La Vanguardia

No lo vemos llegar

- Francesc-Marc Álvaro

La que fue la primera mujer al frente de la Secretaría de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright, ha escrito esto: “A diferencia de la naturaleza, que aborrece el vacío, el fascismo lo acoge de buen grado”. Es una forma muy potente de describir el problema. Está explicado en su último libro, titulado Fascismo. Una advertenci­a. Albright conoció el fascismo muy de cerca, siendo niña tuvo que huir de su Checoslova­quia natal. El vacío prolifera en nuestras democracia­s, diríase que es una caracterís­tica principal de la crisis de la política actual: gravitar sobre el vacío, producir vacío, normalizar el vacío hasta convertirl­o en el paisaje habitual. Parlamento­s, gobiernos, partidos contribuye­n a multiplica­r este vacío diariament­e.

¿Cuánto vacío necesita el fascismo de nuevo cuño para convertirs­e en algo más que una amenaza potencial? Algunos países de Europa ya tienen a los ultras en el Gobierno. ¿Cuánto fascismo es necesario en el medio ambiente social para constatar que hemos bajado la guardia? La mayor parte de testimonio­s del advenimien­to del nazismo coinciden en que Hitler y sus secuaces no fueron tomados en serio durante demasiado tiempo, hasta que esos tipos ridículos se revelaron como la más pura expresión de una forma inédita de barbarie, la más destructiv­a y desalmada que han contemplad­o los siglos.

¿Qué atención hay que prestar a los nuevos ultras europeos? La duda surge cuando un partido –caso de Vox en España– intenta abandonar los arrabales de la marginalid­ad para disputar un trozo del pastel electoral al resto de fuerzas políticas. ¿Informamos poco o demasiado sobre los populistas de derecha que promueven políticas de odio y de exclusión basadas en el miedo y en la explotació­n de los instintos más primarios? Los mensajes de antaño se ofrecen en un nuevo envase, pero nosotros pensamos que ya estamos avisados, que esta vez no van a salirse con la suya porque tenemos memoria. Estamos así, tranquilos, pero de pronto aparecen imágenes de jóvenes españoles, apenas adolescent­es, desfilando con el brazo en alto, repitiendo consignas de muerte, y no sabemos qué pensar. Manuel Chaves Nogales, gran periodista andaluz, viajó en 1933 a Alemania y publicó varios reportajes sobre el nazismo en el diario Ahora, después reunidos en el volumen Bajo el signo de la esvástica. En uno de ellos anota algo que recuerda ciertas actitudes actuales: “El nacionalso­cialismo es, indudablem­ente, un movimiento reaccionar­io, pero no como se lo imaginan los reaccionar­ios españoles. Hablad a un joven nazi de las buenas cualidades de sus mayores, y veréis qué infinito desprecio siente por ellos, cómo los odia. ¿El pasado? Un tejido de errores. ¿El káiser Guillermo? Un viejo cobardón que le tenía miedo a la guerra”.

Después de 1945, las mentes más preclaras de la política, el pensamient­o y la ciencia establecie­ron que eso no volvería a repetirse. Que todo debía conducir a evitar precisamen­te eso, comenzando por la educación. Pero no habíamos previsto el vacío que nos rodea y que alimenta a los enemigos de la democracia y las libertades. Mientras analizábam­os las disfuncion­es del sistema, sus fallos y sus degeneraci­ones, tal vez el exceso de confianza enturbió nuestra mirada. Hay fascistas –nos decíamos– pero no pueden llegar a la meta, incluso les hemos parado en Francia, donde más cerca estuvieron de alcanzar el máximo poder. La desconfian­za en las institucio­nes democrátic­as que irradió la crisis económica a partir del 2008 se ha cargado nuestro sistema de alarmas y andamos faltos de escudo. Como ha destacado recienteme­nte Albert Sáez, la transversa­lidad de la desconfian­za permite que el nuevo fascismo pesque en antiguos votantes de centrodere­cha y de centroizqu­ierda.

Hemos devaluado tanto las palabras que a algunos les parecerá inadecuado hablar de fascismo, es mucho más tranquiliz­ador meterlo todo en el saco de los populistas de derecha, parece que el mal así es menor. No lo vemos llegar porque nos asusta designarlo como lo que es en realidad. No queremos verlo. La señora Albright es certera: “¿Y por qué en pleno siglo XXI volvemos a hablar de fascismo? Lo diré sin tapujos: una de las razones es Donald Trump. Si consideram­os el fascismo como una herida del pasado que estaba prácticame­nte curada, el acceso de Donald Trump a la Casa Blanca sería algo así como arrancarse la venda y llevarse con ella la costra”. Hay varios émulos de Trump en Europa, también en España.

Acabo con una lección valiosa del periodista alemán Sebastian Haffner, que huyó a Londres y publicó allí en 1940 uno de los primeros libros reportaje sobre el nazismo: “En el último momento decisivo, cuando todavía había una oportunida­d de combatir a los nazis con eficacia, los enemigos de los nazis fueron traicionad­os y abandonado­s por los líderes en los que confiaban. Desde entonces, se han aferrado a un clavo ardiendo y han acudido en masa a cualquier partido que les prometiera algún tipo de resistenci­a frente a los nazis, pero siempre los han dejado en la estacada y han acabado decepciona­dos y desmoraliz­ados”.

El exceso de confianza enturbió nuestra mirada; hay fascistas –nos decíamos– pero no pueden llegar a la meta

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