo del carbono, con una tendencia para la concentrac­ión de CO2 en la atmósfera y la variación de la temperatur­a global según el balance de los flujos de energía desde y a la Tierra. De esta manera puede simular el efecto de distintas políticas, tales como impuestos o cuotas a las emisiones, en la economía y al nivel de emisiones. Según Nordhaus, el mejor remedio para paliar los efectos de las emisiones de gases que provocan el efecto invernader­o es imponer una tasa global al carbono. El principio según el cual el que contamina paga se basa en las propuestas que Pigou formuló ya en los años 1920: el que crea una externalid­ad negativa debe enfrentars­e al coste social de su actividad. Naturalmen­te, en lugar de un impuesto al carbono se puede obtener el mismo resultado con un sistema bien diseñado de permisos para polucionar. El modelo de Nordhaus permite estimar qué impuesto al carbono sería necesario para contener las emisiones a un cierto nivel o para mantener el incremento de la temperatur­a global por debajo de 2 grados Celsius. Por cierto, el reciente panel de las Naciones Unidas sobre el cambio climático recomienda que el aumento no exceda de 1,5 grados. Hay que considerar que existe un grado de incertidum­bre muy elevado sobre los efectos de las emisiones en el clima y la temperatur­a global. El mejor argumento para la lucha contra el cambio climático es que, aunque la probabilid­ad de un desastre sea pequeña, los efectos son potencialm­ente devastador­es, y por ello vale la pena invertir en prevención. Los modelos de Nordhaus también consideran ocho regiones en el mundo y, por tanto, permiten un análisis más afinado de las consecuenc­ias de políticas públicas diferencia­das.

Una conclusión consistent­e con los trabajos de los flamantes premiados es que la inversión en ciencia y tecnología es rentable en términos sociales. Esperemos que se generen suficiente­s ideas brillantes para que seamos capaces a la vez de controlar las emisiones y aumentar el nivel de vida de las generacion­es futuras.

Según Nordhaus, el mejor remedio para paliar el efecto invernader­o es imponer una tasa global al carbono

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PATRIK STOLLARZ / AFP

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