Risas, saunas y liebres
ARTO PAASILINNA (1942-2018) Escritor finlandés
En esta vida lo que más importa es la muerte, y tampoco es que sea para tanto”. Lo dejó escrito Arto Paasilinna en su novela Delicioso suicidio en grupo donde, haciendo gala de su característica concepción de la vida como un gran absurdo que invitaba a tomársela con un generoso distanciamiento irónico, arrancaba con un empresario y un coronel que, de querer poner fin a todo el día de San Juan, pasaban a fundar una asociación de “aspirantes a suicida” envalentonados por el coñac ingerido en el interior de una sauna. Finlandia está de luto por el fallecimiento de una de sus mayores glorias literarias y probablemente su autor de mayor proyección internacional en las últimas décadas, cuyas obras se tradujeron a veintisiete idiomas y vendieron más de siete millones de ejemplares, con el pesar extra de que se va uno de los contados autores capaces de hacer reír a carcajadas y, al mismo tiempo, estremecer con una agudísima sensibilidad lírica. Sus libros tenían algo de ese improbable equilibrio entre un sentido del humor negro y desconcertante y una profunda carga existencial tan presentes en las películas de su compatriota Aki Kaurismäki.
Nacido en una familia de siete hermanos que en su mayoría acabarían descollando en el mundo de las artes, Arto Paasilinna ejerció de joven como guardabosques, lo que magnificó el amor por la naturaleza con el que todo finlandés nace de serie, de aquí que sus textos encerraran con frecuencia un mensaje ecológico, por ejemplo en su soberbio retrato de la tundra en El bosque de los zorros, donde una cabaña de leñadores del monte de Kuopsu reunía a un trío hechizado por unos lingotes de oro. Más adelante trabajó como periodista y editor para diversos periódicos y revistas hasta que, en 1975, a los 33 años, su desencanto con un oficio “crecientemente superficial y carente de sentido” lo empujó a vender su barco de cara a financiar la escritura de su tercera novela, El año de la liebre, un éxito global que le permitió centrarse en una carrera literaria que constó de treinta y cinco novelas y siete ensayos (entre ellos unas memorias, y títulos dedicados al esquí, las saunas, los grafitis en los lavabos y las explotaciones forestales, todo dentro del ámbito de su país)
A Paasilinna lo seducían los chiflados, los extravagantes, los espíritus libres y los soñadores, lo que explica que volviera de forma recurrente sobre la figura del rebelde empecinado en darle la espalda a las convenciones sociales y dejar atrás el amodorramiento de la vida reglada. Así de su imaginación hilarante y un punto gamberra surgieron desde una comunidad de náufragos en una isla de Indonesia que montaban una destilería clandestina y un consultorio sobre métodos anticonceptivos (Prisioneros en el paraíso )aun pastor protestante en crisis que encontraba en un oso una inesperada forma de salvación espiritual
(El mejor amigo del oso), desde un molinero del norte de Laponia que aullaba durante sus estados melancólicos (El molinero aullador) a una octogenaria viuda y armada con una Parabellum (La
dulce envenenadora). Capítulo aparte (y nunca mejor dicho) merece su obra maestra, El año de la
liebre, donde Vatanen, un periodista en plena crisis sentimental y laboral se adentra en un bosque de cara a auxiliar a la liebre que acaba de atropellar por accidente. El protagonista ya no regresará a su vehículo, un gesto de inconformismo que activará una serie de aventuras desternillantes, a medida que el vínculo entre hombre y bestia se torna indestructible. “A mi modo de ver, la peripecia personal de Vatanen revelaba su espíritu revolucionario, auténticamente subversivo, y en ello residía su grandeza” concluía al final del relato el narrador de la historia. Al modo de ver de muchos que lo lloran hoy a su responsable y desean imaginárselo pasando la eternidad en una sauna con un vaso de coñac en modo perennemente autorrenovable, Paasilinna también fue un escritor revolucionario y subversivo al disparar contra todo lo que consideraba torcido con una risa contagiosa. Y en ello residía su grandeza. Ahora sólo falta que sea cierto eso de que la muerte no era para tanto.