Placeres otoñales
La llegada de octubre causa rechazo en muchas personas que lo ven como el mes del regreso al frío y la oscuridad después del periodo estival, olvidando quizás todas las bondades de esta época, que es la favorita de Remei Margarit: “Mi rosal ha vuelto a florecer unas rosas de color de fuego; el granado ya tiene unas flores que pueden convertirse en minúsculas granadas; el ciclamen que ya había dejado por acabado se ha llenado de hojas como un tapiz, preparando la floración del invierno”.
Aunque se ha atribuido a Kissinger con respecto a Pinochet, lo cierto es que la famosa frase, y que mejor define la miseria de la política internacional, siempre sometida a los intereses geopolíticos y no a los derechos, la dijo Roosevelt en referencia al dictador de Nicaragua Somoza: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Desde hace décadas, esta categoría la detenta, con profusión de méritos, Arabia Saudí, convertido en nuestro más preciado hijo de puta.
Es el ejemplo más miserable de la capacidad que tienen las democracias de tragarse las tiranías más perversas para preservar los intereses espurios. A los Saud se les ha permitido todo, e incluso se les ha premiado. Por ejemplo, la inmoral vergüenza de la ONU, al otorgar a Arabia Saudí la categoría de miembro de la comisión de los Derechos de la Mujer, como también lo fue de la comisión de Derechos Humanos. La caída a los infiernos que ha perpetrado la Organización de las Naciones Unidas desde su creación, cuando tenía que ser el órgano tutelador de los derechos fundamentales, y se ha convertido en el gran blanqueador de las peores dictaduras, es uno de los síntomas de la enorme debilidad de las libertades
Desde hace décadas, Arabia Saudí se ha convertido en lo que Roosevelt llamaba “nuestro hijo de puta”
en el mundo. La ONU es, hoy por hoy, un club fallido que no sólo no condena nunca las brutalidades de las teocracias islámicas sino que les da cobertura. Es decir, se ha convertido en un poderoso cómplice de la represión.
¿Más allá de la ONU, aterrizando en las democracias occidentales, a quién le ha preocupado nunca que los Saud dediquen miles de millones de dólares a radicalizar las comunidades musulmanas de todo el mundo, convirtiéndolas en arietes contra nuestras democracias? ¿A quién le ha preocupado el estatus de esclavitud en que viven las mujeres saudíes, sometidas a leyes medievales violentas? Por poner un ejemplo terrible, las víctimas de abusos son retenidas en centros que funcionan como prisiones, y no los pueden dejar hasta que su guardián masculino (en general el mismo que las maltrataba) lo decide. Muchas de ellas quedan encerradas hasta el día que mueren. Y para continuar, ¿a qué país, democracia, cancillería, le ha conmovido la brutalidad represiva del régimen contra los disidentes? Sólo el año pasado, 146 ejecuciones, centenares de detenciones y la denuncia de organizaciones de prestigio como Human Rights Watch que aseguran que la justicia depende directamente de la arbitrariedad de los Saud, convertidos en amos y señores de todo el país. Podríamos continuar con la brutalidad saudí en la guerra de Yemen o de los vínculos con la financiación del terrorismo de bancos saudíes, etcétera, pero todo va en la misma rueda: Arabia Saudí puede hacer lo que quiere, porque es impune.
Ahora han asesinado brutalmente y bajo foco a un periodista y el fariseísmo político simula indignación. Durará dos días. Después seguirá mimando, protegiendo y blanqueando a su hijo de puta.