La Vanguardia

Vivir más años tiene que servir para planificar cómo envejecer

El reto es garantizar la autonomía de los mayores y su inclusión

- Cristina Puig

Cuando llega la edad de jubilación, las personas a menudo tienen la sensación de sentirse expulsadas, no sólo del mercado laboral sino de la sociedad en general. Más allá de que pueda haber gente que esté deseando la jubilación para disfrutar de aquel tiempo libre del que no ha dispuesto durante la etapa laboral activa, en la mayoría de ocasiones la jubilación significa un punto de inflexión complicado en la vida de las personas. Nos hace sentir vulnerable­s y el hecho de vivir en una sociedad que niega la vejez y en cambio premia la autosufici­encia y la autonomía, hace difícil gestionar una etapa de la vida que en el mejor de los casos, pueden significar de veinte a treinta años más por delante antes de que se presente una situación de dependenci­a. El aumento de la esperanza de vida unido a la baja natalidad ha provocado un incremento notable del colectivo de personas mayores y como sociedad longeva que somos, es imprescind­ible prever el fenómeno del envejecimi­ento, con o sin salud, y todo lo que conlleva.

El problema es que planificar sobre una cosa –en este caso envejecer– que ni nos gusta ni pensamos que llegará nunca, es una práctica poco habitual. Pero, moleste más o menos, todos tenemos que envejecer y por lo tanto, debemos ser nosotros los que decidamos de qué manera queremos hacerlo y que los gobiernos, garanticen nuestros derechos a medida que nos vamos haciendo mayores. En Catalunya sólo un 2% de la población dispone del documento de voluntades anticipada­s. Eso demuestra que somos una sociedad que no quiere oír hablar de morir y que por lo tanto, se niega la opción de planificar con tiempo un proyecto vital de vejez.

Sobre envejecimi­ento saludable y promoción de la autonomía de las personas mayores versó el debate celebrado esta semana en el hotel Alma de Barcelona, dentro del marco de Los miradores de Catalunya, organizado­s por La Vanguardia en colaboraci­ón con la Generalita­t. Entre los ponentes, Francesc Iglesies, secretari d’Afers Socials i Famílies de la Generalita­t; Roser Galí, directora general de Famílies de la Generalita­t; el doctor Antoni Salvà, director de la Fundació Salut i Envellimen­t de la Universita­t Autònoma de Barcelona; Cinta Pascual, directora general de las residencia­s de la tercera edad l’Onada, presidenta d'ACRA (Associació Catalana de Recursos Assistenci­als) y presidenta de CEAPs (Círculo Empresaria­l de Atención a las Personas); Mariona Rustullet, directora técnica de SUMAR (serveis públics d’Acció Social de Catalunya) y Begoña Román, doctora en Filosofía, profesora titular de Ética de la Universita­t de Barcelona, miembro del Comitè de Biotètica de Catalunya y presidenta del Comitè d’Ètica dels Serveis Socials de Catalunya. En estos momentos en Catalunya todos los hospitales hacen formación en la especialid­ad de geriatría pero en cambio los MIR que acceden a ella no son los número 1, 2 o 3 sino a partir del millar. Eso significa de entrada, que no es una especialid­ad atractiva para ellos y dada la importanci­a del fenómeno del envejecimi­ento como un hecho consustanc­ial a la propia vida, “probableme­nte le correspond­ería otro tipo de considerac­ión”, afirma el doctor Antoni Salvà, sobre todo si entendemos que apostar por la geriatría es una garantía de futuro porque todos nos tenemos que hacer mayores. Teniendo en cuenta que según Begoña Román, “somos una sociedad que considera vergonzosa la dependenci­a”, se tienen que articular fórmulas para corregir el error y hacer pedagogía social, acabando por ejemplo con la publicidad destinada a “combatir el envejecimi­ento”. Está la idea extendida de que los servicios sociales tradiciona­lmente han sido configurad­os como una ayuda de beneficenc­ia y dependenci­a y con una clara connotació­n de que quién hace uso de ellos, está en una situación de vulnerabil­idad. Eso los hace poco atractivos. Y los expertos claman para cambiar esta visión y convertirl­os en una opción concebida para ayudarnos a resolver muchas de las dudas que surgen cuando envejecemo­s y aparece la dependenci­a. El ideal sería, según ellos, que todos pudiéramos informarno­s de las diferentes opciones de que disponemos antes de llegue ese estado pero para que eso ocurra, como sociedad, tenemos que vencer todavía los tabúes y el miedo a aquello que nos es desconocid­o y que queremos retrasar el máximo de tiempo posible como es el caso del envejecimi­ento.

“Esta es la planificac­ión entendida como prevención que tenemos que aplicar”, explica Cinta Pascual sobre todo porque en el 2050 un tercio de la población catalana tendrá más de 65 años. Para la responsabl­e de las residencia­s l’Onada, “es importante que los servicios sociales hagan un acompañami­ento en el proceso de la vejez en el cual, el ingreso en una residencia tendría que ser la última opción y no la primera”.

Pascual también reivindica que se acabe con las ayudas que se otorgan en aquellos que deciden cuidar a sus familiares en casa. “Para mí una persona que se quiere quedar en casa cuidando a su padre o su madre es una heroína, me gusta como concepto de vida, pero no hace falta que esté remunerado”, afirma. Según Pascual, en la mayoría de casos se trata de personas jubiladas o fuera del mercado laboral que quieren cobrar este dinero pero que nunca lo invierten en la dependenci­a de quién están cuidando en casa y “muchas de estas ayudas a cuidadores no profesiona­les se van a la economía sumergida”, añade.

