¿Masoquismo?
Son masoquistas? Es inevitable preguntárnoslo cuando vemos cómo Jair Bolsonaro ofende, desprecia y amenaza a las mujeres y, sin embargo, muchas le han votado. Es cierto que las brasileñas votan a Bolsonaro mucho menos que sus compatriotas varones, y que han creado un movimiento específico de oposición, Êle Nâo (él no). Eso no presenta ningún misterio. A mí lo que me gustaría entender es lo otro: el que, a pesar de todo, millones de brasileñas le voten. Porque no es simplemente un candidato conservador, cuyo programa coincidiría con el deseo de algunas, por ejemplo, de reforzar la familia tradicional; si no que se ha mostrado abiertamente agresivo con ellas, como cuando le dijo a una diputada que no la violaba porque no se lo merecía. Como Duterte, el presidente filipino, que atribuye las violaciones a que “hay muchas chicas bonitas”, o Trump, que se jacta de “agarrarlas por el coño”... Las que le votan, ¿son masoquistas o qué?
Justamente el día en que Bolsonaro obtuvo casi cincuenta millones de sufragios estaba yo asistiendo a un concierto en el Auditorio mal llamado Nacional (en realidad, madrileño). La Orquesta Nacional tocaba la banda sonora original, debida a Gottfried Huppertz, de Metrópolis (Fritz Lang, 1927), mientras se proyectaba la película. Que contiene una escena larga y sádica en la que una jovencita es perseguida por un hombre malo y salvada finalmente por uno bueno... ¿No les suena? ¿Cuántas películas hemos visto en las que pasa lo mismo... o una variante, en la que el malo y el bueno son el mismo? Películas antiguas y modernas, de masas o de arte y ensayo, dirigidas a todo tipo de público: infantil, adolescente, adulto... Desde La bella y la bestia hasta Tesis, pasando por Vértigo, Átame, Iron Man... y podríamos seguir. Parece que es una constante de nuestra cultura. Y no sólo lo parece: lo es.
Desde pequeñitas, las mujeres aprendemos que somos seres indefensos, siempre a merced del ataque de un hombre, del que no podemos salvarnos nosotras mismas, ni otra mujer, ni nadie, más que otro hombre, o el mismo. Nos acostumbramos, así, a una vulnerabilidad que no estriba en la diferencia de fuerza física respecto a los varones (eso se podría subsanar con armas o artes marciales), sino en un miedo irracional. Por eso –sospecho– muchas votan a un Bolsonaro, un Donald Trump, un Duterte. No es masoquismo, es síndrome de Estocolmo.