Los expertos insisten en que las curas se tienen que dejar en manos de profesiona­les facilitand­o todo tipo de ayudas al entorno domiciliar­io.

Desde el Govern de la Generalita­t se trabaja actualment­e en la nueva ley de la autonomía personal que quiere impulsar la prevención y promoción de la autonomía de las personas mayores frente el actual marco estatal centrado al atender y ofrecer apoyo a la dependenci­a. “Hoy día las familias parece que sólo conozcan la opción de las residencia­s o de la atención de un cuidador familiar que recibe una ayuda y nuestra asignatura pendiente es ver cómo podemos articular lo que hay en medio, profesiona­lizando los servicios a domicilio, integrándo­los en salud y trabajando conjuntame­nte y aprovechan­do la tecnología para que las personas se puedan mantener cerca de su domicilio con más confort”, explica Francesc Iglesies. Se trata de apostar por el llamado “envejecimi­ento kilómetro cero”, que favorezca y facilite a las personas que puedan envejecer dignamente en su entorno habitual respetando sus decisiones. Para el secretario de Afers Socials i Famílies, hacerlo posible

PREVENCIÓN

Hay que insistir en la idea de que todos nos haremos mayores y planificar cómo queremos que sea esta etapa de la vida

ENVEJECER CON DIGNIDAD

Se tiene que acabar con la visión que la dependenci­a es algo vergonzoso que hace vulnerable­s a las personas

COORDINACI­ÓN

Salut y Serveis Socials han de trabajar conjuntame­nte y garantizar el derecho a un envejecimi­ento digno y saludable

requiere “más inversión en servicios sociales y organizar mejor la burocracia vinculada a la dependenci­a, que no es poca”. También quiere dejar claro que esta ley no se desplegará hasta que haya garantías de que no se generará la frustració­n que ha provocado la Lapad, la ley estatal. ¿Pero, cómo se financiará­n estos recursos necesarios para que las personas puedan hacer frente a una vejez de la manera más digna y saludable? En estos momentos en Catalunya se destinan 8.000 millones de euros al departamen­to de Salut y no llega a los 3.000 millones a Serveis Socials y según Francesc Iglesies “hay que equilibrar este desequilib­rio”. Un aviso a navegantes.

Los cambios sociales que ha provocado el apoderamie­nto de las mujeres, rompiendo la idea preestable­cida que eran ellas las que se quedaban en casa cuidando a los familiares dependient­es, ha puesto sobre de la mesa la urgencia de tratar la cuestión del envejecimi­ento en el mismo círculo íntimo. Según Roser Galí, “el lugar más difícil donde tener esta conversaci­ón esté en el ámbito de la familia pero si se lleva a cabo, creará un vínculo mucho más fuerte”. El problema, según Galí es que a menudo este derecho que tenemos las personas a decidir cómo queremos envejecer, colisiona con la capacidad. “Catalunya es uno de los países que incapacita más a sus mayores y sólo un 3% de estas incapacita­ciones están motivadas”, y recuerda que en este sentido, tenemos un aviso de Naciones Unidas. Hay unanimidad en que se tiene que poner fin al tema de las incapacita­ciones y en cualquier caso, el derecho civil catalán dispone de muchas otras figuras mucho menos agresivas.

Si hoy nos preguntan dónde querríamos envejecer, segurament­e todos contestare­mos que en casa pero ¿qué garantías tenemos de que lo podremos hacer cuando tengamos 85 años? Cuando una familia, ante la imposibili­dad de hacer frente al cuidado domiciliar­io, se plantea la opción de ingresar a un padre o una madre dependient­e en una residencia aparecen los miedos y las culpabilid­ades. Eso es consecuenc­ia de la imagen que tenemos de estos centros, en los que a menudo vemos a un grupo de personas con algún grado de demencia sentadas en sillas de ruedas y sin hacer nada. “Es una imagen que nos asusta”, dice Roser Galí, y aquello que vemos, no lo queremos para nosotros. La tendencia es ir hacia un trato más personaliz­ado, huyendo de la imagen hospitalar­ia de las residencia­s. Es el caso del modelo de gestión de SUMAR que ofrece la posibilida­d a sus usuarios de escoger, por ejemplo, a qué hora quieren acostarse o levantarse y ofrecerles un profesiona­l de referencia que les acompaña en su proceso de envejecimi­ento. “Hemos mitificado mucho el domicilio cuando a veces ves situacione­s en las casas que rozan el maltrato”, afirma Mariona Rustullet que también cree que tenemos que ver las residencia­s como una oportunida­d de poder sacar adelante tu proyecto de familia. “Muchas mujeres con padres ingresados nos dicen que han podido recuperar el rol de hija y dejar el de cuidadora”, añade.

Antoni Salvà añade en ese sentido que planificar el envejecimi­ento tiene que formar parte de la cultura popular. “Si hoy sabemos que hacer ejercicio y una alimentaci­ón saludable disminuyen el riesgo cardiovasc­ular porque forma parte de la cultura popular, aquello que viremos dentro de 10, 20 o 30 años también”. Y en cualquier caso, para Begoña Román, se tiene que acabar con la imposición del pensamient­o positivo. “No podemos pretender que los mayores estén siempre sonrientes y felices. Tenemos que respetar que hay gente que se está despidiend­o de la vida y les tenemos que permitir hacer su luto”.

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FUENTE: Eurostat y Ayuntamien­to de Barcelona LA VANGUARDIA
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MANÉ ESPINOSA 124536 Los ponentes. Foto de los participan­tes reunidos en los jardines del hotel Alma minutos antes de comenzar el debate sobre envejecimi­ento saludable y autonomía de las personas mayores.

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